25 de diciembre de 1914. En algún lugar del norte de Francia, quizá de Bélgica. Hace frío y en la trinchera el barro y el lodo abundan. La situación no es positiva. Ya se contabilizan cuatro meses desde que comenzó la guerra. Apenas queda comida y la moral está baja, puesto que los soldados daban por supuesto haber regresado a casa para esta fecha. Sin embargo, algo extraordinario ocurre. Asomándonos al parapeto, quedamos atónitos al contemplar la escena. Es el enemigo. Viene hacia nosotros. Pero lo hace a pequeños pasos, bandera blanca en mano y entonando lo que parece ser un villancico en una lengua que no conocemos. Del mismo modo, cientos de los nuestros, sin rifles, bayonetas o granadas, salen a su encuentro.
Se cumplen 100 navidades de esta escena. En el corazón de una Europa catatónica y devastada por la peor guerra -por entonces- de la Historia, había sitio para el milagro. Combatientes de uno y otro bando -especialmente ingleses y alemanes- salieron de sus escondites dispuestos a reunirse con sus verdugos para, juntos, olvidar una soledad y una muerte que se habían convertido en sus más fieles compañeras de viaje.
Quienes participaron en la Tregua y vivían en 1918 han narrado minuciosamente hasta el último detalle de lo ocurrido en la tierra de nadie aquel Día de Navidad. Cada cual intercambió los pocos víveres que poseía con un oponente que podía convertirse en el causante de su muerte apenas unas horas más tarde. Hubo chocolate, cigarrillos, alcohol, canciones... y algo a lo que ya comenzaban a acostumbrarse las sociedades alemana e inglesa de la época: el fútbol. Así lo atestiguan las cartas que partían desde el frente hacia las respectivas familias durante los últimos días del año. Cartas para el optimismo, la ilusión, la esperanza.
Pero la cruda realidad se impuso. Los altos cargos de cada ejército, que se oponían a cualquier tipo de acercamiento emocional para con el enemigo, consiguieron poner fin a la Tregua mediante severas advertencias y amenazas a sus hombres. Amenazas como el fuego amigo, que terminó por ser la mejor manera para asegurar el regreso a la trinchera y servía para finiquitar la vigencia de la bandera blanca en el frente.
Lo sucedido en 1914 alertó a los Altos Mandos para años siguientes. En 1915, 1916 y 1917 se produjeron fuertes bombardeos sobre líneas enemigas a medida que transcurría el periodo navideño. La excusa para ello era ideal: un exceso de confianza daría al traste con todos los esfuerzos realizados de antemano y precipitaría una derrota que tendría consecuencias inimaginables para todo un país. Mejor atacar con tesón. Nada de ablandamientos antipatrióticos.
La Tregua en la música, el cine y la literatura
Por otro lado, el encuentro fraternal y no beligerante entre las fuerzas, motivo de orgullo en Reino Unido, Francia y Alemania, ha pasado a ser un punto de parada ineludible en el estudio de la Historia Contemporánea europea y mundial. La Tregua ya forma parte de la cultura popular y como tal, ha devenido en protagonista de canciones, novelas y películas.
Paul McCartney fue uno de los primeros en poner en práctica la idea. En 1983, separado de The Beatles pero todavía con su ideal antibelicista como principal consigna, escribió una canción titulada Pipes of Peace (Gaitas de la Paz) en la que nos insta, entre otras cosas, a que enseñemos a los niños cómo tocar dichas gaitas en vez de cómo disparar armas. En el vídeo, que retrocede hasta el 25 de Diciembre de 1914, un oficial británico y otro alemán -ambos interpretados por McCartney- salen de sus escondites junto con sus compañeros para estrecharse la mano y mostrar mutuamente las fotografías de sus esposas y de sus hijos recién nacidos.
También la gran pantalla ha sido testigo de grandes testimonios acaecidos durante la Tregua. Christian Carion, director francés, dio vida a Joyeux Noël, una película estrenada en 2005 y nominada al Óscar al mejor film de habla no inglesa. En ella, personajes ingleses, escoceses, franceses y alemanes olvidan sus diferencias para defenderse de sus propios ejércitos durante el Día de Navidad. Una muestra más de que, detrás de la crueldad de la guerra, hay sitio para valores más inherentes al ser humano.
En cuanto al mundo literario, es Ken Follett uno de los autores que recrea la Tregua. Lo hace en su novela La Caída de los Gigantes, la primera parte de la trilogía denominada The Century y ambientada en la I Guerra Mundial. Todavía con alguna esperanza de ejecutar un ataque que otorgara una victoria rápida, el conde Fitzherbert y Walter von Ulrich, dos viejos amigos ahora enfrentados por el conflicto bélico, se encontrarán milagrosamente en plena celebración navideña, entre el barro y los cráteres que pueblan el espacio entre las trincheras, la tierra de los muertos.
La Tregua de Navidad es la historia de una paz no duradera, disparatada, casi utópica. Lo demuestran los tres años que quedaban de cañonazos, combates y demás hostilidades. Sin embargo, es historia viva del Viejo Continente, historia de la que aprender y que merece ser conservada y respetada. Un triunfo entre tanta derrota. Un triunfo previo a los avances surgidos con posterioridad, llamados primero Sociedad de Naciones y más tarde Unión Europea. Un triunfo y un motivo de orgullo para la raza humana.