La radicalización del conflicto entre Occidente y el Islam va a tener consecuencias terribles.
El Islam es la segunda religión del mundo, abarca 1.600 millones de personas. Los musulmanes son mayoría en 49 países del mundo y constituyen el 23 por ciento de la humanidad. En este cuadro, los árabes son sólo 317 millones de los 1.600 millones. Casi dos tercios de los musulmanes (el 62 por ciento) vive en la región Asia-Pacífico.
Estudios del Centro de Investigación Pew sobre el mundo musulmán, indican que los musulmanes del sur de Asia son más radicales en cuanto a la observancia y puntos de vista religiosos.
En el sur de Asia, el 81 por ciento está de acuerdo con el castigo corporal severo para los criminales, frente al 57 por ciento en Oriente Medio y Norte de África. A favor de la ejecución de los que renuncian al Islam está el 76 por ciento en Asia del Sur, frente al 56 por ciento en Oriente Medio.
Por lo tanto, está claro que la historia de Oriente Medio explica la especificidad de los árabes en el conflicto con Occidente.
He aquí las cuatro principales razones.
Primero, todos los países árabes son artificiales. En mayo de 1916, François Georges-Picot, por Francia, y Mark Sykes, por Gran Bretaña, acordaron como repartirse el Imperio Otomano al final de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), mediante un tratado secreto que contó con el apoyo del Imperio Ruso y el reino de Italia.
Así, los países árabes actuales nacieron como resultado de un reparto entre Francia y Gran Bretaña sin considerar las realidades étnicas, religiosas o históricas. Algunos de esos países, como Egipto, tenían una identidad histórica, mientras que los otros no la tenían, como Arabia Saudita, Jordania, Iraq, o incluso los Emiratos Árabes Unidos.
Vale la pena recordar que el problema de los 30 millones de kurdos divididos entre cuatro países, también fue creado por las potencias europeas.
Segundo: las potencias coloniales instalaron reyes y jeques en los países que crearon. Para dirigir estos estados artificiales, se exigió mano dura. Por lo tanto, desde el principio, hubo una falta total de participación ciudadana en un sistema político que estaba fuera de sintonía con el proceso democrático que estaba en curso en Europa.
Con la bendición europea, estos países quedaron congelaron en la época feudal.
Tercero, las potencias europeas nunca hicieron inversiones en el desarrollo industrial o en un verdadero desarrollo. La explotación del petróleo estaba en manos de empresas extranjeras y solo después de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y el consiguiente proceso de descolonización, el petróleo quedó en manos locales.
Cuando las potencias coloniales se retiraron, los países árabes no tenían un sistema político, infraestructuras y gestión local modernas. Cuando Italia abandonó Libia (sin saber que tenía petróleo), únicamente tres libios tenían grado universitario.
Cuarto, en los estados que no proporcionaron educación y salud a sus ciudadanos, la piedad musulmana asumió la tarea de dar aquello que el Estado negaba. Fueron creadas grandes redes de escuelas religiosas y hospitales.
Cuando las elecciones fueron finalmente autorizadas, estas se convirtieron en la base de la legitimidad y el voto para los partidos musulmanes.
Por tomar el ejemplo de dos países importantes, Argelia y Egipto, donde los partidos islamistas ganaron, los golpes militares con la connivencia de Occidente pasaron a ser el único recurso para detenerlos.
Esta síntesis de tantas décadas en pocas líneas, es por supuesto superficial y omite muchas otras cuestiones. Pero este proceso histórico abreviado es útil para la comprensión de cómo la ira y la frustración cunde ahora por todo Oriente Medio y la forma que asume la atracción hacia el movimiento extremista Estado Islámico (EI) en los sectores pobres.
No debemos olvidar que este trasfondo histórico, aunque remoto para los jóvenes, se mantiene vivo debido a la dominación israelí del pueblo palestino. El apoyo ciego a Israel de Occidente, especialmente de Estados Unidos, es visto por los árabes como una humillación permanente y la expansión de los asentamientos continúa eliminando la posibilidad de un Estado palestino viable.
El bombardeo de Gaza en julio y agosto, que produjo una débil protesta de Occidente y ninguna acción real, es la prueba clara para el mundo árabe de que la intención es mantenerlos sometidos, aliándose solo con corruptos y legitimando gobernantes indeseables.
La intervención occidental continúa en Líbano, Iraq y Siria y aviones teledirigidos que bombardean por doquier, son percibidos por los 1.600 millones de musulmanes como un Occidente históricamente comprometido en mantener doblegado al Islam, como observa en su conclusión el informe de Pew.
Hay que recordar que el Islam tiene varias prácticas internas, entre las cuales la división entre suníes y chiíes es solo la mayor. Mientras que entre los árabes al menos el 40 por ciento de los suníes no reconoce a un chií como otro musulmán, fuera de la zona árabe esto tiende a desaparecer.
