En buena parte del mundo árabe, la participación de las mujeres en la fuerza laboral es la más baja del planeta, según la ONU, y es raro encontrarlas en la política en Medio Oriente y el norte de África.
Tal vez una de las pocas excepciones sea Argelia, según Lakshmi Puri, directora ejecutiva adjunta de ONU Mujeres.
Esa nación del norte de África alcanzó la masa crítica de un 30 por ciento de mujeres en el parlamento, mientras que Arabia Saudita les ha dado la bienvenida en el Consejo de la Shura.
De todos modos, el promedio regional de mujeres legisladoras apenas supera el 12 por ciento, por lo que el mundo árabe está muy lejos de la media mundial, ya bajo, del 20 por ciento, según cifras de la ONU.
Ante la pregunta de si esto se debe a factores culturales o religiosos, Puri dice que «no es fácil señalar una sola causa para la baja participación de las mujeres en la fuerza laboral y en la política en el mundo árabe y, más ampliamente, en todo el mundo».
Según ella, no hay duda de que arraigados estereotipos de género y normas sociales que perdonan la discriminación contra las mujeres desempeñan un papel negativo, pero subraya que también hay que tener en cuenta otros factores.
Entre ellos, por ejemplo, el acceso a la educación y la calidad de la misma, las oportunidades para conciliar la vida profesional o política con las responsabilidades familiares, la estructura general del mercado laboral y la prevalencia de la violencia contra las mujeres.
Cuando representantes de organizaciones femeninas se reúnan la semana próxima en Nueva York, uno de los muchos asuntos a plantear ante la Comisión de la ONU sobre el Estatus de la Mujer será su baja participación en el trabajo y en la vida política y social en todo el mundo.
La Comisión, que celebrará sus sesiones anuales entre el 10 y el 21 de este mes, es el principal organismo político intergubernamental sobre igualdad de género y promoción de los derechos de las mujeres.
Este año, sus reuniones se centrarán en los desafíos y logros en la implementación de los Objetivos de Desarrollo de la ONU para el Milenio, especialmente para las mujeres y las niñas.
«No debemos dar por sentado que la baja participación en los espacios públicos –político y económico– se debe a valores culturales o religiosos 'arraigados'», nos dice Sanam Anderlini, cofundadora de la Red de Acción por la Sociedad Civil (ICAN) e integrante del Centro para los Estudios Internacionales del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT).
«No hay duda de que la cultura y la religión desempeñan algún papel, pero el hecho es que en los últimos 30 años, y particularmente en la última década, hemos visto una creciente marea de fuerzas muy conservadoras en la región –en gran medida apoyadas por los propios gobiernos regionales– que están promoviendo una agenda regresiva en relación a las mujeres», añade.
Anderlini señala que no hay que olvidar que Egipto tuvo un movimiento feminista en el siglo XIX.
Puri ha hecho una lista de varios factores que perjudican a mujeres y niñas.
Entre ellos destaca los códigos familiares y sistemas paralelos tradicionales, tanto legales como de justicia, que les niegan a las mujeres los derechos de propiedad y herencia, les impiden el acceso a recursos productivos, sancionan la poligamia y los matrimonios precoces, y las ponen en desventaja ante el matrimonio y el divorcio.
Al mismo tiempo, es esencial abordar las interpretaciones negativas de la religión o la cultura que no solo condonan sino que también perpetúan los mitos sobre la desigualdad inherente entre hombres y mujeres y justifican la discriminación de género.
«Como hemos señalado en ONU Mujeres, junto con muchas organizaciones religiosas y de otro tipo, la igualdad entre mujeres y hombres fue defendida hace siglos en la región árabe», dijo Puri. Además, gobiernos y demás actores, entre ellos la sociedad civil, tienen que implementar un entorno que permita aumentar la participación de las mujeres en todas las esferas de la vida.
Anderlini señala que en el mundo árabe, como en cualquier otra parte del planeta, siempre hay diferentes fuerzas culturales que operan en simultáneo: las conservadoras y las progresistas. Pero en el mundo árabe, las fuerzas conservadoras buscan eliminar o desacreditar los logros obtenidos en el pasado.
«Les gusta asociar 'derechos femeninos' con inmoralidad y occidentalización. Se trata de una agenda política clara que se fomenta y no debemos sucumbir a la noción de que es 'cultural' o 'religiosa'», dice Anderlini, quien el año pasado fue nombrada al frente del Grupo de Trabajo sobre Género e Inclusión de la Red de Desarrollo Sostenible para la agenda económica posterior a 2015 de la ONU.
También señala que el Islam reclama iguales derechos a la educación para mujeres y hombres, así como un salario igual y el derecho femenino a la herencia y la participación en la vida pública.
«Lo que se propaga son interpretaciones extremas del Islam que pueden estar arraigadas en países como Arabia Saudita, pero que son más nuevas para Egipto, Túnez o Líbano», advierte.
A la pregunta de cómo puede promoverse la participación femenina en el mundo árabe, Puri nos dice: «Como en cualquier otra parte, lograr promover la participación de las mujeres en las esferas política, económica y social en los estados árabes requiere intervenciones a múltiples niveles».
Primero, es necesario implementar una reforma de las constituciones y leyes, así como de los sistemas legal y judicial tradicionales, y crear un entorno político propicio, basado en las normas e instrumentos internacionales sobre derechos femeninos, como la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Contra la Mujer y la Plataforma para la Acción presentada en 1995 en Beijing.
Este entorno no solo debería permitir, sino también alentar a las mujeres a participar en la fuerza laboral y en la vida pública. Debería incluir medidas especiales temporales, como cuotas en todas las instituciones públicas. Educación, capacitación y creación de habilidades también es esencial.
En la fuerza laboral, conciliar las responsabilidades familiares con la vida profesional es algo que debe abordarse, pues las mujeres todavía asumen la mayor parte del trabajo doméstico y de cuidados en el hogar, según Puri.
Esto debe incluir prácticas y disposiciones efectivas en materia de licencia por maternidad, así como cuidados infantiles baratos y accesibles y otras estructuras de cuidados, e incentivos para que hombres y niños jueguen un rol mayor en las tareas domésticas, como una licencia paternal obligatoria, añade.
El entorno político también debe centrarse en prevenir la violencia contra las mujeres en el hogar, así como el acoso en los lugares de trabajo y los espacios públicos, a fin de que tanto ellas como las niñas no teman ninguna repercusión negativa por participar en la vida pública.
Segundo, dice Puri, tiene que producirse un cambio vertical desde las bases.
«Esto significa cambiar las arraigadas mentalidades patriarcales, y apartarse de actitudes y creencias que se centran en el papel reproductivo de las mujeres (para pasar a) los roles femeninos productivos y públicos».