Puede que muchos no sepan que, por todo el Caribe, el huracán Sandy acabó con 135 vidas y causó un daño similar y, en algunos casos, incluso mayor que en Estados Unidos. Es todavía menos probable que se sepa que Asia también fue azotada por ciclones tropicales o que hayan oído hablar de las inundaciones en Argentina, Somalia o Indonesia en ese mismo período.
El mes de octubre de 2012 es un claro ejemplo de la realidad que vive nuestra aldea global. Más del 90 por ciento de los desastres que ocurren en el mundo pasan desapercibidos, en silencio. Son demasiado pequeños, incómodos o quedan eclipsados por otros acontecimientos. Sin la atención del público y de los medios de comunicación, suelen pasar inadvertidos al radar de la comunidad de donantes.
Sin embargo, estos desastres no son silenciosos para los millones de personas a los que afectan. A modo de ejemplo, en Malawi, alrededor de dos millones de personas, el 12 por ciento de la población, se enfrentan a una crisis alimentaria en estos momentos. En Lesoto, 725.000 personas, lo que representa un tercio del país, hacen frente a la misma situación.
Las cifras son verdaderamente alarmantes. El Centro de Investigación sobre Epidemiología de los Desastres (CRED) informó de que en 1992 se produjeron 221 desastres que afectaron a 78 millones de personas y se calcula que provocaron unas pérdidas económicas de 70.000 millones de dólares. Casi 20 años después, en 2011, estas cifras se dispararon a 336 desastres naturales por todo el mundo, 209 millones de víctimas y una factura de casi 366.000 millones de dólares. ¿Cuántos años representa esto en términos de pérdida de nivel de desarrollo para los países y sus ciudadanos? En resumen, los desastres que suceden por todo el planeta son cada vez más frecuentes, más graves y de mayor coste cada década y no se ve el fin a la vista.
Con los efectos del cambio climático, la urbanización y la degradación medioambiental, en 2015 se calcula que 375 millones de personas sufrirán el azote de fenómenos climáticos devastadores, lo que supone un aumento del 79 por ciento respecto a 2011.
No es ninguna coincidencia que la Dirección General de Ayuda Humanitaria y Protección Civil de la Comisión Europea, la mayor proveedora de fondos humanitarios del mundo, y la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja, a la que pertenece Cruz Roja Española, parte de la mayor red humanitaria del mundo, se centran hoy en los desastres silenciosos. Durante muchos años, hemos trabajado conjuntamente en la primera línea de desastres de todo tipo, incluidas los que eran el punto de mira de los medios de comunicación y los que no.
Queremos destacar que los desastres, visibles o invisibles, son parte de nuestras vidas. En el presente y en el futuro. Los problemas pueden parecer grandes y complejos pero las soluciones están a nuestro alcance. Incluso durante esta época de austeridad económica, recortar los presupuestos destinados a ayuda humanitaria equivaldría a dar la espalda a una realidad costosa que nos afecta a todos y sentenciar las vidas de millones de familias afectadas por los desastres.
Es importante seguir fomentando un enfoque que se centre en la adaptación al entorno cambiante y en el desarrollo de resiliencia entre los que tienen más probabilidades de sufrir sus efectos. No debería dejarse a las personas a merced de una ola que todo lo arrasa, una cosecha fallida o un hogar que se va a derrumbar con un mínimo temblor.
Nuestra función y compromiso es crear una conciencia a escala mundial sobre la necesidad de apoyar más a las comunidades, en especial en zonas proclives a desastres. Entonces, las familias serían capaces de abordar mejor estos golpes a menudo impredecibles y recurrentes y recuperarse de ellos con mayor rapidez.
Debemos seguir canalizando más apoyo hacia las medidas preventivas y reforzar las capacidades locales para hacer frente a las crisis, en lugar de centrarnos sistemáticamente en el despliegue de recursos tras suceder el desastre. Este enfoque ha demostrado ser más rentable y tiene una repercusión más duradera entre las familias, comunidades y gobiernos.
La conclusión es que debemos cambiar nuestra forma de pensar y adaptarnos a la actual realidad en la que está presente el aumento en número de desastres y su devastador impacto en la vida de las personas. Hacemos un llamamiento al público para que sea la voz de aquellos golpeados por desastres silenciosos, que no tienen voz. Podemos marcar la diferencia ante la indiferencia.
* Kristalina Georgieva, Comisaria de la UE de Cooperación Internacional, Ayuda Humanitaria y Respuesta a las Crisis, Comisión Europea
* Bekele Geleta, Secretario General, Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja