No han defraudado los líderes europeos. Se esperaba un amplio regateo sobre la propuesta de presupuesto plurianual de la UE presentada por la Comisión y revisada por el presidente del Consejo Europeo, Herman van Rompuy, y así ha sido. Ni siquiera ha hecho falta prolongar la cumbre, como se especuló en un principio. Las posiciones estaban tan alejadas y eran tan tajantes que simplemente se han propuesto seguir negociando hasta principios del año que viene.
En esta ocasión, el premier británico, David Cameron, ha encabezado la rebelión de los ricos y ha sido el más obstinado en mantenerse a favor de gastar menos y gastar mejor, sobre todo, en administración y personal de las instituciones europeas. «Nuestro mensaje es claro. Tenemos que recortar gastos que no nos podemos permitir. Es lo que está ocurriendo en nuestro país y debe ocurrir aquí, y por eso rechazamos el acuerdo que había sobre la mesa», ha afirmado Cameron tras la cumbre.
A su lado, la canciller alemana, Angela Merkel, ha preferido jugar un papel en la sombra en este Consejo Europeo. Ni grandes apariciones ni grandes declaraciones. Apoyando a su colega británico, ha dejado que este asuma el papel protagonista, aunque ella siga manejando los hilos. Merkel ha asegurado que «hay suficiente potencial» para alcanzar un acuerdo a principios del año que viene.
Pequeños logros, grandes satisfacciones
François Hollande, presidente del segundo país que más contribuye al presupuesto de la UE, se ha aliado en esta ocasión al frente de los países del sur y del este de Europa. Pero Hollande no ha sido ya el defensor del crecimiento europeo, solo que Francia tiene en común con éstos la negativa a que se recorten las ayudas agrícolas en los términos expuestos por Van Rompuy.
Francia, España e Irlanda han formado un frente común para pedir 6.000 millones de euros extra en la política agrícola común, que se sumarían a otra partida ofrecida previamente por el presidente del Consejo, en su intento de acercar posiciones. España ha conseguido además 2.800 millones de euros adicionales en fondos regionales, así que el presidente del gobierno, Mariano Rajoy, ha declarado que se marcha «razonablemente satisfecho» de la cumbre.
Todos contentos. Hasta Van Rompuy, que no ha visto recompensado su esfuerzo de mediador, considera que en las próximas semanas se pueden conseguir «los avances necesarios» para llegar a un acuerdo. El presidente del Consejo Europeo ha señalado que todos están de acuerdo en que este presupuesto debe ser «para el crecimiento», centrado en el empleo, la innovación y la investigación. Por eso, dice, que su propuesta de gasto en competitividad y empleo es un 50% más alta que la del periodo 2007-2013. Poco caso le han hecho los líderes europeos, pero él asegura que «no hay que dramatizar. Las negociaciones son tan complejas que generalmente necesitan dos rondas».
El presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, se mantiene fiel a su nuevo papel de impulsor del crecimiento europeo y ha advertido de las consecuencias del fracaso: «el coste de no tener un presupuesto sería enorme, no sólo para el funcionamiento de la Unión, sino para la economía en Europa, la previsibilidad de las inversiones».
Evidentemente en una negociación cada parte defiende lo que puede perder o dejar de ganar, y ya es tradición en la UE apurar hasta la última gota antes de ceder. La cuestión es si Europa se puede permitir esa imagen de grupo cada vez más desdibujada e ineficaz a la hora de tomar decisiones.