La violencia no se ha mencionado en la última cumbre iberoamericana de Jefes de Estado, nos señala Marcos Tarre, y sin embargo, es, sin lugar a dudas, el mayor problema de Latinoamérica. Las cifras ilustran estas afirmaciones: murieron en 2009 más de 130.000 personas en América Latina por culpa de la violencia. De estas 130 mil personas, 21.000 son mejicanas y 16.000 venezolanas. «Es como si tuviéramos un Tsunami cada dos años», ha comentado Marcos Tarre para ilustrar la grandeza de un problema que se concentra esencialmente en la zona caribeña, en América Central, Colombia y Venezuela. Las comparaciones con Europa son muy reveladoras: Méjico registra una tasa de 52 muertos por cien mil habitantes, Colombia 39 muertos por cien mil habitantes, mientras que España sólo cuenta con 6 muertos por cien mil habitantes.
Se trata de un fenómeno principalmente urbano, relacionado con el fácil acceso a las armas. Una ciudad como Caracas ha sumado en 2009 un total de 3000 muertos y este dato alarma más todavía si consideramos que no hay un conflicto abierto en el país venezolano. Más allá de las cifras, estas muertes suponen una continua amenaza a las libertades y al bienestar. En ciertas ciudades, los atracos y las agresiones han llegado a afectar a un 95% de la población. La violencia se nota en cada esquina, en cada semáforo y se vive a diario con el miedo y la desconfianza.
Las distintas miradas a la violencia
En su análisis de las representaciones de la violencia, Marcos Tarre ha destacado que los escritores clásicos se centraban esencialmente en la violencia estatal. Algunas de las temáticas más vistas en el boom de la literatura latinoamericana son la figura misteriosa del dictador populista y los caprichos de los coroneles envueltos en guerras interminables y sin sentido. A través del realismo mágico, autores como Gabriel García Márquez o Cortázar retrataron una época marcada por el autoritarismo y las ansias de poder. Otros como Vargas Llosa quisieron demostrar que, en sus países respectivos, la violencia está en la base de toda relación entre individuos. Y Carlos Fuentes explicó el interés literario de la violencia por su innegable atracción. «No es que miremos todos a los malos, pero es que son más interesantes que los buenos», expresó el autor mejicano.
Por su lado, los autores contemporáneos de la novela negra latinoamericana como Raúl Argemi (Argentina), Laura Restrepo (Colombia) o el propio ponente Marcos Tarre (Venezuela), describen ambientes más callejeros, marcados por la omnipresencia de la droga y el lavado de dinero. Además de la inevitable influencia del mercado español, el auge de la novela negra latinoamericana se estriba de su clara conexión con la actualidad y la descripción de entornos corruptos muy a menudo tolerados y presentados como elementos incontrolables. Sistemas judiciales precarios, gobiernos alejados del ciudadano, globalización y un machismo desconsolador son los elementos que sirven de decorado en la actualidad.
El contrapunto a estas últimas tendencias es la novela negra cubana que, por razones políticas y una situación social peculiar, mantiene una dirección distinta. Los textos de los principales autores de la isla caribeña se mantienen al margen de lo político para describir escenas de escasez y de indefensión. No se habla con tanta insistencia del tráfico de droga puesto que no es un problema que afecte especialmente a la isla. En todo caso, Marcos Tarre ha destacado que la novela negra latinoamericana se caracteriza por una constante búsqueda de la originalidad. Quizás, el próximo boom se enmarque en ese género. Johari Gautier Carmona para euroXpress