Así lo conocí en su casa, el piso 13 de un edificio de la Ciudad de los Periodistas, cuando lo entrevisté en 2006 para TVE, una casa en la que se apiñaban en atractivo desorden fotografías, recuerdos y trofeos. A pesar de todo, su espíritu corría inquieto por internet y por las redes sociales y su blog tenía una actividad poco común en personas de su edad.
Una vida dedicada al periodismo
En 1957 Enrique Meneses perseguía a Chinina, un amor de juventud que se había trasladado a Costa Rica, y aprovechó que se estaba construyendo un túnel bajo la bahía de La Habana para proponer a «París Match», la revista para la que trabajaba, un reportaje sobre este tema.
De Cuba pensaba saltar a Costa Rica en uno de los vuelos regulares a este país, pero en el avión se enteró de que unos guerrilleros revolucionarios barbudos acechaban en Cuba al régimen del dictador Fulgencio Batista desde su escondite en las montañas de Sierra Maestra y en ese mismo momento se propuso conocerlos.
Tras una serie de aventuras azarosas y la complicidad de «Deborah» (Vilma Espín, más tarde esposa de Raúl Castro) llegó hasta donde estaban los guerrilleros y se ganó la confianza de Fidel Castro, Che Guevara, Camilo Cienfuegos y sus compañeros revolucionarios. Convivió con ellos varias semanas (de diciembre de 1957 a enero de 1958) compartiendo sus sueños y sus necesidades y de esta relación salió el más importante reportaje fotográfico sobre el germen de la revolución cubana.
A Enrique Meneses se le conoce sobre todo por estas fotografías tomadas a los guerrilleros de Fidel Castro en Sierra Maestra cuando preparaban la ofensiva final contra el régimen de Fulgencio Batista. Sin embargo es injusto que estas imágenes hayan eclipsado una carrera de fotoperiodista iniciada muchos años antes de este acontecimiento y prolongada durante muchos años después.
La editorial La Fábrica acaba de publicar «Meneses. La vida de un reportero», un libro en el que trabajó durante los últimos meses de su vida, que viene a hacer justicia a una obra fotoperiodística en gran parte ignorada. Completa de alguna manera el excelente documental «Oxígeno para vivir», de Georgina Cisquella, estrenado en 2012.
Vida primera. Pasión por el fotoperiodismo
Hijo de un periodista exiliado en Biarritz durante la guerra civil, Enrique Meneses vivió desde su infancia la cercanía de la profesión. Cuando tenía 17 años se enteró de que el torero Manolete había sufrido una grave cogida en la plaza de Linares. Sin dudarlo, cogió un taxi desde Madrid para cubrir la información de la muerte del torero para la agencia de su padre. Aquella fue su primera crónica importante y la ocasión para darse a conocer como periodista, aunque los toros no fueran su especialidad.
La atracción que siempre sintió por África le decidió en 1954 a viajar a Egipto para conocer este país y escribir sobre el continente para los diarios «Informaciones» y «ABC». Fue testigo del nacimiento del Egipto de Nasser y cubrió las noticias que se generaban desde El Cairo durante los primeros años del régimen.
Desde allí atravesó el continente hasta Ciudad del Cabo, de cuya experiencia salió el libro «Del Cairo al Cabo». En 1956 cubrió la guerra del canal de Suez (en la que murió Chim, el gran fotógrafo de la Agencia Magnun) para la revista francesa «Paris Match» y al año siguiente tuvo lugar su gran aventura con los revolucionarios cubanos.
Antes, en 1957, había sido enviado a Iraq para informar del asesinato del rey Faisal II y dos años después entrevistó al Dalai Lama durante un viaje a La India para cubrir la visita del líder soviético Nikita Kruschev. Los sesenta van a ser los años de oro de su fotoperiodismo. Cubrió la cumbre de Viena de 1961 para la revista alemana «Stern» y, desde Nueva York, donde se había instalado, consiguió para su agencia Delta Press exclusivas fotográficas de la familia Kennedy, que acababa de ganar las elecciones.
Desde los Estados Unidos vivió la crisis de los misiles de 1962 y en 1963 cubrió en Washington la marcha por los derechos humanos de Martin Luther King, a quien fotografió durante su famoso discurso de «Yo tengo un sueño...». Y una fotografía para la historia: Bob Dylan, Pete Seeger y Joan Baez, juntos en el concierto que se celebró tras las manifestaciones (el libro de La Fábrica se abre con un desplegable de esta imagen).
En esta misma ciudad cubrió los funerales de John F. Kennedy tras su asesinato en Dallas en noviembre de 1963 y asumió la responsabilidad de trasladar a París, junto con sus fotografías, dos bolsas con los carretes de varios de sus compañeros de diversos medios, para lo que tuvo que tomar un avión en una enloquecida carrera que casi le cuesta la vida. A estas alturas es difícil imaginar que las fotografías llegasen así a las redacciones de las revistas y los periódicos, pero entonces no existía la tecnología para enviarlas de otra manera y la confianza profesional era un valor aún no deteriorado.
