-José Manuel Durao Barroso va a estar previsiblemente otros cinco años al frente de la Comisión Europea, pero su ratificación ha estado precedida de un agrio debate político con el que ha demostrado ser, cuando menos, una figura controvertida.
-El adjetivo controvertido es un poco injusto. De todas formas, si un político no fuera controvertido, yo me preocuparía, en su lugar. A Barroso se le acusa de estar vendido a los Estados miembros de la UE porque siempre ha seguido la agenda de los gobiernos, pero el papel de la Comisión está bien definido en los Tratados y su misión es poner una propuesta sobre la mesa y conseguir que el Parlamento y los Estados se pongan de acuerdo. El presidente de la Comisión tiene que tener el "feeling" político para estar muy pendiente de las políticas nacionales, pero eso no quiere decir que sea esclavo del Consejo.
-Muchos han entendido que en su programa de presentación de este segundo mandato, planteaba una alianza del Parlamento europeo y la Comisión frente a los Estados.
-No creo. Tuve oportunidad de discutir ese programa con Barroso hace unos meses en Barcelona. Lo que ofrece es una alianza estratégica en los aspectos simbólicos. De la misma manera que la ampliación fue su prioridad en el primer mandato, ahora lo son los derechos fundamentales y él busca un partenariado entre la Comisión, el Parlamento y el Consejo para desarrollar el Tratado de Lisboa y que las instituciones funcionen. La clave es que la Comisión tiene que guardar un equilibrio con las otras instituciones y Barroso puede tener ahora una gran libertad política.
-Venimos hablando del Tratado de Lisboa como el gran potenciador de la UE, pero tras las cesiones que han tenido que hacerse, la Comisión seguirá teniendo 27 miembros. ¿Un ejecutivo así se puede manejar para conseguir una eficacia política homologable?
-La Comisión es un colegio organizado por su presidente. Con 27 miembros, exige un esfuerzo suplementario de impulso político y de dirección por parte del presidente.
-27 miembros que corresponden a 27 países
-Los comisarios son independientes y no es mera retórica. En 23 años en la Comisión, nunca he encontrado a un comisario nacionalista. Un comisario por país y varias familias políticas representadas contrapesan muy bien cualquier intención nacionalista. Otra cosa es que cada cual arrime el ascua a su sardina.
-Dentro de unos meses, con el Tratado de Lisboa en vigor, habrá un presidente de la Unión Europa. ¿Esa figura no va a eclipsar a la del presidente de la Comisión?
-El Presidente del Consejo es la persona que tiene que dar permanencia al funcionamiento de este sanedrín, del que, por cierto, el presidente de la Comisión es uno más. Su misión es garantizar que los ministros ejecuten lo que dice el Consejo y representar a la UE en su dimensión internacional. En el resto no puede interferir en el trabajo de la Comisión.
-¿Qué pasará entonces, por ejemplo, en la próxima Cumbre Transatlántica? ¿Quién se va a hacer la foto con el presidente Obama?
-El problema es que quien no se podrá poner en la foto será Sarkozy, Merkel, Brown o Zapatero. A lo mejor el interés de los líderes es que no salga demasiado en la foto el Presidente del Consejo Europeo.
-Eso se puede entender como juego político, pero no podrá decirse que forma parte de la construcción europea.
-La construcción europea la hacen las élites y desde las élites. Si Europa fuera un Estado federal podría estar mucho más cerca de los ciudadanos. Pero aquí no se pide sangre entre Barroso y el Parlamento, por ejemplo, y la gente no se puede sentir identificada con una de las partes. Lo que no podemos ni queremos es invadir una escena de juego político que no es la nuestra.
-Los ciudadanos podríamos pensar entonces que si Europa la hacen las élites no tienen ningún derecho a criticarnos porque no votemos en las elecciones al Europarlamento.
-La respuesta es que el 80 % de la legislación nacional que a usted le afecta se hace por acuerdo entre los políticos nacionales y sus elegidos en el Parlamento europeo. Es cierto que el sistema de voto está pervertido por la política nacional. Es el precio que hay que pagar.
-Siguiendo con el programa de Barroso, ha llamado la atención que ponga el acento más en lo social cuando va a tener que gestionar la salida de la crisis.
-Eso demuestra la capacidad política de nuestros dirigentes. Poner el acento en lo social significa que Europa tiene unas señas de identidad claras y una de ellas es el modelo social. Exige valentía poner sobre la mesa que este modelo hay que reforzarlo.
-Se marca como objetivo conseguir que el empleo en Europa sea decente. ¿Apunta más alto de lo que cabía esperar de un político conservador?
-Merkel no se ha hecho de izquierdas de repente y, sin embargo, su política está superando por la izquierda a los socialdemócratas. Barroso representa a un Colegio multiideológico. El modelo social y tener un empleo de calidad son fases del mismo fenómeno. Ahora hay que saber si vamos a cambiar el modelo económico. Una de las claves del futuro de Europa es tener un modelo educativo y de formación profesional competitivo, cosa que yo creo que estamos perdiendo.
