El tesoro de petróleo y gas no convencionales de Vaca Muerta promete autoabastecimiento energético y desarrollo para Argentina. Pero la fractura hidráulica requerida para arrancar esa riqueza enquistada en rocas subterráneas, podría pagarse muy cara.
El paisaje se transfigura al alejarse unos 100 kilómetros de Neuquén, la capital de la provincia del mismo nombre, en el sudoeste argentino. En la bautizada por algunos «Arabia Saudita de la Patagonia» florecen los frutales y se extienden verdes los viñedos en el comienzo de la primavera austral.
Pero a los costados de la carretera, con un intenso vaivén de camiones que transportan agua, arena, productos químicos y estructuras metálicas, las torres de perforación y las máquinas de bombeo comienzan a sustituir las prolijas hileras de álamos que protegen los cultivos del viento patagónico.
«Ahora hay dinero, trabajo, uno está mejor», dice el camionero Jorge Maldonado, que diariamente transporta tubos de perforación a Loma Campana, el yacimiento petrolífero que en solo tres años se ha convertido en el segundo en producción de Argentina
Se ubica en la formación geológica de Vaca Muerta, en la Cuenca Neuquina, que abarca las provincias de Neuquén, Río Negro y Mendoza. De sus 30.000 kilómetros cuadrados, la petrolera estatal YPF tiene en concesión 12.000, unos 300 operados con la estadounidense Chevron. Vaca Muerta alberga una de las mayores reservas mundiales de petróleo y de gas de esquisto, en estructuras rocosas de hasta 3.000 metros de profundidad.
Aquí se perfora un pozo cada tres días y la demanda de mano de obra, equipos, materiales, transporte y servicios, aumentan al compás de la actividad, alterando la vida de los pueblos del área, el más cercano Añelo, a ocho kilómetros del yacimiento.
«Ahora puedo darle algo a mis hijos y pagarle sus estudios a mi esposa», subraya el operador de montacargas Walter Troncoso.
Según YPF, Vaca Muerta ha multiplicado 10 veces las reservas petroleras y 40 las de gas de Argentina, lo que le permitirá ser exportador neto de hidrocarburos. Pero su explotación obliga a utilizar la tecnología de la fractura hidráulica, conocida también como fracking, a la que YPF prefiere llamar «estimulación hidráulica».
Se trata, dice la empresa, de la inyección a alta presión de agua, arena y «una baja cantidad de aditivos», en la roca generadora, a más de 2.000 metros de profundidad para hacer fluir el hidrocarburo hasta la superficie por las cañerías del pozo.
El ingeniero Víctor Bravo asegura en un estudio publicado por la Fundación Patagonia Tercer Milenio que en cada pozo se realizan unas 15 fracturas, con 20.000 metros cúbicos de agua y unas 400 toneladas de productos químicos diluidos.
La fórmula es un secreto comercial, «pero se supone que son unas 500 sustancias químicas, 17 tóxicas para los organismos acuáticos, 38 tóxicos agudos, ocho cancerígenos probados», indica. Algunas fracturas, insiste, pueden alcanzar un acuífero, contaminándolo con los fluidos inyectados y con el propio gas. «Es un efecto de la contaminación que no vamos a ver ahora sino en 15 o 20 años», alerta el diputado provincial de Neuquén, Raúl Dobrusin de la oposición.
En la visita a Loma Campana de Tierramérica, el gerente regional de No Convencional de YPF, Pablo Bizzotto, desestimó esos temores, porque la formación rocosa está a unos 3.000 metros y las napas de agua entre 200 y 300 metros. «El agua tendría que transitar miles de metros hacia arriba. No puede hacerlo», aseguró.
Además, el agua de retorno, separada del petróleo, se reutiliza para otras estimulaciones, mientras el resto se vierte en «pozos sumideros perfectamente aislados», argumenta. «Los acuíferos no corren peligro alguno», insiste.