En Nueva York hizo las fotografías de los manifestantes antifranquistas que protestaban en esta ciudad por el fusilamiento de Julián Grimau. Y en Europa estuvo en la cobertura de importantes bodas como la de Balduino y Fabiola en 1960 y la de los príncipes de España en 1962. En Nueva York, además del fotoperiodismo, practicó el retrato de celebridades: Cassius Clay, Alfred Hitchcock, Charles Aznavour, Anthony Perkins, Marlon Brando, Picasso... Dalí le pidió personalmente que cubriese la llegada a la ciudad de los rascacielos de su cuadro «La batalla de Tetuán» a bordo del «Virgen de Covadonga» y realizó un reportaje con el pintor por las calles de la ciudad.
Vida segunda. La tentación televisiva
A su regreso a España después de su experiencia americana, Meneses empieza a colaborar con TVE en el programa de reportajes «A toda plana», sustituyendo temporalmente el fotoperiodismo por la imagen en movimiento y el impacto mediático que la pequeña pantalla suponía para la profesión periodística.
Junto a esta nueva actividad se embarcó en aventuras más o menos afortunadas: una revista del corazón («Miss»), otra de información general («Cosmópolis»), el lanzamiento desafortunado del «ABC de las Américas»... y vuelta a la televisión. Ahora con «Los reporteros», un nuevo programa de reportajes que se ha ganado a pulso el calificativo de histórico. No es para menos. Junto a Meneses, nombres que han hecho el mejor periodismo audiovisual de esos años: Miguel de la Quadra-Salcedo, Javier Pérez Pellón, Jesús González Green, Ángel Marrero, Manolo Alcalá, Fernando de Giles...
En la segunda mitad de los años setenta Meneses aparca el fotoperiodismo para dedicarse a la gestión de medios. Es responsable de la sección de Internacional de «Cambio 16» y dirige las revistas «Lui», «Cosmopolitan» y «Playboy». También un programa de Radio Nacional de España, «Los aventureros».
Su fascinación por el continente africano continúa tan fuerte como en sus primeros años y en 1983 prepara, nuevamente para TVE, el programa «Los Robinsón en África», una expedición de cuatro meses en la que jóvenes de entre 14 y 18 años recorrieron África en su compañía a bordo de un Land Rover.
Vida tercera. Oxígeno para vivir
En los años noventa estalló la guerra en la antigua Yugoslavia. Uno de los acontecimientos más dramáticos fue el cerco a la ciudad de Sarajevo y allí estaba nuevamente Enrique Meneses, a los 64 años, con un enfisema pulmonar, cargando con su bolsa llena de cámaras y de carretes, ataviado con casco y chaleco antibalas, como freelance, despidiéndose de una profesión que le había proporcionado la más impagable de las experiencias: «He querido estar donde se hacía Historia para sentirla en mis carnes», escribió en sus memorias, publicadas con el título de «Hasta aquí hemos llegado» (Ediciones del Viento).
En Split casi tuvo que volverse por no tener acreditación de periodista, pero gracias a su viejo carné de la UNEF, que conservaba desde su estancia en Egipto en 1956, pudo entrar en el país. En «Hasta aquí hemos llegado» escribe: «Mis pulmones ya no respondían como antaño. Me faltaba aire... Sarajevo llevaba 15 meses de infierno. No había electricidad ni agua, ni teléfono, ni comida... y cada día tenía que subir varias veces las escaleras que llevaban a la habitación del sexto piso del hotel Holyday-Inn.
Había dos caras de la humanidad presentes en Sarajevo. El heroísmo de algunos, la bajeza de otros, la cobardía de unos pocos, los niños jugando a la guerra con improvisadas armas de madera... Regresé a Madrid tras una semana en el infierno. Los zambombazos de la artillería serbia y el tracatrac de las ametralladoras bosnias estaban incrustadas en mi cabeza mientras a mi alrededor centenares de españoles emprendían vuelo en Barajas hacia sus vacaciones veraniegas. Un contraste con tres horas de diferencia».
Fue su última aventura y la ocasión para conocer a los nuevos profesionales que siguiendo su ejemplo y el de otros muchos reporteros, arriesgan sus vidas para que los ciudadanos sepamos qué ocurre en lugares en los que casi nadie quiere estar. Allí conoció a Enric Martí, a Julio Fuentes (quien poco después murió en Afganistán), a Alfonso Armada, a Gervasio Sánchez... una nueva generación de reporteros con quienes selló una amistad que sólo interrumpió la muerte.