La capital de Qatar, llena de rascacielos, está muy lejos del hogar de Cecilia Kibe, en el distrito keniano de Turkana, un área aislada y gravemente afectada por los efectos del cambio climático. Gracias a la Fundación Mary Robinson-Justicia Climática, esta agricultora y socióloga ha podido viajar a la COP 18, que se desarrolla desde este lunes en Doha, y escuchar cómo científicos, investigadores y representantes de los gobiernos discuten casos como el de su distrito, habitado en su mayoría por comunidades nómadas.
Kibe tiene una misión: reunir toda la información posible para compartirla luego con las mujeres de su comunidad. Turkana fue una de las áreas más afectadas por la sequía que azotó al Cuerno de África en 2011. Según Oxfam International, la escasez de lluvias de los últimos cinco años ha perjudicado severamente a las comunidades.
En 2011, la agencia de noticias de la Organización de las NacionesUnidas IRIN, informaba: «Turkana presenta tasas de desnutrición de hasta un 37,4 por ciento, las más altas registradas en 20 años y más del doble del umbral de emergencia fijado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), del 15 por ciento».
En su distrito, Kibe administra una red de intercambio de información que ella misma inició porque se negó a admitir que las mujeres de su aldea pasaran hambre por perder sus cosechas debido a la persistente sequía. «La mayoría de las mujeres en las comunidades rurales africanas todavía atribuyen el impacto del cambio climático a diferentes mitos, como el de que Dios está enojado con la población», nos dice Kibe. «Trabajo con 4.000 voluntarias que educan a las demás integrantes de sus comunidades y las ayudan a adoptar estrategias de adaptación».
Kibe bautizó a su organización como Mujeres Voluntarias de Kenia por la Justicia Climática, y ahora prevé expandir la red para beneficiar a más de 3.000 hogares. «Las mujeres identifican sus áreas de necesidad y, sobre la base de la información que yo recibo en conferencias internacionales como esta, iniciamos proyectos para afrontar esos desafíos», explica.
Los proyectos están financiados por la Fundación Mary Robinson-Justicia Climática. Kibe lamenta que el contenido generado en conferencias como la COP 18 no se traslade a las personas más afectadas por el recalentamiento del planeta. «Necesitamos reunir información en esta conferencia para ayudarles a entender exactamente lo que está ocurriendo», subraya.
Una de las mayores preocupaciones de Kibe es la inseguridad alimentaria. La producción de mandioca, cultivo tolerante a la sequía, ha sido identificada como una importante herramienta para combatir el problema. Anteriormente, la población del distrito de Turkana se dedicaba fundamentalmente al cultivo de maíz, que por lo general no prosperaba por la falta de lluvias.
Otro problema apremiante es la escasez de recursos hídricos, señala Kibe. Mujeres, niños y niñas deben caminar largas distancias para recolectar agua, que muchas veces está contaminada. «Instalamos un sistema de purificación de agua que funciona con energía solar. Utiliza un pequeño aparato que fácilmente limpia el agua cuando se coloca al sol. Es solo apretar un botón», explica.
Además, se insta a las mujeres a plantar cinco árboles cada una para contrarrestar las emisiones de dióxido de carbono. «La transferencia de conocimiento es muy importante porque sabemos que, además de adaptarse, las mujeres también necesitan mitigar los efectos del cambio climático con tecnologías inteligentes para su agricultura y sus fuentes de energía doméstica», opina la investigadora Trish Glazebrook, de la Universidad de estadounidense de Texas.
La científica dice que las mujeres de África subsahariana no solo son víctimas del recalentamiento planetario, sino también generadoras del fenómeno porque carecen de tecnología que mejore sus métodos de cultivo, y siguen dependiendo de la agricultura, un sector que contribuye a las emisiones globales.
Pero Robinson, que fue la primera presidenta de Irlanda (1990-1997), señala que la historia de Kibe es un ejemplo de por qué las mujeres necesitan una adecuada representación en la COP 18. «Muchas mujeres rurales como Cecilia están haciendo un gran trabajo en el terreno a favor de la adaptación, pero son muy poco reconocidas y trabajan con recursos limitados», lamenta Robinson.
Al hablar en Doha con motivo del Día de la Igualdad de Género, el pasado domingo Robinson llamó a una participación más activa de las mujeres en la conferencia. Durante más de 10 años, organizaciones de mujeres han instado a que la igualdad de género fuera contemplada en la COP. «Necesitamos un mayor equilibrio de género en todos los organismos de la Convención, e incluso en la participación» de la conferencia, añadió.
La secretaria ejecutiva de la Convención, Christiana Figueres, coincidió: «Es muy insensato no ampliar la participación de un grupo que representa al 50 por ciento de la población mundial». También se mostró orgullosa de que un texto sobre género fuera incluido en el proceso de la Convención, aunque admitió que las palabras deberían traducirse en acciones.
Por su parte, la ministra de Ambiente de Mozambique, Alcinda Abreu, opinó que la sociedad global necesita cambiar de mentalidad para permitir que las mujeres contribuyan de forma significativa en
todos los niveles del proceso sobre el cambio climático. «Las estrategias de adaptación deben priorizar a los agricultores, particularmente a las mujeres que se dedican fundamentalmente al cultivo de subsistencia, y a las comunidades en las que viven».
En tanto, el asesor especial de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, François Rogers, nos dijo que las mujeres de todos los sectores pueden ser capacitadas para participar en los procesos de elaboración de políticas, tanto a nivel local, como regional e internacional. «No se trata solamente de cumplir con cuotas. Debemos asegurarnos de que ellas ganen confianza y entiendan los temas para que puedan participar plenamente en la toma de decisiones».