Entrevista con Ana Planet, miembro del «Observatorio Crisis en el Mundo Árabe» del Instituto Elcano
Para Ana Planet, profesora titular del departamento de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Autónoma de Madrid, «el apoyo a los procesos democratizadores y a la mejora de las condiciones de vida de
sus poblaciones deben ser una prioridad». El 17 de diciembre de 2010, Mohamed Bouazizi, un jóven tunecino de 26 años, se quemó a lo bonzo en señal de protesta por haberle decomisado el carrito de frutas y verduras con el que se ganaba la vida. Fue la mecha que ha prendido en Túnez, Egipto y Libia entre otros.
euroXpress.- Hay una primera pregunta que casi parece obligada ¿Cómo nadie se dio cuenta de lo que se estaba cociendo en la cuenca del Mediterráneo o sí lo vieron venir y nadie hizo caso?
Ana Planet.- La predicción retrospectiva es uno de los privilegios de los historiadores. La prospectiva es una ciencia más complicada e incierta. Aunque la falta de desarrollo era un dato conocido, el paradigma securitario, reforzado tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, hizo que la mirada hacia estos países quedase mediatizada por consideraciones de seguridad relacionadas con el terrorismo y la inmigración ilegal. Esta «obsesión securitaria» estuvo acompañada por un desinterés sobre las condiciones de vida de la mayor parte de la población que seguía gobernada por regímenes autoritarios que se servían de esa coartada securitaria para aplazar la puesta en marcha de reformas políticas y económicas. Durante estos años las protestas socioeconómicas y los disturbios han sido frecuentes pero los regímenes árabes consideraron que podían desactivarlos a través de una combinación de represión y concesiones puntuales.
eX.- ¿Cree que la estrategia política que ha mantenido la UE con sus vecinos de la ribera sur del Mediterráneo se justifica para garantizar la estabilidad y frenar la inmigración?
A.P.- El diagnóstico que la UE realizó a principios de los años 90 sobre el sur del Mediterráneo era correcto. En esa época la diplomacia española preparó un documento en el que se hablaba de que el «Mediterráneo sur» era una bomba de relojería si no avanzaba en el camino del desarrollo económico y político. El «Proceso de Barcelona» fue un intento de hacer frente a esa cuestión. La filosofía que lo inspiró, sin embargo, apostó por impulsar primero las reformas económicas pensando que estas crearían un círculo virtuoso que favorecería una mejora de las condiciones de vida de la sociedad y por tanto que acabarían favoreciendo una transformación política de los regímenes.
eX.- ¿Y fue así?
A.P.- En la práctica los países mediterráneos impulsaron reformas económicas y de estas reformas se benefició una élite política y económica que gracias a la corrupción se enriqueció al tiempo que las clases medias y la juventud veían como sus expectativas y condiciones de vida no mejoraban. Estas desigualdades se vieron agravadas tras el desencadenamiento de la crisis económica global en 2008.
Lo que las movilizaciones y revueltas están mostrando es que el esquema diseñado por la Unión Europea en sus relaciones con los países del Mediterráneo ha fracasado. Ha contribuido a reforzar una aparente «estabilidad autoritaria» pero no ha respondido a las expectativas de cambio y desarrollo que comparten amplias franjas de la población. La ceguera europea queda reflejada en que era con Egipto y Túnez con los que la Unión Europea negociaba «Estatutos avanzados» como reconocimiento a sus políticas de reforma.
eX.- Por mucho que se hayan cerrado los ojos ante los regímenes de estos países había una evidencia: los líderes iban envejeciendo y alguno de ellos está gravemente enfermo ¿nadie pensó en lo que podría venir después?
