Las demandas ahora giran en torno a un proyecto de ley propuesto por el Ministerio de Salud para exigir a las farmacias que solo vendan el anticonceptivo oral conocido como la «píldora del día después» a las personas que presenten receta médica, una práctica poco común en este país para la mayoría de medicamentos que se venden al público.
El gobierno del conservador Partido por la Justicia y el Desarrollo (AKP) alienta a las mujeres a tener por lo menos tres hijos para mantener el crecimiento de la población.
Organizaciones feministas arguyen que la iniciativa forma parte de un intento del gobierno de imponer valores tradicionales sobre su estilo de vida y que no hará más que reforzar el estereotipo de mujer turca «ideal», al tiempo que estigmatizará a quienes se alejen de esa imagen.
«No puedo pedirle receta al médico de familia porque es un asunto reservado», se lamenta Merve Kosar, de 26 años.
En Turquía, la mayoría de los medicamentos se pueden comprar directamente en la farmacia y sin receta. Pero la obligación de contar con una prescripción del médico de familia, quien puede informar a los parientes, supone una presión mayor sobre las mujeres para que se ajusten a las costumbres conservadoras.
A las mujeres como Kosar, que a conciencia deciden mantener relaciones sexuales antes del matrimonio, les preocupa tener menos opciones para evitar embarazos no deseados.
Casi el 34 por ciento de las mujeres consultadas para la Encuesta de Demografía y Salud de 2008, que habían estado casadas o lo estaban en el momento del sondeo, dijeron usar la píldora del día después como anticonceptivo.
Pero hay grandes posibilidades de que el parlamento apruebe el proyecto este año dentro de un paquete más amplio de reformas. Preocupadas por esto, las organizaciones de mujeres sostienen que el solo anuncio ya desalentará la demanda en las farmacias.
El diario Hurriyet Daily News citó un comunicado del Ministerio de Salud que decía: «Las hormonas del crecimiento, los antibióticos, los antidepresivos y los antihistamínicos» deben venderse con receta médica para disminuir su uso incorrecto».
Según Zerrin Guker, un farmacéutico del barrio comercial de Karakoy, que vende entre 15 y 20 cajas mensuales de la píldora del día después, algunas clientas la usan mal, pues la compran varias veces por semana, lo que puede tener efectos secundarios en el plano hormonal.
Elif, una manifestante de 27 años que no quiso dar su apellido por temor a represalias, contó que una vez tuvo coágulos y náuseas después de usar ese método de emergencia. Pero igual cree en el derecho de las mujeres a decidir, y opina que la iniciativa para limitar su venta libre se propone impedir que las mujeres solteras tengan relaciones sexuales.
«A la mayoría de las mujeres les da vergüenza comprar tampones u otros productos femeninos», dice, y añadió que la vergüenza está arraigada en la sociedad.
La prolongada lucha por revertir esas actitudes muestra resultados lentamente. Desaparece poco a poco, por ejemplo, el ideal de abstinencia hasta el matrimonio, y las mujeres denuncian problemas con los hombres, como acoso e insultos sexistas, práctica que ha llegado al propio movimiento Ocupa Gezi.
Unas 100 mujeres se reunieron este mes en el parque Yogurtçu, en el distrito de Kadikoy, para compartir experiencias vividas en Gezi.
Una manifestante contó que una noche un borracho le tocó el trasero y que quienes presenciaron la escena lo justificaron porque estaba alcoholizado.
Otra mujer leyó una lista de quejas contra el AKP, entre las que se destacan los intentos por deshacerse de los vestidos cortos, prohibir los abortos y «mantener a las mujeres en casa».
Hace un año, el primer ministro Recep Tayyip Erdogan pidió mayores restricciones en materia de salud reproductiva mediante un proyecto de ley que redujera el plazo para interrumpir los embarazos de entre 10 y ocho semanas.
«No hay diferencia entre matar al feto en el útero materno o a una persona después de su nacimiento», dijo Erdogan el año pasado frente a un grupo de mujeres dirigentes en Ankara.
Sus comentarios enojaron a mucha gente. Entre 3.000 y 4.000 manifestantes, la mayoría mujeres, marcharon en junio contra el proyecto de prohibición del aborto en Kadikoy, con pancartas donde se podía leer: «Es mi cuerpo, ¿quién eres tú?».
Cuando se legalizó la interrupción del embarazo en 1983, la Encuesta de Demografía y Salud concluyó que el 37 por ciento de las mujeres casadas consultadas se habían practicado por lo menos un aborto. En 2008 se registraron más de 14 cada 1.000 mujeres.
Todavía no hay una fuerte respuesta popular al anuncio de limitar la venta de los anticonceptivos de emergencia, pero muchos creen que terminará por avivar las tensiones que se vienen gestando desde hace años.
Ayse Dunkan, periodista y activista, cree que la protesta crecerá y que habrá más gente que se rebele contra «el concepto conservador de que las mujeres deben quedarse en casa y criar a sus hijos».
Ese ideal hizo que Turquía sea el segundo país con mayor crecimiento de la población, después de China.
Selime Buyukgoze, voluntaria de Mor Cati, una red de mujeres maltratadas con sede en Estambul, califica la propuesta de «problemática», pues la píldora del día después debe tomarse dentro de las 72 horas posteriores a haber mantenido relaciones sexuales sin protección, y muy pocas podrán ver a su médico en ese breve lapso.
Pero al igual que muchas mujeres, ella teme que los médicos rompan la confianza entre médico y paciente informando a otros miembros de la familia.
Ahmet Kaya, médico de familia que atiende a unas 150 personas por semana, criticó esa opinión. «Si la paciente no quiere que se informe a los parientes, no le corresponde al profesional tomar esa decisión», nos dijo.
Por ahora, las farmacias siguen vendiendo la píldora del día después sin pedir receta médica.