Muchos fueron torturados y centenares de ellos murieron a balazos o fueron arrojados al Sena, a veces con las manos atadas. Otros murieron por causa de las torturas, de los golpes o del maltrato, de disparos también, en lugares habilitados –muy especialmente- como lugar de detención, como el Palacio de los Deportes de la Puerta de Versalles, o incluso en edificios oficiales, como la Prefectura de Policía. Los detenidos fueron llevados asimismo a otros sitios, como el Centro de Identificación de Vincennes o el Estadio Pierre de Coubertin. Un cierto número fue expulsado de Francia hacia Argelia, entonces –oficialmente- parte de la República Francesa. Un día después, un millar de mujeres, algunas con niños en sus brazos, intentó repetir débil, cautamente, la protesta.
En 2001, el día del 40 aniversario de la masacre, pude hablar con algunos supervivientes en el lugar de los hechos. Recorrí sus pasos de entonces con ellos. A pocos metros, el alcalde de París, Bertrand Delanoë, inauguraba una placa conmemorativa en el puente de Saint-Michel, de donde fueron arrojados no pocos manifestantes. Era uno de los primeros gestos oficiales de reconocimiento. Desde el otro lado del puente, un grupo nada escaso de antiguos combatientes y partidarios de la Argelia francesa, algunos mostrando sus medallas militares, se concentraron –contenidos por una barrera policial- para gritar insultos y amenazas, su oposición al ejercicio de la memoria.
Al día siguiente de la terrible jornada de octubre de 1961, las autoridades no reconocieron nada más que dos muertos. Estudios y reportajes históricos posteriores hablan incluso de 200 asesinados; porque la represión continuó durante las jornadas siguientes.
Mejor que la máquina de la memoria, funcionó la del olvido. Responsable mayor fue Maurice Papon, prefecto de París entonces, antiguo colaborador de la ocupación nazi. Después se disfrazó de gaullista y fue prefecto ya antes, en Argelia precisamente. Un funcionario siempre eficaz, que declaró después no estar arrepentido de sus órdenes.
En 1961, la población de origen argelino se agrupaba en ciudades miseria, chabolas, favelas, bidonvilles, sobre todo en Nanterre (extrarradio parisino). La mayoría eran trabajadores de baja cualificación, simpatizantes de la causa de la independencia argelina. La guerra, que no se reconocía entonces oficialmente como tal, era simultánea a las negociaciones del FLN con el gobierno del general De Gaulle. Papon impuso el toque de queda sólo para argelinos: nadie debía estar en la calle después del trabajo, los cafés tenían que cerrar a las 19 horas. Los vehículos privados podían ser intervenidos, verificados, registrados, confiscados. Para desplazarse por sus obligaciones durante los horarios prohibidos, los argelinos tenían que disponer de un documento firmado por su empresa y visado por la prefectura de policía.
Los atentados eran casi diarios en territorio francés: los efectos de la guerra empezaban a llegar desde el otro lado del Mediterráneo. El FLN convocó una manifestación silenciosa contra el toque de queda y un número incalculable de argelinos, unos 30.000, se dice, convergieron hacia el centro de París rompiendo el toque de queda de Papon, que contenía normas extralegales. Al día siguiente, algunos medios de izquierda empezaron a cuestionar el balance final, que hablaba de tres muertos y 64 heridos.
Un periodista, Jean-Luc Eunaudi lo denunció años más tarde, en los años 90 del siglo XX, y tuvo que comparecer acusado de difamar a un funcionario público. El tribunal reconoció, por vez primera, que había habido «una masacre» y dejó la puerta entreabierta para que se persiguiera la responsabilidad del prefecto.
Hace pocos días se ha reeditado el filme «Octobre à Paris», de Jacques Panijel, que recogió la memoria de diversos protagonistas y colectivos a los pocos días de lo sucedido. Entre ellos, destacados militantes de la causa argelina, como Pierre Vidal-Naquet. Hasta 1973, ese documental no obtuvo autorización oficial para ser explotado y proyectado.
«La República reconoce con lucidez esos hechos. 51 años después de aquella tragedia, rindo homenaje a la memoria de las víctimas», acaba de declarar un comunicado del presidente François Hollande, que reconoce también que hubo una «represión sangrienta». Hollande realiza este gesto a pocas semanas de su próximo viaje a Argelia y cuando menos de un francés de cada dos, dice saber algo de lo que sucedió aquel día.
Por oposición, alguien habla –opone- de nuevo la memoria de las «otras» víctimas de la guerra de Argelia. Y, desde luego, hay que recordar a todas esas víctimas. También existieron. Deben ser recordadas. Pero nunca deben ser utilizadas para olvidar lo que pasó aquel 17 de octubre. Papon fue condenado al final por crímenes contra la humanidad, pero relativos a su colaboración con el régimen de Vichy. Nunca por aquel sombrío 17 de octubre. Fue liberado cuatro años más tarde porque tenía 92 años. Murió en un hospital en 2007, sin admitir sus responsabilidades.