El portavoz de Catherine Ashton, Michael Mann, ha señalado que «estamos haciendo progresos». Los ministros de exteriores, han utilizado sus cuentas de twitter para dar a conocer la reunión, hablando de «un posible acuerdo». Laurent Fabius, ministro francés de exteriores, ha dicho «he venido personalmente a Ginebra porque la negociación es difícil, pero importante para la seguridad regional e internacional». Su homólogo inglés, William Hague, también decía los mismo en su cuenta de esta red social. Mientras que el alemán Guido Westerwelle, destaca que «es un momento importante de las negociaciones».
No estarán en Ginebra, los otros dos miembros del grupo P5+1. Ni Moscú, ni China. Israel, enemigo acérrimo de Irán, ha mostrado su descontento con esta reunión, y ya ha advertido a Occidente, su negativa sobre un posible acuerdo con Irán.
Según los países occidentales, las 19.000 centrifugadoras instaladas por Irán, le permitirían utilizar uranio enriquecido en un 20%, y rápidamente podría llegar hasta el 90%, lo que le facilitaría la fabricación de un arma nuclear.
Análisis de Jim Lobe desde Washington
Washington (IPS).- Cuando se cumplen 34 años de la crisis de los rehenes estadounidenses en Irán, cada vez más analistas creen que Washington y Teherán avanzan hacia una distensión en las relaciones, si no a una reconciliación. Mientras manifestantes radicales se reunían el lunes frente a la embajada estadounidense en Teherán para celebrar el aniversario de la crisis, negociadores de ambos países se preparaban para conversaciones clave esta semana en Ginebra sobre el futuro del plan nuclear iraní.
En la ciudad suiza se sentarán a la mesa representantes de Irán y del llamado P5+1 (China, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Rusia más Alemania). Las conversaciones podrían incluir un encuentro cara a cara entre altos funcionarios estadounidense e iraníes.
Sería el tercer contacto de alto nivel desde que el secretario de Estado (canciller) estadounidense John Kerry dialogó en privado durante una hora en Nueva York con el ministro iraní de Relaciones Exteriores, Mohammad Javad Zarif, en el marco de las sesiones de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) a finales de septiembre.
Tras esa reunión, el presidente estadounidense Barack Obama hizo una llamada telefónica sin precedentes a su homólogo iraní, Hasán Ruhaní, cuando este se disponía a visitar la sede de la ONU. Estas fueron las conversaciones de más alto nivel entre los dos países desde la Revolución Islámica de 1979. La rapidez e intensidad de este acercamiento claramente infunden confianza en Washington, y al parecer también en Teherán.
Ambos gobiernos parecen comprometidos en la búsqueda de un acuerdo e interesados en iniciar un nuevo capítulo en las relaciones bilaterales, a pesar de la oposición de los sectores más radicales de ambos países. Por eso, aunque el aniversario de la crisis de los rehenes reunió a miles de manifestantes en la capital iraní el lunes, el gobierno iraní ha dejado en claro que la diplomacia con Estados Unidos seguirá avanzando.
El 4 de noviembre de 1979, estudiantes iraníes asaltaron la embajada de Estados Unidos en Teherán y mantuvieron como rehenes a 66 ciudadanos y diplomáticos estadounidenses. La crisis se extendió hasta el 20 de enero de 1980. En vísperas del 34 aniversario, aparecieron carteles en Teherán condenando al «Gran Satán» y criticando a Zarif y Ruhaní, pero fueron retirados por trabajadores municipales.
Según publicó en la red social Twitter el corresponsal del diario The New York Times en la capital iraní, funcionarios municipales también «corrieron» a la movilización del lunes para eliminar todo vestigio de cartelería de protesta una vez que se dispersaron los manifestantes.
El propio líder supremo iraní, el ayatolá Ali Jamenei, quien antes había insinuado su desaprobación a la conversación de Ruhaní con Obama, apoyó explícitamente al presidente iraní y a su equipo en un discurso ante estudiantes en vísperas del aniversario. «Nadie debe considerar que nuestros negociadores son flexibles. Son hijos nuestros y de la revolución. Tienen una difícil misión, y nadie debe socavar a un funcionario que está haciendo su trabajo», afirmó, en lo que se considera su defensa más firme de Ruhaní y Zarif hasta la fecha.
