Tántalo. Hijo de Zeus y rey de Lidia, fue condenado a pasar eternamente hambre y sed, aunque rodeado de agua y colgando sobre su cabeza frutos deliciosos, para él inalcanzables. Su pecado fue poner a prueba la omnisciencia de los dioses al haber degollado a su hijo Pélope y servírselo de comida.
Sísifo. Fundador y rey de la ciudad de Éfira (Corinto). Fue condenado a subir una pesada roca hasta la cima de una montaña, desde donde ésta se precipita de nuevo hasta el fondo, de suerte que tenía que volver a subirla y repetir eternamente este trabajo inútil. Su falta fue haber revelado a Asopo que su hija Eginia había sido raptada por Zeus.
Ixión. Rey de los lapitas de Tesalia. Fue amarrado a una rueda de fuego, condenado a dar vueltas eternamente por haber tratado de seducir a Hera, hermana y esposa de Zeus.
Del mito a la alegoría política
Estas cuatro deidades menores de la mitología greco-romana (Gigantomaquia) tienen en común el haberse rebelado contra los dioses, de cuyo favor disfrutaban hasta que desafiaron su poder. Por esta causa María de Hungría, gobernadora de los Países Bajos y hermana de Carlos V, las eligió para honrar la victoria del emperador en Mühlberg sobre los príncipes alemanes de la Liga de Esmalcalda, alzados contra él.
María encargó a Tiziano en 1548 cuatro cuadros que recogieran las condenas a los cuatro Gigantes. Con ello quería ilustrar el castigo contundente e inmisericorde reservado a quienes osaran rebelarse contra el poder del emperador, dando a entender que el enfrentamiento entre los dioses y los gigantes era también la lucha entre el orden y el caos. Los colgó en la Gran Sala de su palacio de Binche, cerca de Bruselas, junto a otras obras, pinturas, esculturas y tapices, que también representaban el castigo a quienes se manifiestan contra el orden establecido: representaciones de Encelado, Flegias, Faetón, Marsias... claras alegorías políticas del poder imperial contra la sedición (no contra la herejía, ya que el mensaje iba dirigido tanto a católicos como a protestantes).
Los cuatro mitos grecorromanos se conocen con el nombre de Furias desde que bajo este título fueron expuestas juntas por primera vez las cuatro pinturas de Tiziano. En realidad, las Furias (también llamadas Erinias y Euménides), son los genios femeninos (Alecto, Megera y Tisífone) encargados de vigilar el cumplimiento de los castigos a los condenados en el Hades.
En 1554 los cuadros fueron retirados apresuradamente ante la llegada de las tropas francesas, que destruyeron el palacio de Binche. María de Hungría los donó a su sobrino Felipe II, quien los colgó en el Alcázar de Madrid hasta que un incendio, que destruyó dos de las obras de Tiziano (Ixión y Tántalo) obligó a trasladarlos al Palacio Real y de ahí al Museo del Prado en 1828. Son los que se exponen ahora junto a otras representaciones de las Furias procedentes de varios museos y colecciones y de diversos autores, entre ellas un dibujo de Miguel Ángel de 1532 dedicado a su amante, que muestra el castigo a Ticio y que quiere representar la indefensión de un amor no correspondido.
A los cuatro rebeldes originales se añaden en esta exposición representaciones de Prometeo, quien desafió a Zeus robándole el fuego para devolverlo a los hombres, a quienes el dios lo había arrebatado para castigarlos. La condena de Prometeo, muy similar a la de Ticio, fue la de ser encadenado a una roca en el Cáucaso, donde durante el día un águila despedazaba el hígado que por la noche le crecía. A diferencia de las otras Furias, la figura de Prometeo es positiva, al definirse su labor como benefactora para la humanidad y por eso Hércules terminó liberándolo al abatir al águila de un flechazo.
En esta exposición se pueden contemplar también Furias de Rubens (Prometeo encadenado, 1611), Theodoor Rombouts (Prometeo), Glotzius (Ticio, 1613), Gioacchino Assereto (un Tántalo y un Prometeo), José de Ribera (un Ticio un Ixión, ambos de 1632), Giovanni Battista Langetti (un Tántalo y un Ixión, 1660), Salvator Rosa (El suplicio de Prometeo, 1648), Gregorio Martínez (Ticio encadenado, 1596), Giulio Sanuto (Tántalo, 1565), Cornelis Cort (Tizio, 1566), Cornelisz van Haarlem (un Ticio y un Ixión, 1588), Antonio Zanchi (Sísifo, 1665), Luca Giordano (Prometeo).
El enorme tamaño de los lienzos, de gran potencia visual, y las figuras de anatomías de desnudos en escorzos inverosímiles, para demostrar los pintores que eran capaces de representar la dificultad máxima en el arte, provoca en el espectador un horror añadido al castigo, a través del dramatismo y la gestualidad de dolor extremo que reflejan los rostros de los condenados y del extraordinario realismo con que los pintores presentan las heridas provocadas en los cuerpos de los castigados, convirtiendo en atractivo un asunto desagradable.
Esta característica explica el éxito de las Furias durante el Barroco, época en la que la estética del horror se acogió con fervor en toda Europa. Y por eso es muy adecuada la instalación, en el centro mismo de esta exposición, de una reproducción a tamaño natural de la escultura clásica de Laocoonte, de José Trilles, de 1887, representativa del cuerpo humano en posiciones muy copiadas por los artistas del Renacimiento, y también del dolor expresado a través de los gestos de Laocoonte y de sus hijos mientras eran atacados por las serpientes, para que no pudieran impedir que los griegos introdujeran en la ciudad de Troya el caballo de madera en el que se escondían los 30 mejores guerreros, episodio que, pese a las advertencias de Laocoonte, terminaría con la toma de la ciudad.