El museo considera que estos registros son «simbólicos» del compromiso de Japón con la paz. La medida de buscar el reconocimiento de la Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) tiene lugar en medio de continuas tensiones políticas entre Japón y sus excolonias de Asia oriental, China y la península coreana, en torno a su pasado bélico.
Los pilotos suicidas fueron una fuerza especial destinada a proteger a su país de los aliados occidentales hacia el fin de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Según datos oficiales murieron 1.036 kamikazes. Narradores empleados por el Museo de la Paz de los Pilotos Kamikazes los describen como jóvenes valientes que se sacrificaron para proteger a Japón de las potencias invasoras coloniales de Occidente.
«Las últimas cartas escritas por los kamikazes antes de despegar en sus aviones muestran que no odiaban a su enemigo, sino que solo querían servir a su país y proteger a sus familias», dijo Satoshi Yamaki, el curador de la muestra. «Registrar sus mensajes como documento mundial es reconocer su valentía y el compromiso de Japón de nunca volver a ingresar en una guerra. Sus cartas simbolizan el compromiso del país con la paz», agrega.
Yamaki dirige el Museo de la Paz de los Pilotos Kamikazes, inaugurado en 1988, ubicado entre las silenciosas colinas verdes de Chiran, en la prefectura de Kagoshima, en la isla de Kyushu. En Chiran funcionó una pista aérea desde la cual los kamikazes despegaron en 1944 para estrellarse con sus aviones en los navíos de Estados Unidos que se acercaban a Okinawa. La sureña isla es el sitio de Japón donde se libró la única batalla en tierra antes de la rendición japonesa, el 15 de agosto de 1945. «Adiós. Solo te deseo felicidad», escribió el capitán Toshio Anazawa, entonces de 23 años, a su enamorada. «Olvida el pasado. Vive en el presente», dijo en otra carta el teniente Aihana Shoi Heart.
Financiado por el gobierno local de Kyushu Sur, el museo recibe a más de 700.000 visitantes anuales. La iniciativa de recuperar las historias de los kamikazes, casi 70 años después de que Japón se rindiera y se comprometiera a convertirse en una nación de paz, simboliza los sentimientos encontrados y la permanente lucha de los japoneses por asumir el fracturado pasado bélico de su nación, según los analistas.
«La historia de los kamikazes es trágica y valiente, y hay un ansia nacional de obtener el reconocimiento del mundo. Pero el duelo japonés se ha vuelto cada vez más siniestro en (un contexto de) explotación política del pasado bélico» del país, sostiene Yoshio Hotta, experto en relaciones entre Japón y Estados Unidos.
La visita que en diciembre realizó el primer ministro Shinzo Abe, reivindicador de un renovado nacionalismo, al controvertido santuario de Yasukuni, donde se rinde homenaje a criminales de guerra entre otros muertos, expone de un modo vívido cómo el país sigue empantanado en su difícil pasado.
Abe declaró que fue «simplemente para presentar sus respetos a los muertos de guerra de Japón» y también para comprometerse a no librar una guerra de nuevo, pero la visita provocó la condena de los líderes de China y Corea del Sur, que acusan a Japón de no arrepentirse de la agresión perpetrada en el pasado en Asia.
Japón ocupó el norte de China en los años 30, y se la responsabiliza, entre otros excesos, de la masacre de Nanking, en 1937, una localidad a la que se asegura que el ejército japonés saqueó después de matar al menos 250.000 de sus pobladores. La península coreana fue invadida de 1910 a 1945. Japón impuso un liderazgo brutal, que incluyó la prohibición del idioma y la cultura locales. Durante la Segunda Guerra Mundial, decenas de miles de coreanos fueron enrolados en el ejército japonés o forzados a trabajar para empresas japonesas.
El sistema de las «mujeres de solaz», principalmente jóvenes coreanas y también de la Manchuria china y otras partes de Asia, usadas como esclavas sexuales de los soldados japoneses, sigue siendo motivo de controversia bilateral.
La decisión de Abe de visitar Yasukuni aumentó la tensión entre Japón y China, que ya están enfrentados por disputas territoriales. Ambos países reclaman la soberanía de las islas Senkaku (según los japoneses) o Daiyou (según los chinos), en el oriente del mar de China.
Como reflejo actual de una amargura histórica que persiste, el mes pasado Corea del Sur canceló una reunión programada entre su presidenta, Park Geun-hye, y Abe, para discutir el asunto de las mujeres de solaz. Estados Unidos también tomó la medida sin precedentes de criticar la visita.
Sin embargo, los japoneses más ancianos recuerdan a los kamikazes con reverencia. Sho Horiyama, de 91 años, es un exkamikaze que visita el museo de Chiran cada mayo para rendir tributo a sus colegas de otrora, y se siente frustrado por el prolongado e irresuelto enfrentamiento con los vecinos de Japón en torno a la historia de la guerra. «Cuando oí que el emperador Hirohito declaró la rendición de Japón el 15 de agosto (de 1945), lloré por no haber muerto por mi país», relata. «¿Por qué Japón no puede estar orgulloso de los kamikazes por su increíble sacrificio?».
En 1945 Horiyama tenía 22 años, y estaba listo para su misión, que se desbarató cuando su país fue derrotado. Durante la guerra murieron más de un millón de japoneses, incluidos 250.000 soldados, según estadísticas divulgadas por el Ministerio de Salud y Bienestar. Takeshi Kawatoko, de 86 años, narrador en el museo de Chiran, pregunta: «¿Acaso podemos no respetar su valentía y su compromiso para con su país?».
Los kamikazes representan un rasgo típico de los samuráis japoneses, el de poner la lealtad por encima de las necesidades personales, que está profundamente arraigado en el imaginario colectivo nacional, explica Kawatoko. «Esto es lo que quiero que el mundo entienda. Me llena de tristeza no poder explicar el pasado a las generaciones más jóvenes, que han crecido prácticamente desconociendo las valientes acciones de sus ancestros», añade.