Los resultados de una reciente encuesta sobre el pensamiento de 3.500 jóvenes de entre 18 y 24 años en todos los países árabes, excepto Siria, acerca de la situación actual en Oriente Medio y África del Norte, revelan que la gran mayoría de ellos no tiene confianza en la democracia.
La encuesta también contribuye a explicar por qué tantos jóvenes se sienten atraídos por el grupo extremista Estado Islámico, que declara la guerra a todos los gobiernos árabes, que define como corruptos y aliados del decadente Occidente.
El estudio, realizado por la empresa internacional de encuestas PennSchoenBerland, no se ha enfocada en una minoría, puesto que el 60 por ciento de la población árabe tiene menos de 25 años.
La palabra democracia no existe en árabe, es un concepto ajeno a la época en la que el profeta Mahoma fundó el Islam. Sin embargo, vale la pena señalar que el concepto de democracia como se conoce hoy en día, también es relativamente reciente en Occidente. Aunque sus orígenes se remontan a la antigua Grecia, solo reapareció con la Revolución Francesa.
La democracia se convirtió en un valor aceptado al finalizar la Segunda Guerra Mundial y el fin de los regímenes nazi, japonés y, más tarde, el soviético. Y en verdad, aún no es una realidad en gran parte de Asia (basta pensar en China y Corea del Norte) y de África.
Luego existen gobiernos como el de Hungría, donde el primer ministro,Viktor Orbán, predica abiertamente a favor de un estilo de régimen autoritario similar al del presidente ruso, Vladimir Putin, y que comparten algunas fuerzas políticas de otros países, como el francés Frente Nacional y el italiano Liga Norte.
Pero pocos tienen una visión tan negativa de la democracia como los jóvenes árabes. La encuesta muestra que, tras la emergencia de la Primavera Árabe en 2011, un aplastante 72 por ciento de jóvenes creía que el mundo árabe había mejorado. La cifra se redujo al 70 por ciento en 2013, al 54 por ciento en 2014, y ahora se sitúa en apenas el 38 por ciento.
Según la encuesta, el 39 por ciento de los jóvenes árabes entrevistados están de acuerdo con la afirmación de que «la democracia no va a funcionar en la región», frente a un 36 por ciento que dice que podría funcionar, mientras el restante 25 por ciento expresa muchas dudas.
Es evidente que la Primavera Árabe ha sido traicionada con el regreso del ejército al poder, como en Egipto, o por la supervivencia de la vieja guardia en el poder, cueste lo que cueste, como en Siria bajo el régimen de Bashar al Assad. A esto debemos sumar que el 41 por ciento de los jóvenes árabes están desempleados.
Con estos datos, no es difícil entender que la frustración y el pesimismo estén a flor de piel entre los jóvenes árabes, y que una parte de ellos opten por simpatizar o incluso adherirse al EI.
La idea central del EI es crear un califato, como en los tiempos de Mahoma en el siglo VII, en el que la riqueza se distribuirá entre todos, la dignidad del Islam se reforzará y un mundo de pureza con una visión teológica sustituirá al mundo materialista actual.
El sondeo también revela algo extremadamente importante. A la pregunta «¿cuál es el mayor obstáculo para el mundo árabe?», el 37 por ciento de los entrevistados indicó la expansión del EI y el 32 por ciento la amenaza del terrorismo. El problema del desempleo fue mencionado por un 29 por ciento y el del conflicto entre israelíes y palestinos el 23 por ciento.
La encuesta excluye a Irán, que no es un país árabe pero sí musulmán, de la rama chií. A su vez, los suníes son mayoría en todos los países árabes, excepto en Iraq, Bahrein y, tal vez, Yemen, donde los chiíes son mayoría. La población islámica mundial es de 1.600 millones de personas y los chiíes representan solo el 10 por ciento.
El dramático conflicto actual ocurre dentro del Islam suní. El wahabismo, una variante nacida en Arabia Saudita y la religión oficial de su casa reinante, se ha dividido entre aquellos que quieren volver a la pureza de los primeros tiempos y los que son considerados «petrowahabistas», porque se han corrompido por la riqueza del petróleo y se caracterizan por aceptar el gobierno de los jeques.
Arabia Saudita dedica una media de 3.000 millones de dólares anuales para promover el wahabismo. Ha construido más de 1.500 mezquitas en todo el mundo, donde los predicadores radicales instigan a los fieles a volver al Islam puro e incorrupto.
El movimiento wahabí comenzó a escapar al control de Arabia Saudita con la insurgencia de Osama Bin Laden, una situación similar a la del movimiento radical Hamas, originalmente apoyado por Israel para debilitar a la Organización para la Liberación de Palestina de Yasser Arafat. Posteriormente, Hamas se volvió contra el Estado de Israel.
La encuesta también revela que los jóvenes suníes ven al EI y el terrorismo como su principal amenaza. Ese sondeo resulta representativo de 200 millones de personas con edades entre 18 y 25 años.
Pero, si solo el uno por ciento de ellos, es decir una ínfima minoría, respondiese al llamamiento de la Jihad, esto se traduciría en un potencial de dos millones de jóvenes. Aunque se trata solamente de una hipótesis, está causando intensa y creciente preocupación.
La polarización en el interior de la confesión suní se intuye como el problema más importante del futuro, pero este juicio excluye a los chiíes, pues sus seguidores no practican el terrorismo.
Para los observadores externos y particularmente para Europa y Estados Unidos, esta situación debería ser el más claro ejemplo de que el EI y el terrorismo son ante todo un problema interno del Islam.
Por lo tanto, se debería entender que una intervención externa en este ámbito solo puede provocar el efecto contraproducente de unificar el mundo árabe contra los invasores.