El informe subraya que solo cuando el conflicto en Ucrania estuvo muy avanzado, los líderes políticos decidieron negociar el acuerdo de alto el fuego de Minsk, acordado el 12 de febrero por Angela Merkel (Alemania), François Hollande (Francia), Vladimir Putin (Rusia) y Petró Poroshenko (Ucrania), con la notoria ausencia del primer ministro británico, David Cameron.
De hecho, Europa dejó en manos de los burócratas de la UE y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) la toma de decisiones con respecto a Ucrania.
Son la misma clase de burócratas que los designados por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo y la Comisión Europea, que con su arrogancia habitual decidieron el rescate concedido a Grecia, en el que, como es sabido, la prioridad ha sido reembolsar a los bancos europeos, especialmente alemanes.
Los medios de comunicación tienen una gran responsabilidad en estas situaciones. En todos los conflictos de los últimos tiempos, desde Kosovo hasta Libia, la fórmula ha sido muy simple: dividir a los contendientes en buenos y malos. La norma es repetir declaraciones de los «buenos» y satanizar a los «malos». Los medios piensan que es preferible no entrar en disquisiciones analíticas, porque los lectores prefieren ir directamente al grano.
El ejemplo más reciente. Los medios de comunicación han estado informando sobre las combates del ejército iraquí contra las tropas invasoras del grupo extremista Estado Islámico.
Pero, ¿cuántos están también informando sobre el hecho de que dos tercios del ejército iraquí son en realidad soldados iraníes? ¿Y sobre que los estadounidenses que participan en la supervisión de la ofensiva, están de hecho aceptando la cooperación de Irán, formalmente un gran enemigo, porque es evidente que si se excluye a Irán no hay manera de resolver los conflictos en Oriente Medio?
¿Y cuántos medios han informado que todos los musulmanes radicales han recibido apoyo financiero de Arabia Saudita, que está empeñada en propagar el salafismo, el movimiento radical suní, que ha sido el origen de Al Qaeda y actualmente del Estado islámico
La historia reciente demuestra que Occidente se introdujo en una serie de conflictos (Kosovo en 1999, Afganistán en 2001, Iraq en 2003, Libia en 2011 y Siria en 2012), sin ver más allá de las consecuencias inmediatas y sin realizar un análisis a largo plazo.
Los costes de los conflictos siempre han superado los beneficios previstos.
Empezando por el colapso de Yugoslavia, es necesario recordar que Occidente sostiene tres principios del derecho internacional en virtud del cual se protege a sí mismo del resultado de sus acciones.
Primero, el principio de la inviolabilidad de las fronteras nacionales de un Estado, que no se aplicó a Serbia, pero sí ahora a Ucrania.
El segundo es el principio de la libre determinación de los pueblos, que se utilizó en Kosovo para la minoría albanesa, pero que no se considera válido ahora para las poblaciones rusas de Ucrania oriental.
El tercero es el derecho de intervención para acciones humanitarias, que se utilizó en Libia, y ahora está siendo considerado para Siria.
El drama de los conflictos de los Balcanes se debió a una acción totalmente unilateral de Alemania, cuando entre 1991 y 1992 decidió separar a Croacia y Eslovenia de la Federación Yugoslava, por considerarlas su zona de interés económico.
Era la primera vez que Alemania desempeñaba un papel firme, con el apoyo de Estados Unidos. Se trató de un reflejo de la Guerra Fría: acabemos con Yugoslavia, el único país de izquierda después de la caída de la Unión Soviética, inspirado en un Estado socialista en lugar de una economía de mercado.
Serbia, que se consideraba heredera del Reino de Yugoslavia (del que Tito había creado la Yugoslavia Socialista), intervino y se produjo un terrible conflicto.
En este contexto, es interesante observar que hace apenas unas semanas, la Corte Internacional de Justicia dictaminó que ni Serbia ni Croacia habían llevado a cabo una guerra genocida. La noticia fue divulgada en numerosos medios de comunicación, pero sin una palabra de contextualización.
Luego sucedió el caso de Iraq, donde el atentado contra las Torres Gemelas en septiembre de 2001 sirvió de justificación para atacar el país, con base en afirmaciones de que el líder iraquí Saddam Hussein apoyaba a Al Qaeda, el grupo responsable del atentado en Nueva York, y que poseía armas de destrucción masiva que representaban una amenaza inmediata para Estados Unidos y sus aliados.
Las dos acusaciones, que resultaron ser falsas, fueron propagadas a ciegas por los medios de comunicación. Lo cierto es que el motivo de la guerra, que costó por lo menos dos billones de dólares y muchas muertes y destrucciones materiales, fue el petróleo iraquí.
Antes de la guerra, la producción petrolera anual total de Iraq era de 3,7 millones de barriles diarios. En la actualidad, una parte está bajo el control del Estado islámico y otra de los kurdos,que suman más de un tercio de la producción.
¿Y qué pasa con Afganistán donde no hay petróleo? Dos billones de dólares se gastaron en ese país... y el propósito de esa guerra era solo el de eliminar a Al Qaeda y a su líder Osama bin Laden.
Entre otras cosas, se dijo que la democracia sería instaurada en Afganistán. Pero, después de más de 50.000 muertes, ya nadie habla de fortalecer las instituciones. Estados Unidos y sus aliados están simplemente tratando de librarse de un país cuyo futuro es sombrío.
Ahora, se impone la siguiente pregunta: ¿Cómo es posible que los gobernantes responsables de estos episodios no sean capaces de ver más allá de las consecuencias inmediatas y sean incapaces de encarar la política exterior sin hacer análisis a largo plazo?
Por ejemplo, ¿es posible que ninguno de los gobernantes que participaron en la intervención en Libia haya puesto en duda si era acertada o conllevaba muchos más riesgos que beneficios, a pesar de su convicción de que Muammar Gaddafi era un villano que había que eliminar? ¿Alguno de ellos se preguntó qué sucedería después?
¿Y qué decir de los políticos que no imaginaron lo que significaría apoyar una guerra para eliminar a Bashar al Assad en Siria y lo que podría pasar después?
Al parecer, la Cámara de los Lores tiene razón. La política está en manos de sonámbulos.
Occidente se ha hecho responsable de países que no son viables (Kosovo), de la desintegración de otros (Yugoslavia y ahora probablemente Iraq) y de la apertura de zonas de inestabilidad (Libia y Siria).
Y en Ucrania, la intervención occidental se propone atraer el país hacia la UE y empujarlo hacia la OTAN, provocando así un conflicto de inimaginables consecuencias con Rusia.
Todos estos errores han costado cientos de miles de vidas, millones de personas desplazadas y en total, un coste mínimo de siete billones de dólares.
¿Quién podrá despertar a los sonámbulos?