Mientras, desde el éxito de las últimas conversaciones en Ginebra el 15 y 16 de octubre, el gobierno de Obama afronta una intensa oposición, tanto del Congreso legislativo, donde el lobby israelí tiene gran influencia, como de sus principales aliados en Oriente Próximo: Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos e Israel.
A nivel interno, una serie de reuniones de alto nivel parecen haber servido para persuadir a senadores clave de postergar la votación de un proyecto de ley, ya aprobado por la Cámara de Representantes, que endurece las sanciones a Irán. La votación se pospondría al menos hasta que terminen las conversaciones en Ginebra, previstas para este jueves y viernes.
Varios analistas alertan que estas nuevas sanciones fortalecerán a los más radicales en Irán y provocarán una suspensión de las negociaciones, como mínimo. El gobierno de Obama también alerta que, si se aprueba el proyecto en este momento de creciente optimismo, se fracturaría la coalición internacional que hasta ahora ha respetado el régimen de sanciones.
El presidente del poderoso Comité de Servicios Armados del Congreso, Carl Levin, insistió en que Washington debía poner a prueba las promesas de Ruhaní. «En este momento no debemos imponer sanciones adicionales», dijo al hablar en un encuentro convocado por la organización no partidista del Consejo de Relaciones Exteriores.
Incluso algunos legisladores del Partido Republicano flexibilizaron su postura. El senador de Nebraska Mike Johanns, que apoyó todos los proyectos previos de sanciones, dijo que estaba «abierto» a esperar. «La idea original detrás de las sanciones era lograr que los actores hablaran, que trataran el tema», dijo al periódico The Hill.
Junto al primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, estos grupos son los principales promotores de las nuevas sanciones, así como de pasos concretos para amenazar militarmente a Irán. Aunque los testimonios sobre estas consultas de alto nivel son un tanto divergentes, lo que parece seguro es que el gobierno le habría pedido al lobby israelí una pausa de al menos unos meses en su campaña para iniciar nuevas sanciones.
Los grupos de presión habrían aceptado concederle un limitado «tiempo fuera» al gobierno, aunque uno de los participantes de las reuniones, David Harris, del Comité Judío-Estadounidense, publicó un editorial el lunes en el periódico israelí Haaretz insistiendo en sanciones adicionales.
Mientras, en el frente externo, Kerry viajó la semana pasada a Oriente Medio para asegurarle a Arabia Saudita -cuyas últimas críticas a la política de Estados Unidos en la región sorprendieron a varios analistas- que Obama estaba decidido a impedir que Irán desarrollara armas atómicas. Al mismo tiempo, Wendy Sherman, jefa negociadora de Estados Unidos en Ginebra, participó de un programa televisivo del Canal 10 de Israel, donde también reiteró ese compromiso.
Washington, señaló, no tiene intenciones de levantar sanciones petroleras y financieras clave hasta que se alcance un completo acuerdo sobre el programa nuclear de Irán. No obstante, está dispuesto a aliviarlas como parte de un proceso para fomentar la confianza, aclaró. Israel insiste en que solo se deben levantar las sanciones cuando Irán desmantele por completo su programa nuclear, pero expertos en Washington creen que esa demanda no es realista.
«No importa cuán devastadoras sean las sanciones, no importa cuantos persistentes seamos en la mesa de negociaciones y no importa cuán creíble sea la amenaza militar», dijo Robert Einhorn, alto consejero en asuntos de proliferación nuclear para el Departamento de Estado durante el primer periodo de gobierno de Obama. «Irán no aceptará los términos maximalistas que manejan el gobierno israelí y algunos estadounidenses», señaló el mes pasado en un discurso en el que sugirió procurar un «buen acuerdo» con Irán, en vez de insistir en uno «ideal».
Un «buen acuerdo» incluiría un régimen de inspecciones de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) y límites estrictos al enriquecimiento de uranio, al número de centrifugadoras y a la cantidad de material almacenado, todo lo cual dificultaría que Irán alcance la capacidad tecnológica necesaria para desarrollar un arma nuclear.