A.P.- El factor generacional al igual que las «sucesiones hereditarias» en regímenes republicanos son factores importantes. En el mundo árabe más de 100 millones de habitantes son jóvenes menores de 25 años. Sus dirigentes, sin embargo, pertenecen en muchos casos a las generaciones que llevan controlando los destinos de los países desde hace décadas. Los tres países en los que las revueltas han sido más intensas tenían en común el hecho de que sus presidentes llevaran entre dos y cuatro décadas en el poder. En los tres casos se barajaba el escenario de una sucesión hereditaria percibida como insoportable por una parte importante de la población.
eX.- Estos países que han pasado tanto tiempo bajo férreas dictaduras ¿tienen partidos políticos que puedan liderar el cambio?
A.P.- Las demandas de cambio son comunes en todos los países pero la situación interna en cada uno de ellos o los recursos de los gobernantes autoritarios para hacerlas frente no son iguales. En Túnez y Egipto había dos partidos-Estado que servían como correa de trasmisión del régimen. Junto a ellos había otras fuerzas políticas de oposición en algunos casos legalizadas y en otros sometidas a la represión (Islamistas). En ambos países hay estructuras políticas y sindicales y una sociedad civil que pueden jugar un papel destacado en los procesos de cambio. El dilema al que se enfrentan los procesos de transición en estos dos países es cómo abordarla. A través de las reformas desde los restos de los regímenes o por el contrario rompiendo totalmente con ellos. Es un proceso abierto en el que el ejército está jugando un papel relevante pero cuyo desenlace no está todavía escrito.
eX.- ¿Cuál es el caso de Libia con ese líder tan peculiar?
Libia es un caso un poco diferente. La Yamahiriyya o gobierno de las masas populares inspirado en el pensamiento político de Gadafi recogido en el Libro Verde se basa en la idea de que la representación política debía ser sustituida por una participación directa de los ciudadanos. En la práctica el sistema ha impedido la creación de cualquier estructura política y sindical que pudiera permitir la emergencia de fuerzas de oposición. La sociedad estaba controlada por los «comités revolucionarios». Este vació institucional y la existencia de un ejército dividido y atravesado por lealtades tribales plantea un escenario más incierto en la transición.
eX.- ¿Está la diplomacia de la UE preparada para acompañar a estos pueblos?
A.P.- La comunidad internacional ha mantenido una posición de tibieza ante los procesos de cambio en el mundo árabe. En el caso de Libia ha tenido que trascurrir una semana para que hayan sido aprobadas sanciones en la ONU y también para que el discurso de los dirigentes europeos se haya hecho más firme ante la represión masiva y la violación de los derechos humanos.
Más allá de esto la Unión Europea debe repensar los instrumentos de sus relaciones con los países árabes pues no han creado inestabilidad. El apoyo a los procesos democratizadores y a la mejora de las condiciones de vida de sus poblaciones deben ser una prioridad.
eX.- Hasta que comenzaron las revueltas pensábamos que el peligro estaba en los integristas, en Bin Laden, ¿dónde están ahora esos personajes?
A.P.- Al-Qaeda no es un movimiento de masas ni cuenta con una sólida implantación en la región. Las movilizaciones iniciadas ahora hace dos meses no están dirigidas por eslóganes islamistas ni panarabistas. La demanda de la calle árabe es la de democracia, derechos humanos y justicia social. Los movimientos islamistas han participado en las movilizaciones pero no las han liderado. Estos movimientos representan una parte de la sociedad pero han perdido el monopolio de la contestación frente a los regímenes autoritarios.
eX.- ¿Cree usted que continuará el efecto dominó por otros países árabes? ¿Cuál puede ser la reacción en Marruecos?
A.P.- Es difícil predecir si el efecto dómino continuará. Lo que sí está claro es que todos los regímenes árabes se enfrentan a una evolución de la agenda reivindicativa. Ya no basta con concesiones socioeconómicas sino que las demandas de la población se han politizado y reivindican cambios democratizadores. El alcance de los cambios reclamados no es idéntico. En Jordania y Marruecos no se pide el cambio de régimen por ahora sino la transformación de las dos monarquías en regímenes parlamentarios y democráticos.