La mayoría de los ciudadanos del mundo estarán de acuerdo en que las armas nucleares deberían ser consideradas inhumanas. Es alentador ver que actualmente hay un movimiento creciente, aunque todavía naciente, para ilegalizar las armas atómicas en base a esta premisa. Esto se puso de relieve en 2010, en la Conferencia de las Partes encargada del examen del Tratado sobre la No Proliferación de Armas Nucleares, cuyo documento final señalaba una «profunda preocupación ante las consecuencias humanitarias catastróficas de cualquier uso de las armas atómicas» y reafirmaba «la necesidad de que todos los estados en todo momento cumplan con el derecho internacional aplicable, incluido el derecho humanitario internacional».
Más tarde, en mayo de 2012, 16 países liderados por Noruega y Suiza emitieron una declaración conjunta sobre la dimensión humanitaria del desarme nuclear.
Los días 4 y 5 de marzo de este año, una conferencia internacional sobre el impacto humanitario de las armas atómicas tendrá ligar en Oslo. Antes de esta conferencia, el 2 y el 3 del mismo mes, la Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares organizará un Foro de la Sociedad Civil para demostrar que un tratado que prohíba las armas atómicas es posible y, también, necesario con urgencia.
En los últimos tiempos ha habido señales, incluso dentro de los estados que poseen armas nucleares, de que las actitudes están cambiando en relación a la utilidad de estas. En un discurso que pronunció el 26 de marzo de 2012 en la Universidad Hankuk de Seúl, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, declaró: «La postura nuclear de mi gobierno reconoce que el enorme arsenal nuclear que heredamos de la Guerra Fría se adecua mal a las amenazas de hoy, entre ellas el terrorismo nuclear».
Además, un comunicado emitido en mayo del año pasado en la Cumbre de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) observaba: «Las circunstancias en las que pueda tener que contemplarse cualquier uso de las armas nucleares son extremadamente remotas». Ambas declaraciones señalan que cada vez se piensa menos en las armas atómicas en relación con la seguridad nacional.
Hay otros argumentos contrarios a la posesión de armas nucleares
Se estima que el gasto añadido anual en el mundo en materia de armas atómicas ronda los 105.000 millones de dólares. Esto deja en claro lo enorme de la carga que se deposita sobre las sociedades simplemente por la posesión continuada de estas armas. Si estos recursos financieros se redirigieran internamente a programas de salud, seguridad social y educación, o a ayuda al desarrollo para otros países, el impacto positivo sobre las vidas de las personas y su dignidad sería incalculable.
En abril de 2012, nuevas investigaciones sobre los efectos en el ambiente de una guerra nuclear se podían ver en el informe «Nuclear Famine» (Hambruna nuclear) nuclear-famine-ippnw-0412.pdf. Divulgado por la Asociación Internacional de Médicos para la Prevención de la Guerra Nuclear y Médicos para la Responsabilidad Social, este estudio pronostica que incluso un intercambio atómico de escala relativamente pequeña podría causar un cambio climático importante, y que el impacto sobre países muy distantes de las naciones combatientes causaría una hambruna que afectaría a más de 1.000 millones de personas.
En vista de estos acontecimientos, me gustaría plantear tres propuestas para ayudar a delinear una sociedad nueva y sostenible, en la que todas las personas puedan vivir con dignidad.
Primero, convertir al desarme en un tema clave de los Objetivos de Desarrollo Sostenible que están en debate en la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Específicamente, propongo reducir a la mitad los gastos militares mundiales en comparación con los niveles de 2010, y abolir las armas nucleares y que todas las demás que sean juzgadas inhumanas en el marco del derecho internacional sean incluidas como objetivos a lograr para el año 2030.
Segundo, iniciar el proceso de negociación de una Convención sobre Armas Nucleares, con el objetivo de acordar un borrador inicial para 2015. A este fin, la comunidad internacional debe participar en un debate activo centrado en la naturaleza inhumana de las armas atómicas.
Tercero, celebrar una cumbre expandida hacia un mundo libre de armas nucleares. La Cumbre del Grupo de los Ocho (G-8) países más poderosos, que tendrá lugar en 2015 -en el 70 aniversario de las bombas de Hiroshima y Nagasaki- sería una oportunidad adecuada para esa cumbre, que debería incluir la participación adicional de otros estados poseedores de arsenales atómicos y representantes de la ONU, así como miembros de las cinco Zonas Libres de Armas Nucleares existentes y de aquellos estados que han asumido un papel de liderazgo a la hora de reclamar la abolición nuclear.
A este respecto, me siento alentado por las siguientes palabras del discurso de Obama en Corea: «... creo que Estados Unidos tiene una responsabilidad única de actuar; de hecho, tenemos una obligación moral. Digo esto como presidente de la única nación que ha utilizado armas nucleares (...) Principalmente, lo digo como un padre que quiere que sus dos hijas crezcan en un mundo donde todo lo que conocen y aman no sea exterminado instantáneamente».
Estas palabras expresan un ansia que no puede dejarse a un lado incluso después de que se hayan considerado plenamente todos los elementos políticos y los requisitos de seguridad. Es la declaración de un solo ser humano que se alza por encima de las diferencias de intereses nacionales o posiciones políticas. Tal modo de pensar puede ayudarnos a «desatar» el nudo gordiano que durante demasiado tiempo ha entrelazado las ideas de seguridad nacional y posesión de armas nucleares.
No hay lugares más propicios para considerar el pleno significado de la vida en la era nuclear que Hiroshima y Nagasaki. Esto se vio cuando la Cumbre de Presidentes de Cámaras Bajas del G-8 se reunió en 2008 en Hiroshima. La clase de cumbre expandida a la que estoy llamando heredaría el espíritu y consolidaría el impulso hacia un mundo libre de armas nucleares. Entonces se convertiría en la punta de lanza para un esfuerzo mayor por el desarme mundial, con el año 2030 como meta.