De hecho, en contraste con la posición acrítica que adoptaron casi todos los medios de comunicación estadounidenses en el período previo a la invasión de Iraq, en marzo de 2003, esta vez varios de ellos rechazan abiertamente los consejos de los llamados halcones conservadores sobre la respuesta que debe dar Washington al avance de los radicales islamista sunitas en Iraq.
El ejemplo más impresionante se vio en el canal de noticias Fox News, identificado tradicionalmente con la derecha y el opositor Partido Republicano. La conductora Megyn Kelly presentó a Dick Cheney, el vicepresidente durante los dos gobiernos de George W. Bush (2001-2009), como «el hombre que ayudó a llevarnos a Iraq en primera instancia».
«Usted dijo que (el expresidente iraquí) Saddam Hussein (1979-2003) tenía armas de destrucción masiva», recordaba Kelly a Cheney el 17 de junio.
«Aseguró que seríamos recibidos como libertadores. Dijo que la insurgencia (sunita) daba sus últimos estertores, en 2005. Y dijo que después de nuestra intervención los extremistas tendrían que 'repensar su estrategia de la yihad'. Ahora, con un gasto de casi un billón (millón de millones) de dólares, con 4.500 vidas estadounidenses perdidas, ¿qué les dice a quienes piensan que 'usted estaba tan equivocado acerca de tantas cosas a costa de tantas personas'?», preguntó la presentadora.
«Sencillamente, estoy fundamentalmente en desacuerdo», respondió Cheney, quien acababa de publicar un artículo de opinión en el diario Wall Street Journal con su hija, Liz Cheney, en el que habían utilizado esa última frase para describir la política del presidente Barack Obama.
El diario The New York Times, por lo habitual serio y respetuoso, se burló de las diatribas contra la política de Obama de John Bolton, el ex embajador ante la Organización de las Naciones Unidas durante el gobierno de Bush, en un artículo sobre la «semana del regreso de la administración Bush», caracterizada por un «desfile de neoconservadores que aparecieron recientemente en la televisión por cable y en seminarios conservadores para decir 'te lo dije' con respecto a Iraq».
Y cuando el senador republicano John McCain abogó en el Senado por una «acción inmediata» contra las fuerzas del Estado Islámico de Iraq y el Levante (ISIS) para evitar su posterior avance hacia Bagdad, la periodista del diario Washington Post Dana Milbank se preguntó «cuando John McCain argumenta a favor de la guerra, ¿alguien le escucha?».
ISIS es un grupo extremista escindido de la red islamista Al Qaeda, que reclama territorios de Iraq y de Siria y que impulsa la ofensiva de la minoría sunita, a la que pertenecía Saddam, ejecutado en 2006, que avanza en el norte y el centro de Iraq en los últimos diez días.
Como señaló Milbank, «ser un intervencionista es un trabajo solitario en estos días». Las encuestas de los últimos años revelan que el público estadounidense está desilusionado con la guerra en general, no solo con las intervenciones militares de Washington en Iraq y Afganistán.
Una encuesta realizada por Ipsos/Reuters este mes concluía que el 55 por ciento de los encuestados se opone a cualquier tipo de intervención militar de Estados Unidos, mientras que solo un 20 por ciento la respaldaría, y que hay poca diferencia entre quienes se consideran republicanos y demócratas.
Esta situación ha dañado claramente la posición política y la credibilidad de los halcones, especialmente de aquellos - como Cheney, Bolton, el exsubsecretario de Defensa Paul Wolfowitz y el editor del semanario Weekly Standard, Bill Kristol - que apoyaron de forma destacada la guerra de Iraq y ahora reclaman una nueva intervención, al menos, con ataques aéreos.
Por ahora, hasta los líderes republicanos en el Congreso parecen satisfechos con las medidas anunciadas por Obama el jueves 19 - una vigilancia aérea reforzada y el envío de un máximo de 300 asesores militares de Estados Unidos para revertir el avance del ISIS.
Washington también presiona al primer ministro iraquí, el chiita Nouri Al Maliki, a quien prácticamente todos los observadores en este país culpan por alienar sistemáticamente a la población sunita en Iraq, para que renuncie a un tercer mandato o comparta el poder de forma que la oposición sunita apoye al gobierno.
La mayoría de los especialistas estadounidenses en Iraq insisten en que los ataques aéreos o cualquier medida militar adicional de Estados Unidos debe contar con el acuerdo de Maliki y el respaldo y eventual ayuda de Irán, Arabia Saudita y otros vecinos para estabilizar al país.
Pero los halcones sostienen que Washington carece de la influencia militar, es decir de decenas de miles de soldados estadounidenses, para lograr una solución de este tipo.
Por esta situación culpan a Obama cuando retiró las fuerzas de Estados Unidos en 2011 después de que el parlamento iraquí se negó a aceptar un acuerdo sumamente impopular que habría otorgado inmunidad legal a las fuerzas estadounidenses.
De hecho, en consonancia con su intento de retratar la política exterior de Obama como débil, el discurso de los halcones atribuye la crisis actual a la decisión de Obama de retirar a las fuerzas de Estados Unidos en 2011 y no a su propia responsabilidad por la invasión de 2003 y sus consecuencias - incluida la destrucción del Estado iraquí y el aumento del sectarismo-, sin centrarse en lo que Washington debería hacer frente a la ofensiva del ISIS.
A los conservadores les preocupa especialmente el interés de Washington en que Irán participe con respecto a la crisis en Iraq, algo que comenzó a mediados de este mes con una breve reunión de alto nivel, paralela a las negociaciones internacionales en curso sobre el programa nuclear de Teherán.
Los conservadores se opusieron con vehemencia cuando un destacado halcón republicano, el senador Lindsey Graham, apoyó la idea de que Teherán, que ha respaldado al gobierno de Maliki, tenga un papel clave en la solución del problema del ISIS.
«La idea de que Estados Unidos, una nación que defiende la democracia y la protección de la estabilidad, comparte un interés común con la República Islámica de Irán, una teocracia revolucionaria que es el auspiciante número uno del terrorismo en el mundo, es tan descabellada como que Neville Chamberlain y Adolf Hitler hayan trabajado juntos por el bien de Europa», escribieron Michael Doran, un alto asesor del gobierno de Bush en Oriente Medio, y Max Boot, del Consejo de Relaciones Exteriores (CFR, por sus siglas en inglés) en el Washington Post.
Ese tema fue recogido por los Cheney, quienes escribieron que «solo un tonto» buscaría la participación de Irán sobre Iraq, dejando de lado la opinión del ex secretario de Estado James Baker -y colega de Cheney en el gobierno de Bush- quien señaló que «Irán ya es el actor externo más influyente en Iraq y que, por tanto, cualquier esfuerzo sin la participación iraní probablemente fracase».
Por supuesto, una de las muchas consecuencias no buscadas de la invasión de 2003 y el ascenso chiíta durante la ocupación de Estados Unidos fue que Iraq se acercara a Irán.