-¿La Comisión tiene la capacidad ejecutiva y el dinero para hacerlo?
Tenemos una capacidad de gasto limitada. El presupuesto comunitario está en torno al 1 o algo más del PIB comunitario, pero se trata de tener capacidad para generar recursos públicos. Solamente para logar el mantenimiento del sistema crediticio bancario, las haciendas públicas han invertido más de dos mil billones de euros. Ese impulso ha salido de una concertación, que sólo ha sido posible porque existe el Banco Central Europeo. Ese es el efecto multiplicador que consigue la UE.
-Si es cierto que lo peor de la crisis ha pasado, ahora tocaría tomar medidas para que la situación no se repita. ¿Qué hace Europa?
Los 27 ya han tomado la decisión de crear el Consejo Europeo de Supervisión Financiera, que tiene dos características: independencia y capacidad para obligar a seguir las reglas. Cuando hablamos de control de flujos financieros transfronterizos estamos hablando de tener un marco común, un patrón que cada uno de los Estados va a convertir en Derecho o en prácticas nacionales.
-La Comisión también se plantea un escenario ambicioso en la lucha contra el cambio climático y el suministro energético. ¿Es sólo una declaración de intenciones?
-Hay un compromiso de lucha contra el cambio climático para cumplir la regla de los tres veintes: 20 % de reducción de gases contaminantes, 20 % de energías alternativas y 20 % de eficacia energética. Todo ello en 2020. La Comisión no sólo se limita a pedir que sean buenos los Estados, sino que tiene elementos para obligar.
-En política exterior, se confía en que el nuevo Tratado dé a la UE la visibilidad que siempre ha buscado en la escena internacional. ¿Usted lo cree?
-Una cuestión son los elementos jurídicos y otra, la voluntad política. Tienen que casarse los dos para que funcione. Lisboa pone sobre la mesa todos los elementos necesarios del puzle para que eso sea una realidad. Pero mucho ya se ha hecho. Hay que destacar la labor de Javier Solana en la UE porque, por ejemplo, la reconstrucción política de los Balcanes se ha hecho desde Bruselas, y no precisamente por la OTAN. Quien mantiene en Oriente Próximo un mínimo de entendimiento entre árabes e israelíes, no es Estados Unidos, es Javier Solana. El futuro responsable de la política exterior va a coordinar un equipo de comisarios como vicepresidente de la comisión y va a coordinar con los Estados las fuerzas de intervención europeas. Hace 10 años era utópico.
-Hay varios países llamando a las puertas de la UE y con características muy distintas: Islandia, Croacia, Macedonia, Turquía. ¿Europa debe tener las puertas abiertas para todos?
-Hay que respetar los criterios que la propia UE se ha marcado, pero es imposible jugar las mismas cartas con todos. No es igual Islandia, que tiene 300.000 habitantes y forma parte del Espacio Económico Europeo y del Tratado de Schengen, que Turquía con 80 millones de habitantes y una capacidad inmensa de mano de obra exportable. Turquía tiene mucho que ofrecer a la UE pero hay que ver a qué ritmo nos podemos absorber mutuamente.
-¿Qué problema plantea el hecho de que Turquía tenga una mayoría de población de religión musulmana?
Yo creo que eso es positivo, porque es un país laico. Turquía demuestra que se puede ser musulmán con una separación de iglesia y Estado. Eso es un modelo de exportación fundamental para el Islam.
-El 1 de enero empieza la presidencia española de la UE. ¿Será una oportunidad para la política exterior española o las presidencias europeas ya no son lo que eran?
-Es un desafío fascinante y espero que todo salga bien. España se va a encontrar con el final del proceso de nombrar una nueva Comisión, nuevos cargos en el Consejo y nuevos diputados en el Parlamento y, sobre todo, con la dificultad de por dónde empezamos a desarrollar el Tratado de Lisboa. Con la oportunidad de lanzar todo esto, a España le ha caído el maná.
-Arranca ahora un periodo intenso. ¿Cuál es su previsión para Europa dentro de cinco años?
-Europa tiene un gran reto frente a Estados Unidos, la emergencia China, Rusia, como suministradora de materias primas, el Tercer Mundo y el Islam, todos dentro de una globalidad. Nosotros somos una sociedad envejecida y la mejor forma de mantener el modelo social europeo frente a los nuevos fenómenos es tener una sociedad viva, con una base educacional y de formación importante. Ése es el gran reto de inversión. La Comisión acaba de elaborar una comunicación que es un ataque directo a la educación tradicional. El camino es la teoría de las tres T que planteó Merkel durante la presidencia alemana: tolerancia, tecnología y talento.
Blog de Francisco Fonseca: