Entre 2007 y 2009 publiqué algunos libros, entre ellos «Un mundo en mutación», «Elogio a la política», «Luchando por un mundo mejor» y «En el centro del huracán», en los que advertí del riesgo de que el neoliberalismo contagiase al euro y a la propia Unión Europea (UE).
El presidente estadounidense Ronald Reagan (1911-2004) y la primera ministra británica Margaret Thatcher (1925-2013) fueron los campeones de la política neoliberal en los años 80, continuada luego por el pseudo-laborista Tony Blair con las consecuencias desastrosas que ya conocemos.
Teniendo en cuenta el profundo nexo entre Estados Unidos y Europa, el neoliberalismo norteamericano contagió inevitablemente a la UE. A partir de entonces, empezó la crisis europea, especialmente en la zona euro, con el liderazgo de la canciller alemana Ángela Merkel.
Merkel, originaria de la entonces Alemania Oriental, fue militante comunista pese a ser luterana. Después de la caída del Muro de Berlín, se declaró contraria a la unidad alemana, una fusión a la que contribuyeron los Estados europeos, Portugal incluido.
Como es sabido, el primer país afectado por la crisis del euro fue Grecia, la cuna de nuestra civilización, razón por la cual debería haber sido mejor tratada. Pero no lo fue.
Merkel, aliada a los liberales ultra conservadores, aunque se denomine demócrata cristiana, reaccionó exactamente como querían los mercados.
Grecia, donde los bancos alemanes tenían un peso considerable, anduvo de mal en peor hasta conseguir lo suficiente para pagar los enormes intereses que le exigía la troika, integrada por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Al mismo tiempo, los llamados Estados periféricos de la zona euro, con o sin apoyo financiero, fueron progresivamente entrando en crisis. Primero Irlanda, después Portugal, España, Italia (la tercera economía europea), Chipre, seguidos por el sorprendente colapso de Holanda. Francia es la última adición a la lista.
Todo esto, debido a la política criminal de austeridad impuesta por Alemania, secundada por la Comisión Europea, presidida por José Manuel Durão Barroso (con sucesivos y graves cambios de opinión). Con mayor discreción, han adoptado la misma política el presidente del BCE, el italiano Mario Draghi y el FMI (que asimismo ha cambiado varias veces de opinión respecto a la austeridad).
Se ha demostrado que la austeridad solo favorece a los mercados usureros, y a quienes están detrás de ellos, mientras arrasa a los Estados y a sus respectivos pueblos. Y no solo a los llamados países periféricos o del Sur, como se dedujo prematuramente. Échese un vistazo a Holanda, Francia y Alemania; era evidente que la crisis también golpearía a Alemania, como lo habían previsto los premios Nobel de Economía Joseph Stiglitz y Paul Krugman, entre otros.
Alemania muestra cada vez más síntomas de dificultades por la política de austeridad que promueve, al perder gran parte de su mercado en Europa, que representa casi el 50 por ciento de sus exportaciones. Si la política de austeridad se mantiene, también Alemania entrará en recesión.
La opinión pública europea está comenzando a entender que es necesario ¬y urgente¬ cambiar la política y los políticos actuales, que se han revelado incompetentes
Los partidos gobernantes en Europa son casi todos ultra conservadores, incapaces de entender la situación actual. El hecho es que los partidos que construyeron la UE, como. los socialistas, los socialdemócratas, los laboristas y los demócrata-cristianos, hoy no están en el poder. Las excepciones son Francia e Italia, que acaba de reelegir a su excelente presidente Giorgio Napolitano, a pesar de su edad, y designar a Enrico Letta como primer ministro.
Tanto Letta como el presidente de Francia, François Hollande, se declaran abiertamente en contra de la austeridad y quieren restituir a los Estados el control de los mercados, y no al revés.
Por todas estas razones, los pueblos de todos los países europeos se manifiestan ruidosamente contra la troika, los mercados, los pseudo-políticos y los gobiernos empeñados en la austeridad.
Hay que subrayar que los Estados sociales -un producto de posguerra-, la democracia tal como la concebíamos y el estado de derecho están siendo cuestionados. El dilema es simple: o se lucha contra el desempleo, la pobreza generalizada y la recesión, y se garantiza el Estado Social en todas sus vertientes, mientras todavía estemos a tiempo, o la Unión Europea caerá en el abismo.
Esto también sería una tragedia para Estados Unidos (cuyo único aliado fiel es la Unión Europea), y para el resto del mundo.
Tengo la esperanza de que esto no suceda porque el mundo no puede querer que la Unión Europea, el proyecto político más original y benéfico para los pueblos que ha sido concebido, simplemente desaparezca y que aumente el peligro de un nuevo conflicto mundial.
Sería una marcha atrás en términos de civilización que nos haría retroceder más de un siglo. ¡Que haya sentido común y coraje!