Por corresponsales
ANANTAPUR, India/BARIND TRACT, Bangladesh, (IPS) - La gran mayoría de esos 560 millones de mujeres viven al límite, y hasta los cambios ambientales más pequeños pueden conducirlas a ellas y asus familias al hambre crónica y la miseria. Ante las consecuencias sin precedentes del cambio climático, como la generalizada inseguridad alimentaria de 2011 y este 2012 en varias regiones del mundo, las campesinas son en extremo vulnerables y se encuentran ignoradas por sus gobiernos y otras autoridades encargadas de diseñar estrategias para erradicar el hambre y la pobreza.
En este contexto, la 56 sesión de la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer (CSW por sus siglas en inglés), reunida desde el 27 de este mes hasta el 9 de marzo en la sede de la Organización de las Naciones Unidas en Nueva York, ha puesto en lugar prioritario el empoderamiento de las campesinas.
Si las campesinas tuvieran un acceso equitativo a las materias primas, su rendimiento aumentaría entre un 20 y un 30 por ciento, y se elevaría la producción agrícola de los países en desarrollo de tal modo que entre 100 y 150 millones de personas dejarían de pasar hambre, según reza un comunicado de prensa divulgado el jueves 23 por ONU Mujeres
La CSW se propuso este año analizar el «empoderamiento de las mujeres rurales y su papel en la erradicación de la pobreza y el hambre, en el desarrollo sostenible y en los desafíos actuales, y acordará medidas urgentes para marcar una diferencia en la vida de millones de campesinas».
Resistiendo a la sequía a escala local
Mosammet Rini-Ara Begum muestra con orgullo un montón de arroz guardado en un cobertizo provisional de lata ubicado en el jardín de su casa, en la región árida de Barind Tract, en Bangladesh. «Es la tercera vez que tengo una cosecha tan buena a pesar de la sequía», comenta la mujer de 34 años y madre de tres hijos, mientras abre la cerca de bambú de su pequeño almacén y los granos de arroz hervido resplandecen al sol.
Hace varios años, miles de agricultores de esta región de 7.500 kilómetros cuadrados abandonaron la producción, en especial de arroz y trigo, debido al calor y a las sequías inusuales. Asesorados por especialistas en cultivos resistentes a esas condiciones climáticas, Rini y su esposo cultivaron una nueva variedad, conocida como BRRI-56, que tolera bien el exceso de calor y la escasez de agua.
A diferencia de otras variedades que necesitan lluvia inmediata después de la siembra, la BRRI-56 crece sin agua durante varias semanas. También sobrevive al calor excesivo, que en esta región suele alcanzar los 50 grados entre julio y noviembre, cuando madura el grano. «Ofrecemos todo tipo de apoyo a los agricultores, en especial a las mujeres pobres, que suelen necesitar asesoramiento profesional y que les demuestren los logros obtenidos por otros agricultores», explicó Mujibor
Rahman, líder del Club de Gestión Integrada de Pesticidas, una red de agricultores locales del distrito bangladesí de Chapainawabganj. «Hay riesgos meteorológicos cuando se cultiva en condiciones extremas. Pero como tenemos suficiente conocimiento en materia de adaptación, podemos asumir cualquier desafío», dice la agricultora Joynab Banu, de 32 años, del distrito de Rajshahi.
La agricultura representa el 36 por ciento del producto interior bruto de Bangladesh y emplea a aproximadamente el 60 por ciento de la mano de obra. El arroz cubre el 75 por ciento de las tierras agrícolas del país, la mayoría en la zona noroccidental. Con una mayor conciencia sobre la adaptación climática, más mujeres, en especial campesinas sin tierra, viudas, divorciadas y otras en
situación de aislamiento en el noroeste de Bangladesh, trabajan en tierras abandonadas para contribuir a la producción y a la seguridadalimentaria.
Mujeres encabezan cultivos «orgánicos»
La región de Anantapur, en el sureño estado indio de Andhra Pradesh, es árida, carece de árboles y tiene un pobre suelo rojo. La escasez de lluvia, unos 553 milímetros al año, la convierten en el segundo distrito del país más vulnerable a las sequías.
Las imprevisibles lluvias monzónicas, por un lado, y la escasez de precipitaciones, por otro, atribuidas al cambio climático, han dejado malas cosechas año tras año, y a principios de 2000 eran miles los agricultores endeudados que se habían suicidado.
La desesperación y la creciente producción por contrato entre productores y empresas agrarias llevaron a una dependencia insostenible de los fertilizantes químicos, creando suelos cada vez más necesitados de agua, un recurso escaso, y que dispararon los costos de producción.
Pero en la localidad de Singanamala, una subdivisión administrativa rural de Anantapur, campesinas como Ramadevi, de 41 años, Lingamma, de 38, y Katamayya, de 41, decidieron volver a los pesticidas y fertilizantes orgánicos y, desde entonces, han conseguido un ahorro importante.
Nagamanamma, de 31 años, también se pasó a la agricultura orgánica en 2009 en una parcela arrendada que no llega a una hectárea. «Opté por la agricultura orgánica por una razón: requería trabajo familiar y no el tipo de inversión que demanda el cultivo con químicos», nos dijo. El primer año elevó su producción de cacahuetes, plantada en la mitad del terreno, de siete a 15 sacos de 42 kilos, y redujo sus costos de 30 a 9 euros.
En esta región son comunes los ataques de gusanos rojos peludos a las plantaciones de sandía, colocadas junto a las de cacahuetes. Antes, las mujeres debían pagar 30 euros por una dosis de 80
milímetros de un pesticida químico concentrado, pero los orgánicos redujeron el costo a menos de la décima parte. Con semillas de nim, recolectadas en la selva vecina, se elabora un pesticida que cuesta solo 7,50 euros la bolsa de 50 kilos.
Los beneficios de la agricultura orgánica llegaron hasta los campesinos sin tierra. Un grupo de recolectores, de pequeños agricultores y de mujeres de 10 aldeas vecinas mantienen la
Cooperativa de Productores de Singanamala, que elabora pesticidas orgánicos. Con ayuda de una organización no gubernamental instalaron una máquina para pulverizar las semillas. Antes, los comerciantes locales explotaban a las recolectoras de semillas, pero ahora se comparten los beneficios de forma equitativa.
Estos ejemplos demuestran que las mujeres encabezan la marcha hacia un futuro orgánico más justo. La pregunta para los gobiernos y la comunidad internacional, incluida la ONU, es si el mundo las seguirá, o no.