La decisión del gobierno israelí de liberar a partir de este martes 13 a 104 prisioneros palestinos y palestino-israelíes con largas condenas, a los que considera «terroristas» porque participaron en ataques que mataron a israelíes, coincide con la reanudación de las conversaciones de paz tras una interrupción de tres años.
La gradual liberación de presos sentenciados a cadena perpetua previo a los Acuerdos de Oslo de septiembre de 1993 se aprobó hace una quincena, para malestar de las familias de las víctimas.
En el histórico acuerdo firmado hace 20 años por el entonces primer ministro israelí Yitzhak Rabin y el entonces presidente de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Yasser Arafat, ambas partes accedieron a «reconocer sus derechos mutuos» y a negociar una solución de dos estados al conflicto. Pero nunca se materializó en un acuerdo de paz final.
Las conversaciones que se reanudan ahora buscan completar el proceso que se inició con los Acuerdos de Oslo. Tras la liberación de una primera tanda de 26 personas que llevan años e incluso décadas en prisiones israelíes, una segunda ronda de negociaciones empezará el miércoles 14 en Jerusalén y en la ciudad cisjordana de Jericó.
El resto de los 104 prisioneros se liberarán en tres etapas adicionales, sujetas a los avances que se logren durante los nueve meses asignados a las conversaciones, que oficialmente se iniciaron el 30 de julio en Washington.
«Depositamos nuestra confianza en los sistemas político y judicial en cuanto a que estos asesinos nunca vieran la luz del día», protesta Swery. «Si los liberaran, sería como si hubieran matado a nuestros hijos dos veces».
Swery está sumido en el duelo desde hace 12 años. En agosto de 2001, en plena segunda Intifada, su hijo Doron, su hija Sharon y su yerno Yaniv Ben-Shalom fueron asesinados por balazos disparados desde un vehículo que se desplazaba por una carretera de Cisjordania.
Sus nietas Shajar y Efrat, entonces de tres meses y un año respectivamente, sobrevivieron al ataque. La madre las protegió con su cuerpo. Los perpetradores fueron atrapados y sentenciados a cadenas perpetuas consecutivas.
Los hombres condenados por matar a su familia no figuran en la lista de quienes serán liberados.
Pero no todos los padres piensan como Swery. «Arik tenía 19 años, era un muchacho encantador que sonreía todo el tiempo», dice Yitzhak Frankenthal, el desconsolado padre de un soldado muerto.
A Arik Frankenthal lo secuestraron y asesinaron miembros del Movimiento de Resistencia Islámica (Hamás, por su acrónimo árabe) mientras hacía auto stop para volver a su casa desde la base en la que se encontraba, en julio de 1994.
Diecinueve años más tarde, y todavía llorando la pérdida de su hijo, Yitzhak Frankenthal lidera una organización de padres israelíes y palestinos desconsolados que trabajan juntos en nombre de la reconciliación, la tolerancia y la paz.
«Necesitamos superar las barreras psicológicas del temor, el odio, la ignorancia, e impulsar a ambos gobiernos a hacer la paz», dice.
El exnegociador de paz palestino Ziad Abu Zayyad dice que, «si la misma gente que envió a estos prisioneros a atacar a Israel ahora hablara con Israel, los prisioneros no continuarían en la cárcel».
Según la organización israelí de derechos humanos B'Tselem, actualmente hay más de 6.000 palestinos en prisiones del Estado judío. Representan uno de los asuntos más dolorosos del conflicto, no solo para los israelíes.
«Cada prisionero tiene también una familia, una comunidad, y hay muchas personas involucradas emocionalmente», destaca Abu Zayyad.
Para los palestinos, ellos son «combatientes por la libertad» que resisten la ocupación israelí. Para los israelíes, son la peor cara del terrorismo. Desde hace mucho tiempo se reclama su liberación.
«Este ciclo de derramamiento de sangre debe parar. Liberar a los prisioneros envía una señal al pueblo palestino de que el gobierno israelí habla en serio, y ayuda a crear un mejor clima para las negociaciones», enfatiza Abu Zayyad.
Este tema enfrenta no solo a los palestinos contra los israelíes, sino también a varias familias israelíes entre sí. «Si liberar a asesinos es una condición para la paz, entonces esta no es paz en absoluto», objeta Swery.
Frankenthal sostiene: «Yo perdí a Arik precisamente porque no hay paz entre los palestinos y nosotros». «Lamentablemente, el único idioma que los israelíes entendemos es el de la fuerza, el del poder», agrega. «Si no hay terrorismo, no hay necesidad de hablar con los palestinos; si hay terrorismo, ¿por qué querríamos hablar? Es un círculo vicioso».
Frankenthal destaca la poderosa campaña de solidaridad organizada por sectores de la sociedad civil israelí para la liberación del soldado Guilad Shalit, secuestrado en junio de 2006 por Hamás.
Tras más de cinco años en cautiverio, en octubre de 2011, Shalit fue canjeado por más de 1.000 prisioneros palestinos.
«Los palestinos que combaten contra soldados son soldados reales. Liberarlos es legítimo, como cuando los ejércitos intercambian prisioneros. Pero estos prisioneros en particular son asesinos», plantea Swery.
Los prisioneros que serán liberados en cuatro etapas a partir del martes participaron en atentados que mataron a israelíes previo a los Acuerdos de Oslo de 1993.
«¿Cuál es la diferencia entre un combatiente palestino –desde nuestro punto de vista, un terrorista- que pone una bomba en una cafetería y mata a entre 10 y 15 personas, y un piloto israelí que bombardea la ciudad de Gaza y mata a entre 10 y 15 palestinos?», retruca Frankenthal.
Ya sean «terroristas con las manos ensangrentadas» o «combatientes por la libertad» o ambas cosas, los prisioneros palestinos reviven todas las emociones básicas con las que lidian tanto israelíes como palestinos en su inextricable conflicto: temor y culpa, odio y venganza, crimen y castigo, pérdida y dolor.
Ya sea que el terrorismo sea perpetrado por palestinos o por la ocupación israelí, ninguna parte puede perdonar u olvidar, ni siquiera los más comprometidos amantes de la paz.
«Solo Dios puede perdonar», murmura Frankenthal. «Yo no perdonaré a los asesinos de mi hijo. Si me devolvieran a mi hijo, los perdonaría. De todos modos estoy listo para transigir, para reconciliarme, para pasar página».