ESTRASBURGO, Francia, (IPS) - Cuando el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) dijo que no invertir en los 1.000 millones de jóvenes del mundo era construir «una falsa economía», sin dudas estaba pensando más que en términos empresariales.
De hecho, Ban Ki-moon reconoció plenamente las legítimas exigencias de los jóvenes por una vida con libertad y dignidad. En vista de los recientes acontecimientos en el mundo árabe, no ocultó su satisfacción por la creciente determinación que están mostrando los jóvenes utilizando sus energías y su coraje para abordar «algunos de los problemas más difíciles que afrontamos». Solo trabajando junto a los jóvenes puede la comunidad internacional cumplir con los desafíos actuales, subrayó.
La participación es la clave para el progreso. Y la participación de los jóvenes siempre tuvo dos caras: la oportunidad concedida (o retenida) por la sociedad en función de sus propias necesidades económicas y políticas, y las reclamaciones cruciales y urgentes de los propios jóvenes, que demasiado a menudo ven sus posibilidades evaporarse en el aire caliente de la política cotidiana.
Es bueno que el «Año Internacional de la Juventud», que finalizó en agosto de 2011, haya hecho por lo menos un intento serio por mantener la participación juvenil en la agenda internacional. La participación es un punto fundamental en todos los tratados internacionales que tienen que ver con los derechos humanos, desde la Declaración Universal de los Derechos Humanos hasta la Convención sobre los Derechos del Niño.
El documento resultante de la Reunión de Alto Nivel de la ONU sobre la Juventud, que se realizó en julio de 2011, menciona la participación como un estándar de políticas no menos de 11 veces. Aunque hay un consenso general en cuanto a que la participación es positiva, puede haber menos coincidencia en detalles conceptuales. En 2010, una resolución de la región árabe que llamaba a una participación juvenil «efectiva» fue aprobada por la mayoría de los líderes autócratas. Algunos de ellos no permanecieron mucho tiempo en el cargo, dado que los jóvenes se tomaron muy en serio ese mensaje.
Sin embargo, en Europa, las condiciones políticas para una genuina participación juvenil están relativamente claras. Depende de los derechos humanos, de la democracia y del imperio de la ley. El Consejo de Europa, organización intergubernamental fundada en 1949, instauró los instrumentos legales y judiciales necesarios para traducir estos valores en una realidad cotidiana, así como para controlar su efectiva implementación.
Además, al desarrollar soluciones innovadoras y distribuir ampliamente ejemplos de buenas prácticas participativas entre sus 47 Estados miembro, las autoridades regionales, las organizaciones de la sociedad civil y los otros actores, el Consejo de Europa marca el ritmo de toda la región, particularmente en lo relativo a los jóvenes.
Detalladas recomendaciones políticas sobre la participación de los jóvenes y el futuro de la sociedad civil (1997), la participación de niños y niñas en la vida familiar y social (1998), la participación de los jóvenes en la vida local y regional (2004), ciudadanía y participación de los jóvenes en la vida pública (2006), evaluación, auditoría y control de la participación y las políticas participativas en los planos local y regional (2009) y educación para una ciudadanía democrática y para la educación en derechos humanos (2002, 2010) atestiguan la voluntad política de los dirigentes europeos por lograr una participación juvenil significativa.
Desde los años 70, organizaciones no gubernamentales de jóvenes han participado de cerca en los debates estratégicos del Consejo de Europa, en el área de políticas juveniles, decidiendo en conjunto sobre cuestiones financieras y programáticas.
Pero, ¿es suficiente?
Como señaló el secretario general del Consejo de Europa, Thorbjørn Jagland, nuestro continente «de ningún modo es inmune al malestar, la disconformidad y la alienación sociales». En varios países europeos han florecido movimientos de jóvenes indignados, disparados por pocas o nulas perspectivas laborales, incluso para los más cualificados. Y también por la frustración en torno al trecho existente entre dicho y hecho, por la rápida ampliación de la brecha social entre ricos y pobres, y por las fricciones entre distintas etnias.
Europa debe ver este malestar juvenil como una oportunidad, o al menos como un llamamiento a despertar. Debe analizar sus instituciones políticas con sentido autocrítico. Si tantos jóvenes sienten que los han olvidado, si el 20 por ciento o más no puede encontrar un empleo, si muchos solo pueden mostrar su total desprecio por quienes toman las decisiones políticas, entonces nuestro sistema tiene un problema real.
Tal situación no es sostenible, y sin duda no contribuye a la solución de desafíos mundiales como los Objetivos de Desarrollo de la ONU para el Milenio o el diálogo intercultural. Es necesario concebir y probar nuevas vías de participación juvenil real. Esa será la tarea en los años venideros.