En 2004, cuando la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) ( celebró su cuarto congreso mundial en Bangkok, asistieron solo dos empresarios importantes, recuerda Peter Bakker, presidente del Consejo Empresarial Mundial para el Desarrollo Sostenible (WBCSD, por sus siglas en inglés). «En 2008, en Barcelona, hubo algunos más. Esta vez, lo primero que se veía al llegar (a la sede del último congreso de la UICN) era el pabellón empresarial».
La notable presencia de los negocios en el Congreso Mundial de la Naturaleza que se ha celebrado entre el 6 y el 15 de este mes en la surcoreana isla volcánica de Jeju, es un indicador de la responsabilidad que les corresponde en la tarea de salvar el medio ambiente y crear desarrollo sostenible.
Cuando en 1992 se celebró la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro, la gran novedad fue el WBCSD, que aseguró la presencia del sector privado en las discusiones ambientales. La idea dominante entonces era que los negocios eran los peores enemigos de la naturaleza.
Dos décadas más tarde, ese pensamiento ha evolucionado. Corporaciones como la gigante del cemento Holcim y firmas medianas como la elaboradora srilankesa de té Dilmah, han mostrado en el congreso su rostro más amigable con la naturaleza. Pero las buenas intenciones no bastan. Expertos como Bakker sostienen que el sector tiene que actualizarse y recalibrar sus operaciones.
Gran parte de la transformación consiste en considerar el impacto en el entorno como elemento clave de las decisiones. Uno de los principales cambios es evaluar y asignar un valor a la huella que cada empresa, grande o pequeña, deja en la naturaleza. «Muchas compañías han tenido un empinado ciclo de aprendizaje», dice Bakker.
El dirigente del WBCSD advierte de que, en la medida en que las empresas tengan en cuenta esa huella, es probable que sus costes aumenten, especialmente si ejecutan cambios. «Uno de los mayores desafíos será analizar los efectos sobre el capital natural. ¿Cómo vamos a evaluarlo?», plantea. No será fácil en un mundo donde recursos como el agua suelen tener valor cero.
Pavan Sukhdev, autor del libro «Corporation 2020 - Transforming Businesses for Tomorrow's World» (Corporación 2020: Transformar las empresas para el mundo del mañana) afirma que, desde la Revolución Industrial, el mundo empresarial actúa sin tener en cuenta económicamente los recursos naturales.
Se necesita una reforma regulatoria para que las normas contables reflejen los efectos de cada empresa en su entorno. «Los organismos contables deben exigir a las compañías que registren ese impacto sobre el capital natural», dice Sukhdev.
Incluso si grandes corporaciones, como Walmart, llevan a cabo un cambio semejante, el efecto llega a una porción limitada de la población mundial, pero si se modifican los sistemas regulatorios, se verá en todas partes, agrega Sukhdev. El autor toca un punto sensible al afirmar que el sector privado debe orientarse hacia un modelo empresarial que no solo genere lucro, sino ganancias humanas, sociales y naturales.
Uno de los gigantes mundiales que aseguran estar en esa senda es Puma, la corporación de calzado e indumentaria para deportes que está actualizando sus métodos contables para incluir «los costes naturales de hacer negocios», afirma su representante, Holly Dublin.
Puma contrató a las consultoras PricewaterhouseCoopers y Trucost para que desarrollaran la Cuenta de Ganancias y Pérdidas Ambientales, que se aplicó por primera vez en 2011. En una primera fase, se cuantificaron las toneladas de gases de efecto invernadero que emitían y los metros cúbicos de agua consumidos en sus negocios y operaciones de toda su cadena de suministro, y luego se les asignó un valor monetario.
Los primeros resultados arrojaron una suma de 185 millones de dólares en efectos sobre los ecosistemas y el ambiente durante 2010.
El consumo de agua y los gases de efecto invernadero generaron un impacto de unos 121 millones de dólares. El resto, calculado en una segunda instancia, correspondió a cambios en el uso del suelo, por la producción de materias primas, contaminación del aire y producción de residuos, casi todos en la cadena de suministro.
Puma planifica adoptar una cuenta completa de pérdidas y ganancias ambientales y sociales en la que calculará también la lluvia ácida, fuentes de niebla tóxica, compuestos orgánicos volátiles, salarios justos, creación de empleos y aportes tributarios.
A partir de su primera estimación de impacto, la empresa se comprometió a que el 100 por cien de sus envoltorios y embalajes sean sostenibles y a reducir en un 25 por ciento su producción de carbono y su consumo de energía y de agua para 2015.
Dublin comenta que, desde la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible Río+20, el pasado junio, la empresa se ha visto abrumada por el interés de otras firmas en este sistema informatico. Por eso, cree, que para que todo el mundo disponga de ese instrumento, su «código debe ser abierto».
Pero las repercusiones de estos esfuerzos deben ser mayores y eso requiere de un actor clave, según Bakker: el sector empresarial de economías emergentes como India, China y Brasil.
Con una población de casi 3.000 millones de habitantes, esos gigantes deben adoptar una posición firme para no poner en juego el bienestar natural a cambio de un rápido desarrollo. «Si no conseguimos que estos países se desarrollen de modo sostenible, no tenemos esperanzas», señala Bakker.
Él considera que las naciones emergentes pueden saltar a un carril más avanzado de tecnologías verdes, como la telefonía móvil en lugar de la fija, o fuentes alternativas de energía como el viento y el sol, en vez de la contaminante generación térmica. «Si copian el consumismo de Occidente, estamos perdidos», confiesa.
El WBCSD ya ha calculado los daños de ese consumo
En los últimos 50 años, se han degradado el 60 por ciento de los servicios y bienes que prestan los ecosistemas naturales, como agua potable, fibras, alimentos, regulación del clima, control de las inundaciones y tratamiento y purificación de las aguas, sostiene un informe divulgado en Jeju por el WBCSD.
El costo de esa degradación es descomunal: solamente por deforestación perdemos cada año entre dos y cinco billones de dólares, señala el estudio «Biodiversity and Ecosystem Services - Scaling Up Business Solutions» (Biodiversidad y servicios de ecosistemas: Incrementando las soluciones empresariales).
Sí, parece que la naturaleza tiene un precio exorbitante.