Aunque el título de esta obra alude a una historia («Historia estúpida de la literatura». Ediciones Espuela de Plata) no se trata de un estudio cronológico ni de una selección de autores y obras de la literatura universal, ni siquiera de la española. Es, como dice el autor, «una heterogénea recopilación de artículos y poemas de índole burlesca sobre literatura», elaborada con reseñas falsas de obras conocidas, textos apócrifos, hallazgos impostados de investigadores inexistentes, recreaciones poéticas de las más variadas épocas y estilos, interpretaciones metafísico-surrealistas de textos clásicos y modernos... dispuestos sin orden ni concierto, como si un caprichoso ventilador como el de los poemas que inician el primero de los capítulos (dedicado, por cierto, a la crítica literaria) los hubiese colocado en el lugar que cada uno de ellos ocupa.
Desmontando tópicosA lo largo de las páginas de «Historia estúpida de la literatura» se van sucediendo algunos de los temas de los que se habla en los ámbitos literarios y eruditos, ahora desde una visión divertida pero al mismo tiempo ácidamente crítica. De lo que se trata aquí es de desenmascarar, a través de lo burlesco, algunos de esos movimientos supuestamente vanguardistas que, ocultos en lenguajes intrincados y abstrusas interpretaciones, pretenden hegemonizar la explicación de la historia de la literatura.
Es precisamente el conocimiento de la literatura lo que permite a Enrique Gallud imitar géneros y estilos de todos conocidos, esos que todos hemos aprendido desde el bachillerato, a los que somete a un tratamiento en el que el humor se constituye como principal elemento. Y ese conocimiento le permite también la utilización de recursos literarios poco conocidos como la tmesis, una licencia métrica que consiste en dividir una palabra en dos versos diferentes, utilizada entre otros por Fray Luis de León («Y mientras miserable-/mente se están los otros abrasando») y que Gallud Jardiel utiliza como recurso humorístico («a fray Guillermo de Bas-/kerville un inglés muy serio»).
Lo que Gallud Jardiel hace con la literatura me recuerda a lo que en música hacen los componentes del grupo argentino Les Luthiers con los tangos, los boleros, la canción popular o la música clásica. Sólo desde un profundo conocimiento de la materia (sea música, literatura o en su caso artes plásticas) se puede abordar esta decodificación desde el prisma del humor. Así, el lenguaje gíglico de Cortázar, recreado en «Foruncios corviplastos», la deconstrucción, al estilo Derrida, de la poesía de Góngora («versión para periodistas y políticos»), los hallazgos de nuevas greguerías ramonianas en el lenguaje de internet y en los usos contemporáneos («puenting es un deporte para suicidas indecisos»), los anacronismos con los que salpica sus composiciones... revelan un intenso conocimiento de los temas que trata. Incluso a riesgo de resultar irrespetuoso con algunas grandes obras maestras, cuando ironiza sobre sus protagonistas (Raskolnikov, Ana Karenina, D'Artagnan) o cuando sintetiza en verso las tramas de clásicos como «La Iliada», «Hamlet», «Fuenteovejuna» o «El nombre de la rosa».
La crítica a los métodos didácticos de los talleres de escritura, tan de moda y muchas veces tan fraudulentos, merece el último de los capítulos de esta «Historia estúpida de la literatura», con sus recursos literarios, desde la inversión (el escarabajo que se despierta convertido en hombre), a los consejos de cómo empezar un libro (aquí, cómo no empezarlo), la tendencia a suprimir los signos de puntuación de un escrito o la técnica creativa de la combinación de épocas, lugares geográficos y tramas literarias para elaborar una nueva obra: «Macbeth» ambientada en Grecia durante la dominación romana, la historia que cuenta Friedrich von Schiller en «Los bandidos» trasladada a los escenarios de Chicago en la época de Al Capone... al fin y al cabo, señala Jardiel, «West Side Story» no es más que «Romeo y Julieta» ambientada en Brooklin.
«Historia estúpida de la literatura» no es un tratado sobre el hecho literario ni un ceñudo escrito acerca de los usos y las normas de la literatura. Tan sólo pretende ser un divertimento que gustará más y será mejor entendido por quienes sepan más de literatura, porque su único propósito es el de divertir. El mismo, por cierto, entre otros, que el de la literatura.