En Indonesia solo el 26 por ciento se identifica como sunita, mientras que el 56 por ciento se califica de «tan solo musulmán». En el mundo árabe solo Iraq y Líbano, donde las dos comunidades vivían una junto a la otra, la gran mayoría de los suníes reconocían a los chiíes como otro musulmán.
El hecho de que los chiíes, que representan solo el 13 por ciento de los musulmanes, sean una inmensa mayoría en Irán, mientras que Arabia Saudita lidera la corriente suní, explica el conflicto interno en curso en la región, convulsionada por los dos liderazgos.
Al Qaeda en Mesopotamia, entonces encabezada por el jordano Abu Musab al-Zarqawi (1966–2006), impuso con éxito una política de polarización en Iraq, atacando a los chiíes, que causó una limpieza étnica de un millón de sunitas de Bagdad.
Ahora el EI, el califato radical que al igual que Occidente está desafiando a todo el mundo árabe, ha atraído a muchos suníes de Iraq, que habían sufrido represalias por parte de los chiíes.
El hecho es que cientos de árabes mueren cotidianamente debido al conflicto interno.
Los terroristas que han atacado a Occidente, en Ottawa, en Londres o en París, tienen el mismo perfil: un joven nacido en el país, que no proviene de países árabes, que no era religioso durante su adolescencia, que de alguna manera es un solitario a la deriva, y que no encuentra un trabajo.
En casi todos los casos ese joven tenía alguna cuenta pendiente con la justicia. Solo en los últimos años se convirtió en un practicante que aceptó los llamamientos del EI para matar infieles. En su opinión, con esto encontraría una justificación a su vida y se convertiría en un mártir en otro mundo.
La reacción a todo esto ha sido una nueva campaña en Occidente contra el Islam. El último número de la revista The New Yorker publicó un duro artículo, que define al Islam no como una religión sino como una ideología.
En Italia, la Liga Norte, el partido derechista antinmigrantes, condenó públicamente al papa Francisco por invitar al Islam a un diálogo, y el comentarista conservador Giuliano Ferrara dijo por televisión que «nos encontramos en una guerra santa».
La reacción global europea y estadounidense ha sido denunciar los asesinatos de París como el resultado de una «ideología mortal», como la definió el presidente francés, François Hollande.
Estudios realizados en toda Europa indican que la inmensa mayoría de los inmigrantes se han integrado con éxito en la economía.
Informes de la Organización de las Naciones Unidas también demuestran que Europa, con su declive demográfico, necesita una inmigración de al menos 20 millones de personas para 2050, si quiere que sobreviva su modelo de bienestar social y ser competitiva en el mundo.
Sin embargo, ¿qué estamos logrando? Los partidos de derecha xenófoba, han condicionado en Europa a los gobiernos de Dinamarca, Gran Bretaña, Holanda y Suecia, y parecen a punto de ganar las próximas elecciones en Francia.
Aunque por supuesto que lo que pasó en París fue un crimen atroz y la libre expresión de opiniones es esencial para la democracia, hay que añadir que muy pocos alguna vez han leído Charlie Hebdo y conocen su nivel de provocación.
Sobre todo porque, como Tariq Ramadan señaló en The Guardian el 10 de enero, en 2008 el Hebdo despidió a un dibujante que hizo una broma sobre un vínculo judío del hijo del presidente Sarkozy.
Charlie Hebdo es una voz en defensa de la superioridad y la supremacía cultural de Francia en el mundo. Contaba con un pequeño número de lectores, que obtuvo vendiendo provocaciones. Exactamente lo contrario de la visión de un mundo basado en el respeto y la cooperación entre las diferentes culturas y religiones.
Pero ahora todos somos Charlie, como todo el mundo está diciendo. Sin embargo, radicalizar el choque entre las dos religiones más grandes del mundo no es un asunto menor.
Debemos luchar contra el terrorismo, sea este musulmán o no. Hay que recordar que Anders Behring Breivik, un noruego que quería mantener su país a salvo de la penetración musulmana, asesinó a 91 de sus conciudadanos en 2011.
No obstante, estamos cayendo en una trampa mortal, al hacer exactamente lo que quiere el islamismo radical. Declarar una guerra santa contra el Islam, equivaldría a empujar a la inmensa mayoría de los musulmanes hacia la radicalización.
El hecho de que los partidos europeos de extrema derecha cosechen los beneficios de esta radicalización, es muy bienvenido por los musulmanes radicales. Ellos sueñan con una lucha mundial para imponer el Islam como la única religión. Y no cualquier Islam, sino la interpretación fundamentalista del sunismo.
En lugar de adoptar una estrategia de aislamiento, nos estamos comprometiendo con una política de enfrentamiento. Las pérdidas de vidas el 11 de septiembre de 2001 en Nueva York han sido minúsculas en comparación con lo que está pasando en el mundo árabe, donde en un solo país, Siria, 50.000 personas perdieron la vida en 2014.
¿Cómo podemos caer ciegamente en una trampa, sin darnos cuenta de que estamos participando en un terrible conflicto a escala mundial?