Las grullas, esas aves cuyo peregrinar por los cielos de Europa marca la llegada del otoño y la primavera, están cambiando sus hábitos migratorios y se demoran en el norte, tanto como tarda el frío en llegar. Lo mismo está ocurriendo en España. Las grullas suelen hacer un alto en su migración hacia el sur en la Laguna de Gallocanta, Aragón. Este año las temperaturas son tan agradables que excepcionalmente unas 30.000 se han quedado, para deleite de los turistas que cámara de fotos en mano van a visitarlas.
BERLÍN, (IPS) - La temperatura media de noviembre en Alemania este año ha sido de cinco grados centígrados, más de un grado por encima del promedio habitual para ese mes. Algunos mediodías el termómetro llegó a 20º, lo que explica que las aves hayan preferido pasar el otoño y el inicio del invierno en tierras germanas.
Es el caso de la grulla común (Grus grus), que hasta hace unos años solía emigrar en septiembre desde su hábitat de la primavera y el verano europeos en Finlandia, Suecia y Rusia, hacia el sur, Extremadura en España, e incluso hasta la región del Sahel, en el norte de África. Pero el cambio climático está alterando las migraciones naturales.
Ante las temperaturas relativamente altas que registra el norte de Alemania en los últimos años, en particular el nororiental estado federal de Brandenburgo, decenas de miles de grullas retrasan su partida por casi dos meses.
El fenómeno provoca conflictos entre los campesinos de la región -que ven cómo sus campos son ocupados por las aves y sus pueblitos invadidos por miles de turistas que llegan a fotografiarlas- y organizaciones ambientalistas, que buscan optimizar las condiciones locales para albergar a las grullas sedentarias.
Tres décadas atrás, «unos cuantos cientos de grullas pasaban un par de semanas en nuestra región», describió Hans Wagner, un anciano campesino que ha pasado toda su vida cerca del pueblecito de Linum, unos 25 kilómetros al noroeste de Berlín. «Pero hoy, a veces hay más de 50.000». Esa masiva presencia provoca problemas. «Las grullas ocupan nuestros campos, en el invierno comen nuestras semillas, en la primavera los cogollos, y hacen un ruido insoportable», se quejó Wagner.
Por si fuera poco, se han convertido en una atracción turística. En septiembre, los apenas 700 habitantes de Linum vieron pasar a unos 30.000 turistas, muchos armados de formidables aparatos fotográficos para captar el majestuoso vuelo colectivo de las grullas. «En el pueblo no hay espacio para tantos autos y autobuses», advirtió Wagner.
En reacción a la invasión avícola, campesinos como él han instalado sistemas de alarma, algunos de ellos con detonación de bombas, para espantar a las grullas.
Mientras tanto, los ambientalistas procuran transformar campos de la región en hábitat óptimos para las aves -que viven en cenagales y áreas pantanosas- inundándolos en septiembre y abril para adaptarlos a sus necesidades.
«La región alrededor de Linum es hoy día el hábitat más grande de Alemania para las grullas en su migración hacia y desde el sur», nos dijo el ornitólogo Henrik Watzke, de la organización Nature and Biodiversity Conservation Union(NABU).
Watzke, coordinador de la oficina de NABU en Linum, confirmó que algunos días de septiembre y octubre, la cantidad de grullas en torno de la aldea superó los 80.000 ejemplares. «Las condiciones aquí son ideales», explicó. «La temperatura en el otoño ha aumentado, la agricultura regional, principalmente de maíz y de trigo, provee alimento suficiente para miles de aves, y abundan también los ríos y lagos, que permiten crear pantanos por unas semanas al año para proteger por las noches a las aves de animales predatorios, como zorros y mapaches», se explayó.
Pero Watzke niega que la masiva presencia de aves sea un problema para los campesinos, una posición polémica en Linum. «Unos cuantos tipos que se creen muy inteligentes esperan que nosotros sacrifiquemos nuestras tierras y nuestros cultivos para permitir a las grullas vivir aquí varios meses al año», replicó Heinz Wacker, otro campesino local.
Varios protestan contra una nueva ordenanza que establece transformar 700 hectáreas de terreno, hoy utilizadas para pastorear ganado, en una zona protegida para las grullas. Los predios pertenecen a la empresa agropecuaria Rhinmilch. «Si perdemos estos terrenos, tendríamos que cerrar», dijo el gerente de la compañía, Jens Winter.
Además, agregó, los ambientalistas no se dan cuenta de los costos que provoca la permanencia de las aves. «Una grulla come unos 300 gramos diarios de grano. Es decir, 80.000 grullas comen 24 toneladas de grano al día. Además, en la primavera, devoran los primeros cogollos», aseveró. «Esta situación no constituye un equilibrio ecológico».