Se trata de una constante que se viene planteando desde hace siglos en la historia de la cultura, una controversia similar a la que entre los siglos XVI y XVIII protagonizó la querella entre los Antiguos y los Modernos, la que en los años 30 del siglo XX trajo a España Ortega y Gasset con La rebelión de las masas, reflejo asimismo de las propuestas de los filósofos de la Escuela de Frankfurt, o la que en los años sesenta desencadenó el ensayo de Umberto Eco Apocalípticos e integrados en la cultura de masas.
Antiguos y Modernos
La querella entre los Antiguos y los Modernos fue la primera polémica registrada, primero en Italia y luego con más fuerza en Francia, entre los partidarios de la cultura antigua y los prosélitos de la modernidad, acusados por los Antiguos de promover la ruptura con el Renacimiento.
Los Antiguos (Boileau, Racine) defendían el vigor de los genios de Grecia y Roma y criticaban la corrupción moral y política de los Modernos. Para ellos, las obras de arte modernas no alcanzaban la calidad y significación de las bellas artes de la antigüedad.
Para los Modernos (Desmarets, Perrault, Fontenelle) cualquier poeta de la era cristiana estaba, por ello, infinitamente más iluminado por el Dios verdadero que cualquier poeta de la Antigüedad, privado de la revelación e inspirado por falsos dioses, mientras que para los Antiguos, los poetas clásicos paganos brindarían a los actuales el escudo protector de su libertad, amenazada por la censura de los devotos y el fanatismo moral de los celosos guardianes cristianos.
Para los Modernos, la alabanza del tiempo presente obligaba al menosprecio del tiempo pasado. En la cultura del siglo XVIII los Antiguos ya advertían sobre lo que quedaría como clásico y «lo que se desvanecerá con la moda y la efímera euforia del espectáculo».
En el ensayo de Marc Fumaroli «Las abejas y las arañas. La querella de los Antiguos y los Modernos» (Acantilado), título inspirado en una antigua teoría de Jonathan Swift recogida de Esopo, los Modernos se comparan con las orgullosas arañas, que extraen de su propio cuerpo y de sus excrementos el hilo con que fabrican sus telas geométricas, trampas mortales en las que cae cautiva la víctima, mientras que los Antiguos deben su producción, como las abejas (que extraen su miel y su cera de las flores), a algo preexistente con lo que obtienen sustancias esenciales para el gozo y la sabiduría humanas.
Las nuevas arañas y abejas
La civilización del espectáculo es una crítica feroz a la cultura actual dominante, la cultura basada en la banalización. Según Vargas Llosa esta cultura ya se ha impuesto a nivel planetario al concepto tradicional de cultura que desde la antigüedad venían manejando las sociedades avanzadas. Frente a la cultura que trasciende el tiempo y permanece vigente durante siglos, la nueva cultura sería una cultura basada en la producción industrial masiva y en el éxito comercial instantáneo.
La observación de los fenómenos culturales que protagonizan la vida contemporánea y el análisis de los datos relacionados con las industrias del ocio y el entretenimiento pueden llevar a conclusiones verdaderamente inquietantes en relación con la supervivencia de la alta cultura en nuestras sociedades y su sustitución por una cultura light, de consumo rápido, que busca el enriquecimiento fácil e instantáneo de sus promotores y cuyos objetivos residen únicamente en la diversión y el entretenimiento, una cultura que el sociólogo y periodista francés Frédéric Martel denomina maisntream» (corriente dominante).
La cultura de nuestro tiempo
En su obra Cultura mainstream. Cómo nacen los fenómenos de masas (Taurus), Fréderic Martel aplica este término a la cultura destinada a las grandes audiencias, y que puede tener una connotación positiva si se entiende en el sentido de «cultura para todos», o negativa si se considera comercial y uniforme. Esta distinción es el campo de batalla en el que en la actualidad sitúan su pensamiento autores como Alessandro Baricco («Los bárbaros. Ensayo sobre la mutación») o Gilles Lipovetsky («La pantalla global». Anagrama) frente a otros como Marc Fumarolli («París-Nueva York-París». Acantilado) y el propio Vargas Llosa, quien afirma que la cultura no tiene que ver con la cantidad sino con la cualidad.
En efecto, las colas en los museos para ver las grandes exposiciones temporales pierden todo su sentido cuando la media de tiempo en que un visitante se detiene ante un cuadro no supera los 15 segundos. Para la cultura mainstream lo importante es la rentabilidad conseguida a través del impacto instantáneo mediático: en su primer día de su comercialización en 2003, se vendieron más de ocho millones de ejemplares del DVD de la película de animación Buscando a Nemo.
Fredéric Martel no se plantea en este ensayo el choque entre culturas ni la deriva de la alta cultura hacia los nichos en los que se refugia la selecta minoría que continúa cultivándola. Martel da por hecho que en la sociedad contemporánea la cultura mainstream es ya la única que tiene presencia en todo el mundo y ha sustituido definitivamente a la alta cultura.
Ya se ha terminado la época en la que Borges, Cortázar, Octavio Paz o García Márquez eran los embajadores culturales de América Latina en todo el mundo. Ahora Jennifer López, Juanes, Ricky Martin, el cine de acción y las telenovelas han tomado el relevo utilizando estrategias comunes basadas en una fuerte inversión publicitaria (50 por ciento de la totalidad de los gastos). El marketing es ahora el corazón de la cultura mainstream y la crítica ya no cuenta.
