Putin ha conseguido casi el 64% de los sufragios en las elecciones presidenciales del domingo. El segundo clasificado ha sido Guennadi Ziugánov, del Partido Comunista de Rusia, con el 17,19% de los votos, tras él el ultranacionalista Vladímir Yirinovski (7,76%) y el multimillonario Mijaíl Prójorov (7,82%).
Un Putin emocionado anunció anoche que «hemos ganado en una lucha abierta y limpia» pero las denuncias de irregularidades de la oposición enturbian esa victoria clara en números. Los observadores de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) han afirmado que el proceso electoral ha estado distorsiano a favor de Putin.
Las primeras reacciones en la UE a la victoria del actual primer ministro ruso han sido tímidas y cautelosas. Desde Alemania se saluda protocolariamente el triunfo del vencedor con quien Berlín desea «continuar y profundizar» su alianza estratégica con Rusia, en palabras del ministro de Exteriores, Guido Westerwelle.
La portavoz comunitaria de Exteriores, Maja Kocijancic, ha declarado que la UE comparte la visión de la OSCE pero espera trabajar con el nuevo presidente ruso en apoyoa de la "agenda de modernización de Rusia". "La UE confía en que el presidente ruso esté listo para seguir adelante con un diálogo abierto con los ciudadanos y la sociedad civil", ha dicho.
Europa tiene la sonrisa abierta hacia Rusia y la mirada de reojo. Es uno de los principales proveedores y clientes de la UE y de la necesidad se hace virtud, pero la creciente influencia rusa en el tablero internacional incomoda en las capitales europeas. Frente a una Europa sumida en la crisis financiera desde hace dos años, la economía rusa tiene unos índices de crecimiento envidiables, forma parte del grupo de los BRIC, las economías emergentes, tiene las mayores reservas del gas del mundo, las segundas mayores reservas de carbón y las octavas mayores de petróleo. La mitad de Europa depende del grifo energético de Moscú. A eso hay que añadir el capital ruso que se invierte cada vez con más frecuencia en negocios europeos.
En política exterior, Rusia está consiguiendo un innegable poder entre las potencias internacionales. Su presencia en el G8 y en el Consejo de Seguridad de la ONU le da voz y voto en las grandes decisiones y los últimos ejemplos de que tiene voz y voto propios se han visto en los casos de Libia, cuando se opuso a la intervención militar, y ahora de Siria, vetando la resolución contra el presidente Bashar al Asad. Tampoco Moscú suscribe las sanciones de la ONU contra Irán. Rusia es además una potencia militar y nuclear y uno de los grandes exportadores de armas.
La UE y Rusia celebran dos cumbres anuales que sirven más para que las fotos oficiales sellen una alianza superficial que para abrir verdaderas vías de cooperación. La desconfianza europea hacia una democracia con manchas impide un acercamiento que los hechos están imponiendo.
Europa y, en general la política exterior, han ocupado poco hueco en la campaña electoral de las presidenciales. Desde hace meses, cuando Putin ha hablado de la UE, ha imaginado una Rusia integrada en un gigantesco espacio económico euroasiático, desde Lisboa a Vladivostok.