«¿Qué harán con esa agua cuando ese pozo se llene? Eso no lo dice nadie», cuestiona Dobrusin.
Según Bizzotto, la intensidad sísmica de la estimulación tampoco compromete los acuíferos, porque las fisuras se producen a gran profundidad. Además, explica, los pozos están «encamisados» con tres cañerías de acero, interpuestas por barreras de cemento.
«Queremos atraer inversiones, generar trabajo, pero resguardando siempre los recursos naturales», acota el secretario de Ambiente de Neuquén, Ricardo Esquivel A su juicio, hay «muchos mitos» sobre la fractura hidráulica, como que es tanta el agua requerida que disminuye el caudal hídrico.
Neuquén, afirma, utiliza el cinco por ciento del agua de sus ríos para irrigación, consumo humano e industria, mientras el resto sigue hacia el mar. Incluso si se perforasen 500 pozos anuales, se utilizaría apenas un uno por ciento más del recurso, aduce.
«Esa agua no queda en las mismas condiciones que tenía cuando se sacó del río, se cambia el ciclo hidrológico. Minimizan un problema que requiere un análisis más profundo», rebate la activista Carolina García, de la Multisectorial contra la Fractura Hidráulica.
Recuerda que en la Unión Europea se cuestiona la técnica y que Alemania estableció en agosto una moratoria de ocho años para el esquisto, mientras se estudian los riesgos de la técnica, recuerda.
YPF dice que Vaca Muerta no es comparable porque está en un área poco poblada. «La teoría del desierto, y de que esto se puede convertir en una zona de sacrificio porque no hay nadie, es una falsedad», ironiza Silvia Leanza, de la Fundación Ecosur.
«Gente hay, el agua corre y el aire también», plantea. «Las emisiones de gases y el polvo en suspensión pueden llegar hasta 200 kilómetros», añadie.
La teoría del desierto tampoco valdría para Allen, un municipio de 25.000 habitantes, en la vecina provincia de Río Negro, que sufre las consecuencias de la extracción por hidrofractura de otro gas no convencional, el «tight gas», o de arenas compactas.
En esa rica localidad frutícola, a 20 kilómetros de la capital neuquina, sus frutos disminuyen mientras crecen los pozos de gas, explotados por la compañía estadounidense Apache, cuyas operaciones argentinas adquirió en marzo YPF. Apache alquila chacras (fincas) productivas para sus perforaciones, denuncia la Asamblea Permanente del Comahue por el Agua (APCA).
«Recorriendo las chacras es fácil darse cuenta como los hidrocarburos están ocupando lo que hasta hace pocos años era tierra frutícola. Allen es conocida como la capital de la pera, y hoy está dejando de serlo», se lamentó Gabriela Sepúlveda, de APCA Allen-Neuquén
En marzo, explotó un pozo que hizo vibrar las casas cercanas. No fue la primera vez ni es el único problema para los vecinos, relata el cuidador de un vivero contiguo al pozo, Rubén Ibáñez. «Desde que se instalaron empezaron los problemas de garganta, estómago, pulmones, mareos, náuseas», afirma.
«Cada tanto hacen una perforación que dura como un mes y después hacen el venteo (quema de gas) a cielo abierto. Uno no es técnico pero siente los malestares», señala. «El agua aunque esté muriéndome de sed no la tomo... cuando regaba las plantas del vivero se morían», añadie.
El gobierno provincial asegura que las inspecciones en los yacimientos, son constantes. «En 300 pozos no encontramos ningún impacto ambiental que haya generado motivaciones para sanciones», destaca el secretario Esquivel.
«Tenemos un objetivo claro, que Loma Campana, como el primer lugar de desarrollo de hidrocarburos no convencionales, sea el modelo a imitar, no solo en coste, producción, técnica, sino en cuestiones ambientales», enfatiza Bizotto.
«Toda tecnología es incierta», plantea Leanza. «¿Por qué negarlo? Pongámoslo en el debate», propone.