NACIONES UNIDAS, (IPS) - Los cambios demográficos que ocurren en el mundo y el consumo sin precedentes que los acompaña ponen en peligro al planeta, según un estudio divulgado en vísperas de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible (Río+20).
Poco antes de la Cumbre de la Tierra de 1992 en Río de Janeiro, algunas naciones industriales, y específicamente Estados Unidos, fueron criticadas por consumir hasta un grado obsceno los recursos finitos del planeta, entre ellos alimentos, agua y energía.
El consumo insostenible destruye gradualmente el mundo, advirtieron los ambientalistas en aquella ocasión.
El entonces presidente de Estados Unidos, George Bush (1989-1993), respondió a esos argumentos con una famosa declaración: «El estilo de vida estadounidense no se negocia. Punto».
El mensaje, un ataque diplomático preventivo por parte de Estados Unidos, planeó en la cumbre de líderes mundiales, cuyo plan de acción para el siglo XXI prácticamente eludió este candente asunto político.
Ahora, 20 años después, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) volverá a centrarse en la población, el consumo y el ambiente en la conferencia Río+20, que tendrá lugar del 20 al 22 de junio en Brasil. Se prevé que de ese encuentro surja un nuevo plan de acción para una economía más verde y un futuro sostenible.
El estudio «People and the Planet» (Población y Planeta)http://royalsociety.org/policy/projects/people-planet/report/, subraya los cambios rápidos y generalizados que ocurren en la población mundial y el consumo sin precedentes que amenaza el bienestar del planeta.
Elaborado por la Royal Society británica, una institución científica con 352 años de historia, Isaac Newton, Charles Darwin, James Watson y Albert Einstein fueron algunos de los prestigiosos nombres que formaron parte de la Royal Society. El informe señala que la capacidad de la Tierra para satisfacer las necesidades humanas es finita. Pero cómo se enfoquen los límites depende de las opciones sobre estilos de vida y el consumo asociado. Y esto, a su vez, depende de qué se use y cómo, y de qué se considere esencial para el bienestar humano.
Al presentar el estudio en nombre de esa entidad, el premio Nobel de Medicina 2002, John Sulston, dijo a los periodistas que existe un fuerte vínculo entre población, consumo y ambiente.
Las economías industrializadas y emergentes deben reducir con urgencia el consumo insostenible de los recursos. Un niño nacido en el mundo rico consume entre 30 y 50 veces más agua que uno del mundo pobre, dijo. El aumento del «consumo material» involucra alimentos, agua, energía y minerales, agregó. Como señala el informe, estos recursos responden a las necesidades más básicas de supervivencia, de muchas personas en diferentes partes del mundo.
Por contraste, el alto consumo material que se ve en muchas zonas «puede terminar conduciendo a la pérdida de bienestar para el consumidor y, en un mundo desigual con recursos finitos, causarle privaciones a otros». El siglo XXI es un periodo crucial para la población y para el planeta, señala el estudio, que destaca que la población mundial, que en 2011 llegó a 7.000 millones, alcanzará entre 8.000 y 11.000 millones para 2050.
El excesivo consumo entre los más ricos contrasta con lo que les ocurre a los 1.300 millones de personas más pobres del mundo, que necesitan consumir más para poder salir de la indigencia. El informe plantea que la combinación de una mayor población mundial y un mayor consumo material generalizado tienen implicaciones en un planeta finito.
Como ambos siguen en aumento, las señales de impactos no deseados (como que el cambio climático reduzca los rendimientos de los cultivos en algunas áreas) y de modificaciones irreversibles (como una mayor extinción de especies) se multiplican «de modo alarmante».
El cambio demográfico está pautado por el desarrollo económico y por factores sociales y culturales, así como por las alteraciones ambientales. En varios contextos socioeconómicos muy diferentes se ha producido una transición de alta a baja natalidad y mortalidad, según el estudio. Países como Irán o Corea del Sur han atravesado las fases de esta transición mucho más rápidamente que Europa o América del Norte.
De aquí a 2050, los países en desarrollo estarán construyendo el equivalente a una ciudad de un millón de habitantes cada cinco días, pronostica el estudio. Y el crecimiento rápido y continuo de la población urbana tiene una marcada influencia en los estilos de vida y conducta: cómo y qué consumen, cuántos hijos tienen, qué tipo de trabajo desempeñan. La planificación urbana es esencial para evitar la propagación de suburbios, altamente nocivos para el bienestar de individuos y sociedades.
Entre una serie de recomendaciones, el estudio llama a la comunidad internacional a sacar de la indigencia a los 1.300 millones de personas que viven con menos de 1,25 dólares diarios, y también pide que se reduzca la desigualdad que persiste en el mundo actual.
Por otra parte, las economías industrializadas y emergentes deben estabilizarse y luego reducir el consumo material mediante drásticas mejoras en la eficiencia del uso de sus recursos. Esto incluye reducir los desechos, invertir en recursos sostenibles, en tecnologías e infraestructuras, y desvincular sistemáticamente la actividad económica del impacto ambiental.
Los programas de salud reproductiva y de planificación familiar voluntaria también requieren con urgencia un liderazgo político y un compromiso financiero, tanto en el plano nacional como en el internacional.
La población y el ambiente no deberían considerarse dos asuntos separados, sostienen los expertos. «Los cambios demográficos, y las influencias (que operan) sobre ellos, deberían considerarse en el debate y planeamiento económico y ambiental en las reuniones internacionales, como Río+20» y otras posteriores, señalan. Los gobiernos deberían darse cuenta también del potencial de la urbanización para reducir el consumo material y el impacto ambiental a través de medidas de eficiencia.
A fin de cumplir los objetivos previamente acordados sobre educación universal, los políticos de países con baja asistencia a las escuelas tienen que trabajar con financiadores y entidades internacionales, como la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, el Fondo de Población de las Naciones Unidas y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, así como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, dice el estudio.