Poco queda del modelo europeo de Arcelor, que ha llegado a rechazar 3.300 millones de sus sociedades europeas, la producción excedentaria, y una baja demanda en el continente, han recudico la producción casi un 30 por ciento desde 2007. De nada han servido las marchas de trabajadores en 212 entre Florange y París para exigir un compromiso del gobierno.
En 2011 los propietarios de la empresa suspendieron las labores de fundición, señalando que era una medida temporal mientras se recuperaba el mercado del acero, deprimido por la reconversión industrial europea y la crisis global. Los trabajadores critican al presidente François Hollande, que durante la campaña electoral del año pasado prometió impedir el cierre y en octubre habló incluso de nacionalizar temporalmente la siderurgia, para salvar los puestos de trabajo. En noviembre del año pasado se firmó un convenio entre la empresa y el gobierno para apagar los hornos y poder reabrirlos dentro de seis años. De los 629 trabajadores que había en la fábrica, 206 se han acogido a la jubilación, 300 han sido desviados a otras actividades y 122 han quedado en el paro.
La acería en Europa, que fue el motor de la economía y el progreso industrial durante buena parte del siglo XX, está en declive, no solo por los daños medioambientales, sino por los nuevos materiales de fabricación y por el elevado coste de los complejos industriales. El siderúrgico ThyssenKrupp, por ejemplo, despedirá a 2.000 trabajadores hasta finales de 2015, e incluye los posibles cierre o venta de su fábrica de Sagunto. En Alemania también se han reducido puestos de trabajo en Duisburgo, Dortmund y Neuwied.