Hablamos con el teólogo brasileño Leonardo Boff
El teólogo brasileño Leonardo Boff, exponente de las corrientes progresistas de la Iglesia Católica latinoamericana, no cree en las denuncias que describen al flamante papa Francisco como colaborador de la última dictadura argentina. Boff admite que se trata de un «tema polémico», con versiones contradictorias. Pero prefiere confiar en las opiniones de importantes defensores de los derechos humanos de Argentina, que han negado toda vinculación de Jorge Bergoglio con el régimen militar que soportó Argentina entre 1976 y 1983.
Boff, figura clave de la Teología de la Liberación, mira con esperanza hacia adelante y confía en que Francisco haga honor a su condición de jesuita y sea «enérgico y radical» contra la epidemia de pedofilia y corrupción que hay en la iglesia católica actualmente.
¿Cómo interpreta la «descentralización» que implica haber elegido un papa latinoamericano?
Leonardo Boff: La Iglesia central, es decir el Vaticano y las Iglesias europeas, se sentían humilladas y avergonzadas por los escándalos creados dentro de sus propios muros. Así que eligieron a alguien de fuera, con otro ánimo y otro estilo de conducir la Iglesia.
En el Tercer Mundo vive el 60 por ciento de los católicos. Ya era hora de que se escuchara mejor a estas iglesias. Ya no son iglesias-espejo de Europa sino iglesias-fuente, con su rostro y formas de organizarse, generalmente en redes de comunidades.
Para mí el nombre Francisco es más que un nombre, es un proyecto de Iglesia pobre, cercana al pueblo, evangélica, amante y protectora de la naturaleza hoy devastada. San Francisco es un arquetipo de este tipo de Iglesia. Con el papa Francisco se inaugura una Iglesia del tercer milenio: lejos de los palacios y en medio de los pueblos y sus culturas.
¿A qué atribuye la preferencia de Bergoglio, frente al cardenal brasileño Odilo Scherer?
LB: Scherer era el candidato del Vaticano, donde trabajó e hizo muchos amigos. Pero públicamente defendió a la curia y al Banco Vaticano, criticado por todos, incluidos muchos cardenales. Esto desató una discusión pública, que lo quemó. Además, no habría sido bueno para la actual situación de la Iglesia. Es conservador y autoritario. Habría sido un Benedicto XVII.
En Argentina la elección de Bergoglio fue criticada por su presunta complicidad en secuestros de dos sacerdotes jesuitas durante la dictadura.
LB: Yo sé que, en general, la Iglesia argentina no fue profética en denunciar el terrorismo de Estado. Pese a esto, hubo obispos como (Enrique) Angelleli, que murió de manera siniestra, (Jorge) Novak, (Jaime) De Nevares y Jerónimo Podestá, entre otros, que claramente fueron críticos.
Pero con referencia a Bergoglio, prefiero creer en Adolfo Pérez Esquivel, premio Nobel de la Paz, y en la exintegrante de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Graciela Fernández Meijide) que califican esa acusación de calumnia. No encontraron ni una vez el nombre de Bergoglio en documentos o denuncias.
Al contrario, salvó a muchos escondiéndolos en el Colegio Máximo de San Miguel. Además, va contra su carácter ya conocido, de hombre fuerte y tierno a la vez, pobre y que continuamente denuncia las injusticias sociales existentes en Argentina y la necesidad de justicia y no de filantropía.
Finalmente, lo que interesa no es Bergoglio y su pasado, sino Francisco y su futuro.
¿Por qué usted pasó por alto este tema en sus declaraciones iniciales?
LB: Es un asunto polémico y hay que conocerlo bien. Las versiones son contradictorias. Yo no hablo sobre cosas que no tengo claras. Y me pregunto: cuál es el interés de algunos grupos por levantar esta cuestión en lugar de discutir la grave crisis de la Iglesia y su sentido de cara a la crisis de la humanidad.
Tal vez, esto lo concedo, pudo haber sido ser más profético, como fueron en Brasil el obispo Hélder Câmara y el cardenal Paulo Evaristo Arns. Pero aquí el Estado es laico y está separado de la Iglesia. En Argentina el catolicismo es la religión del Estado, lo que dificultó pero no impidió que hubiera resistencia y denuncias de una parte de la Iglesia.
¿Omisión no es pecado?
LB: La cuestión no es responder si es pecado o no. Esto es un tema de religión. La cuestión es política y para mí es de qué lado está la persona: ¿del lado de los pobres, de los que sufren desigualdades perversas? ¿O del statu quo que quiere crecimiento ilimitado y una cultura del consumo? En 1990 había un cuatro por ciento de pobres en Argentina. Ahora son el 33 por ciento.
Bergoglio se puso de parte de esas víctimas y vive reclamando justicia social. Si no entendemos esto, nos estamos desviando del punto central.
Usted atribuyó su elección del nombre Francisco a «la desmoralización» de una «Iglesia en ruinas» por los escándalos. ¿Cómo debería expresarse en la práctica ese nombre?
LB: Él ha dado señales de otro tipo de papado, sin símbolos de poder ni privilegios. Un papa que paga sus cuentas en el hotel, que va en un sencillo automóvil a rezar a la basílica de Santa María la Mayor y visita a escondidas a su amigo, el cardenal Jorge Mejía, que enfermó en Roma..., son gestos que el pueblo entiende.
Estoy seguro de que con referencia a los pedófilos y a los delitos financieros será más jesuita que franciscano, enérgico y radical, porque tal como está la Iglesia, no se puede continuar.
El nuevo pontífice creyó ver la «mano del Diablo» en cuestiones como la despenalización del aborto y el matrimonio homosexual en Argentina y se ha enfrentado por eso al gobierno. ¿Debemos anticipar un papa más o igual de conservador en estos temas de doctrina?
LB: Estos temas están prohibidos por el Vaticano. Nadie podría alejarse de la postura oficial. Yo espero que Francisco, como papa, habilite una larga discusión de todos estos temas, porque son parte de la vida real del pueblo y de la cultura nueva que está naciendo, especialmente la cuestión del celibato y de la moral sexual.
Esto no significa que la Iglesia renuncie a sus posturas de fondo, pero sí que discuta dentro del campo democrático, y tendrá que respetar lo que se decida democráticamente. Lo bueno de la democracia es que impide imposiciones de arriba hacia abajo y permite que se escuchen opiniones distintas, aun cuando no salgan victoriosas.