Caldo tailandés con dados de foie-fresco, Magret de pato asado con piel de naranja amarga, Revuelto de huevos de granja con Ceps y perifollo, Tarta Saint Honoré con crema de la «Memé»... así de ambicioso empieza el menú que propone «Les Saveurs du Palais» (traducido en España como «La cocinera del presidente»), provocando un crujir de estómagos que garantiza, como mínimo, un renovado interés por esta comedia amable pero sobre todo curiosa del director Christian Vincent.
Vincent y su productor, Etienne Comar, descubrieron en Le Monde un artículo sobre Daniéle Delpeuch, una emprendedora cocinera del Perigord que, rompiendo con todo, se había empeñado en hacer crecer trufas en Nueva Zelanda y que, durante los años 80, fue la encargada en exclusiva de los menús personales de Miterrand. Productor y director vieron enseguida las enormes posibilidades de esta historia, sus rutas argumentales, pero sobre todo, la oportunidad para recrear las bambalinas del Palacio del Elíseo y una excusa perfecta para elogiar a la cocina y sus artesanos.
Para el guión -y con toda intención por parte del director de no copiar su vida, sino de inspirarse en ella- el nombre de Daniéle Delpeuch se transformó en Hortense Laboire y es Madame Laboire, interpretada por Catherine Frot, quien se enfrenta a las duras miradas de sus compañeros varones, extrañados de que el Presidente de la República eligiera a una mujer para el cargo, la única por cierto que ha cocinado en el Elíseo. Pero Hortense es una pionera tan dura y tan crítica como la Daniéle original y se mantiene firme ante las adversidades hasta crear una simpática relación con Miterrand, amante de la gastronomía, con el que comparte largas charlas sobre estofados, vinos y sabores de la infancia, los más añorados por el Presidente.
Quien busque intrigas palaciegas se topará con un magnífico Repollo relleno de salmón escocés o con un Solomillo hojaldrado con salsa de cebollas. Quien eche de menos un retrato político de la «era Miterrand» tendrá que conformarse con una Bullavesa de Rodaballo y Sepia, su preferida. Y aquellos que esperen una tórrida historia de amor entre el presidente y la cocinera verán apenas sus anhelos cubiertos con el Cremoso de Rochefort con almendras y jalea de saúco.
Rodada sólo parcialmente en el Palacio del Elíseo, la gran novedad de la película es el papel del Presidente francés en el que brilla, a pesar de sus escasas apariciones, el escritor Jean D`Omersson, un intelectual que siempre soñó con ser actor y que se divirtió enormemente con el proyecto.
Hortense/Daniéle estuvo dos años como cocinera personal de Miterrand, el stress y una fisura en la tibia le llevaron a abandonar el puesto y trasladó sus saberes y sus cazuelas a una plataforma de investigación en la Antártida, un remanso de paz, un retiro espiritual tras la dura batalla por el «poder de la cocina» o por la «cocina del poder», el tema final en el que pensaba el director mientras escribía el guión. Por cierto, las escenas de la Antártida se rodaron en realidad en Islandia.
Para Napoleón, pero también para Pompidou, Miterrand o Chirac, el ritual de la comida fue muy importante porque implica sociabilidad, gusto por la tradición, por la geografía y los productos franceses, por su cultura, implica cariño y respeto por la Francia ideal y confirman así que los asuntos de Estado es mejor tratarlos con el estómago lleno. Y si es con una tostada de pan casero con mantequilla y láminas de trufa, mejor que mejor.
Para conocer más sobre la historia de Danièle Delpeuch merece la pena buscar su libro «Mes carnets de cuisine, du Perigord à L´Élysee».
«La cocinera del presidente» participó en la última edición del festival de cine de San Sebastián en la sección Culinary Zinema: Cine y Gastronomía creada en colaboración con el Festival Internacional de Cine de Berlín y organizada conjuntamente con el Basque Culinary Center.