En diez días de campaña electoral española, la crisis financiera europea se ha llevado por delante a dos gobiernos, los de Italia y Grecia; los mercados han seguido ahogando la deuda en la eurozona y la Comisión Europea ha puesto en duda que España cumpla sus objetivos con Europa en el plazo fijado.
Cabía esperar un razonable análisis de estos asuntos en plena campaña electoral, una exigible respuesta, o al menos, un sensato comentario. No ha sido así. Se ha obviado cuanto se ha podido con generalidades que estas elecciones están marcadas por los compromisos españoles con Bruselas.
Así, mientras los candidatos del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, y del PP, Mariano Rajoy, han paseado por España su traca de intenciones vacías de contenido, las portadas de los periódicos y telediarios mostraban la caída de Papandreu, en Grecia, de Berlusconi en Italia e imágenes de las efervescentes Bolsas europeas al ritmo del vaivén financiero.
El debate televisado entre los dos principales candidatos esquivó el asunto europeo como si fuera algo ajeno. Solo Rubalcaba apuntó de pasada que pediría una ampliación del plazo para el ajuste español comprometido con Bruselas mientras Rajoy hacía oídos sordos, apurado en unos datos preparados que ignoraban ese compromiso contraído por España ante la UE.
Una vez más, los partidos creen más rentable electoralmente dibujar una Unión Europea que exige e impone, como si fuera la madastra que castiga las buenas intenciones de los políticos españoles. El candidato socialista lo ha hecho evidente en sus últimos mítines, cuando ha visto que la atención mediática se escapaba a otros frentes. «Yo voy a ir a Bruselas a pelear, a discutir, lo he hecho toda mi vida y Rajoy no lo hará».
Rubalcaba pide a la UE un cambio de estrategia para estimular el crecimiento, en un tácito reconocimiento de que el presidente del gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, se equivocó al acordar con sus colegas europeos la hoja de ruta para salir de la crisis.
Rajoy, por su parte, en esa campaña diseñada para no entrar a fondo en ningún asunto, reparte proclamas básicas sin definir posturas. En una entrevista al diario La Razón, el candidato popular asegura que ya ha transmitido un mensaje de confianza a los socios de la UE sobre su proyecto para España y ha defendido, como no podía ser de otra forma, la fortaleza del euro. Hasta ahí.
Entre los cien puntos básicos del programa popular solo hay dos dedicados específicamente a Europa, en los que se promete propugnar la estricta observancia del pacto de estabilidad y crecimiento en la gobernanza económica europea y defender una Política Agraria Común, dotada de medios suficientes para nuestro sector agrícola y ganadero. El programa socialista, en 175 páginas, no tiene ni un solo epígrafe dedicado en exclusiva a la Unión Europea.
En la improbable creencia de que las campañas electorales no son el momento de debatir ideas, PSOE y PP están hurtando a los ciudadanos, casi siempre perdidos en el marasmo de cifras macroeconómicas yel lenguaje indescifrable de Bruselas, la oportunidad de conocer más sobre la Unión Europea, de saber más qué se está haciendo y qué se podría hacer.