Un presidente Lula, todavía con la euforia de que Río va a organizar los Juegos Olímpicos de 2016, ha comparecido con el presidente de la Comisión Europea, Barroso, y el primer ministro sueco, Reinfeldt, tras la cumbre Brasil-Unión Europea en Estocolmo.
Reinfeldt, presidente de turno de la UE, ha reconocido el papel que Brasil juega en la política internacional, como quinta potencia mundial por población y extensión geográfica y, por tanto su importancia para Europa.
Un dato apunta directamente a Brasil. El 20 por ciento de las emisiones de efecto invernadero lo causa la deforestación, sobre todo en el gran país sudamericano. El presidente Lula ha puesto en marcha un plan, que Europa califica de ambicioso, para reducir la deforestación a la mitad y con ese plan se presentará en la Cumbre del Clima de Copenhague de diciembre.
La UE, abanderada en la lucha contra el cambio climático, anima a Brasil en ese objetivo. Se va a crear un foro de cooperación entre ambos para avanzar en las fórmulas de reducir las emisiones y en el uso de nuevas tecnologías limpias.
A puerta cerrada posiblemente sí, pero en la rueda de prensa no se ha hablado del fondo del problema, las diferencias entre las grandes potencias contaminantes y las potencias emergentes, como Brasil, que deben encontrar la relación adecuada entre crecimiento económico y emisiones de dióxido de carbono.
Lula ha dicho que la Cumbre de Copenhague es un momento extraordinario para encontrar el consenso en la reducción de gases contaminantes entre todos los países industrializados y en desarrollo. Pero también ha exigido saber cuánto emite cada país y exigirle responsabilidades a la hora de reducir emisiones o de pagar por sus excesos.
Un estudio conocido hoy del Instituto de Estudios Espaciales de Brasil asegura que en el noreste, la región más pobre del país, en 2050 las escasas lluvias se reducirán aún más y las temperaturas aumentarán entre 3 y 4 grados. En consecuencia, habrá una caída espectacular de la producción de café o soja. euroXpress