La difusión de un producto depende ahora más de jóvenes de 16 años con snakers y monopatines que de los críticos, que han dejado de ser jueces para convertirse en transmisores, porque en la cultura mainstream se prefieren informaciones antes que juicios. Las opiniones se han sustituido por frases autopromocionales elaboradas por las editoriales y las productoras. Harold Bloom ha sido sustituido por Oprah Winfrey. No se trata sólo de un cambio en los contenidos: es un cambio de paradigma.
Frédéric Martel ha viajado por todo el mundo para documentar la expansión de la nueva cultura. En la India, la industria del cine de Bollywood mezcla todos los géneros para llegar a una amplia masa de espectadores. En Japón, las industrias del manga y los videojuegos se han convertido en la avanzadilla de una gigantesca cultura del entretenimiento globalizado. Las telenovelas brasileñas y venezolanas no sólo se han expandido por los países del Magreb y la Europa central (donde ha desaparecido la cultura rusa, antes omnipresente) sino que han servido de modelo para los drama coreanos y los «culebrones del Ramadán» de los países árabes.
Una nueva Europa cultural
En la Europa occidental se produce aún una cultura con frecuencia de calidad, que a veces llega a considerables sectores sociales pero que no se exporta porque ya no interesa a casi nadie. Europa se ha convertido además en el primer importador de cultura mainstream, con frecuencia norteamericana.
La cultura nacional de los países de la Unión Europea es de consumo interno en cada uno de esos países, sin que exista un intercambio efectivo, mientras la cultura mainstream norteamericana es común a todos ellos. Esta sería, además, una de las causas de la decadente presencia cultural europea en el mundo. Frédéric Martel añade, además, el envejecimiento de la población, la desaparición de una cultura común y, sobre todo, el hecho de que el concepto que los europeos tenemos de la cultura siga siendo con frecuencia antimainstream, en profunda oposición a la globalización y a la cultura en la era digital.
La Cultura, con mayúsculas, ya no figura en ningún estándar internacional en materia de flujo de contenidos. Las artes plásticas, la música clásica, la danza posmoderna o la poesía de vanguardia ya no cuentan frente a los blockbusters cinematográficos, los best-sellers literarios y los hits musicales. Martel advierte: Si Europa no reacciona, se verá marginada y, frente a los países emergentes, quedará sumergida.
El espectáculo de la cultura
Retomando uno de los principios de su Notas de la definición de cultura de T.S. Eliot (Ed. Encuentro), Vargas Llosa defiende, desde un planteamiento laico (son conocidas sus posiciones agnósticas), la interrelación entre cultura y religión, al afirmar que la primera nació en Europa el seno de las creencias religiosas relacionadas con el cristianismo. En ello coincide con George Steiner («En el castillo de Barba Azul. Aproximación a un nuevo concepto de cultura». Gedisa), si bien éste generaliza el ámbito de las religiones al señalar que la cultura nace de una aspiración a la trascendencia.
Coinciden en que mientras Vargas Llosa culpa como desencadenante de la sustitución de la gran cultura por la cultura del entretenimiento en las sociedades modernas, a la separación provocada entre cultura y religión, Steiner afirma que los filósofos de la Ilustración se equivocaron al pensar que una cultura laica haría desaparecer la violencia: liberado de Dios, dice, el mundo fue dominado por el diablo, como demuestra que la cultura de finales del XIX y principios del XX (dadaísmo, surrealismo) anunciara ya el cataclismo de las dos guerras mundiales y el Holocausto: la barbarie que hemos experimentado refleja en numerosos y precisos puntos la cultura de que procede y a la que profana.
A la separación entre cultura y cristianismo como causa de la sustitución de la alta cultura por una cultura de la banalización, Vargas Llosa añade los efectos devastadores de la revolución de mayo del 68 sobre el principio de autoridad.
Como síntomas de la sustitución de la cultura auténtica por la subcultura en la actual civilización del espectáculo, se encuentra la subordinación sufrida por la palabra, por el texto, a manos de la imagen y de la música. Retomando el mensaje de Marshall McLuhan de que el medio es el mensaje, la televisión sería responsable de la banalización cultural por su tendencia a convertir en espectáculo todos sus contenidos. De ahí el temor a que el futuro de la lectura y sus significados esté amenazado por la implantación de los nuevos soportes, fundamentalmente el e-book.
La pantallización de la actual sociedad habría facilitado el consumo de la cultura light a nivel global y contribuido a convertir la vida en una representación y a los consumidores de cultura en consumidores de ilusiones. La desaparición de la crítica y su sustitución por la publicidad ha sido un fenómeno decisivo para masificar esta cultura de la frivolidad.
La entronización de los chefs de cocina y los modistos en el lugar que antes ocupaban filósofos, compositores y artistas en la escala de valores de la sociedad; la sustitución de los científicos y dramaturgos por músicos de rock y estrellas de cine en las campañas electorales de los políticos, serían algunas de las escenificaciones en las que la cultura de la banalización se habría impuesto sobre la alta cultura, y la evidencia de que la política se habría contaminado también por el espectáculo.