«Fue el discurso más escalofriante de la historia de la Presidencia de Estados Unidos», explica Peter Kornbluh, del Archivo de Seguridad Nacional, refiriéndose al histórico anuncio del 22 de octubre de 1962. Kornbluh trabaja desde hace décadas para desclasificar documentos clave que permitan conocer mejor lo ocurrido durante la crisis de 13 días que tuvo en vilo al mundo en octubre de 1962. La mayoría de los historiadores coinciden en que fue lo más cerca que se estuvo de una guerra nuclear.
Los asesores militares de Kennedy le urgían a lanzar un ataque preventivo contra las instalaciones de la isla caribeña donde estaban los misiles, sin saber que algunos de ellos ya estaban armados. La historia oficial cuenta que la crisis terminó cuando el entonces presidente de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), Nikita Kruschev, cedió y aceptó retirar los misiles a cambio de la promesa de que Estados Unidos no invadiría Cuba.
«Nos mirábamos directo a los ojos y el otro parpadeó», se regocijó el entonces secretario de Estado Dean Rusk, cuya declaración fue interpretada como la resolución de las crisis. «La victoria de Kennedy en la sucia Guerra Fría naturalmente pasó a dominar la política exterior de Estados Unidos», según opina Leslie Gelb, presidenta emérita del Consejo de Relaciones Exteriores, una institución independiente. «Deificó el poderío militar y la fuerza de voluntad, y denigró el toma y daca de la diplomacia», escribió Gelb en su artículo «The Myth that Screwed Up 50 Years of U.S. Foreign Policy» (»El mito que arruinó 50 años de política exterior de Estados Unidos»). En esa publicación señala que «fijó un estándar de rudeza y retos arriesgados con los 'tipos malos' imposible de igualar porque, para empezar, nunca ocurrió»
Lo que el público nunca supo es que la concesión de Kruschev respondió a otra de Washington, negociada en secreto diplomáticamente por el hermano del presidente, Robert Kennedy, y el entonces embajador soviético en Washington, Anatoly Dobrynin.
A cambio de retirar de los misiles de Cuba, Moscú logró que Washington se comprometiera a retirar de Turquía los suyos propios, los llamados Júpiter, en un plazo de seis meses. El gobierno de Estados Unidos insistió en que esta concesión permaneciera en secreto. «El mito (de la crisis de los misiles), no la realidad, se volvió la vara para negociar con los adversarios», según Gelb, que se basa en entrevistas a varios protagonistas de la época.
En una columna publicada por The New York Times, el periodista e historiador Michael Dobbs, especialista en la Guerra Fría que trabajó en The Washington Post, coincide en que la imagen de «'directo a los ojos' incidió en algunas de nuestras decisiones más desastrosas en política exterior». Esas decisiones van, «desde la escalada de la Guerra de Vietnam (1964-1975), en el gobierno de Lyndon Johnson (1964-1969) a la invasión de Iraq (2003), ordenada por George W. Bush (2001-2009)».
Dobbs también recoge en su artículo que Bush cometió un «error fatídico en un discurso pronunciado en Cincinnati en 2002, cuando describió a Kennedy como el padre de su doctrina de la 'guerra preventiva'. Pero, de hecho, Kennedy hizo todo lo que pudo para evitar la guerra». Por su parte, Graham Allison, director del Centro Belfer, de la Escuela de Gobierno Jonh F. Kennedy, de la Universidad de Harvard, estima que «las lecciones de esa crisis nunca fueron tan importantes como para la política exterior actual». Las investigaciones de Allison permitieron esclarecer las idas y vueltas en aquellos «13 días de octubre».
El enfrentamiento entre Estados Unidos e Irán es «como la crisis de los misiles en cámara lenta», según escribió Allison en un artículo publicado en agosto por la revista Foreign Affairs. Los asesores le daban dos opciones a Kennedy, escribió Allison: «atacar o aceptar los misiles nucleares soviéticos en Cuba». Pero el presidente rechazó ambas y se dispuso a forjar un acuerdo aceptable para las dos partes, apoyado por la amenaza de atacar a Cuba en 24 horas, si Kruschev no aceptaba el acuerdo.
El presidente Barack Obama enfrenta actualmente un dilema similar, según Allison: consentir en que Irán adquiera la bomba atómica o lanzar un ataque aéreo preventivo que, en el mejor de los casos, podría demorar el programa nuclear iraní algunos años. Una tercera opción en la línea de Kennedy, planteó, sería un acuerdo que limite de forma verificable el alcance del programa nuclear iraní, a cambio del compromiso de Washington de no atacar a esa república islámica, siempre y cuando cumpla con el pacto.
Esa parece ser la política de Obama, en especial ante el posible acuerdo de principio entre Washington y Teherán, para mantener conversaciones bilaterales directas, con la eventual colaboración del grupo P5+1, los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) (China, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Rusia) más Alemania. Este acuerdo, de confirmarse, se activaría tras las elecciones del 6 de noviembre, en que Obama aspira a la reelección.
Allison también analiza la incidencia de terceros en el conflicto. Israel amenazó varias veces con atacar a Irán de forma unilateral y el hecho de que tenga la posibilidad de hacerlo, complica la situación actual. «El secreto que rodeó a la resolución de la crisis de los misiles de Cuba hizo que la lección que quedó arraigada en la política exterior de Estados Unidos fuera la importancia de hacer una demostración de fuerza para obligar al oponente a retroceder», explica Kornbluh.
«Pero la verdadera lección es la del compromiso con la diplomacia, con la negociación y con el mutuo acuerdo, y eso fue posible gracias a la determinación de Kennedy a evitar un ataque preventivo, pues sabía que se abriría una 'caja de Pandora' en la era nuclear», remarca Peter Kombluh.