Aunque también la radio, y antes el cine, fueron manifestaciones que en su día fascinaron a las sociedades del primer tercio del siglo XX por los mismos motivos (también transmitían a grandes grupos sociales información y entretenimiento) y aunque esa fascinación derivaba también de su carácter cuasi mágico y de los efectos hipnóticos que ejercían sobre sus consumidores, no fue hasta la llegada de la televisión cuando la utilización del término audiovisual comenzó a generalizarse para referirse a un concepto que aunaba lo audio y el vídeo con propiedades nuevas y aplicaciones inéditas en ambas esferas, con el añadido de poder hacerlo simultáneamente en tiempo real.
Uno de los analistas más lúcidos sobre la realidad audiovisual y sus derivaciones socioculturales, Román Gubern, con una nutrida obra en la que ha abordado casi todos los aspectos posibles del fenómeno audiovisual, ha reunido algunos de sus artículos y ponencias de los últimos años, muchos de ellos inéditos, bajo el título genérico de «Cultura audiovisual» (Cátedra). Aunque una gran parte de este ensayo está dedicada al cine como el gran fenómeno cultural de masas del último siglo (no hay que olvidar que Román Gubern es catedrático de «Historia del Cine»), en la última parte de «Cultura audiovisual» se abordan aspectos como la televisión y las nuevas tecnologías digitales, y se dedican reflexiones a nuevos fenómenos como el libro electrónico, la Realidad Virtual Inmersiva, el efecto 3D, la robótica, internet y las innovaciones estéticas audiovisuales derivadas de todos ellos. A lo largo de estas páginas se revela cada vez con mayor nitidez la afirmación de Umberto Eco, que Gubern también rescata, de que «la civilización democrática se salvará únicamente si hace del lenguaje de la imagen una provocación a la reflexión crítica y no una invitación a la hipnosis».
El cine. cultura y mensaje
Para Román Gubern el cine, en sus diversas variantes, además de constituir un importante medio de entretenimiento, se utilizó desde los primeros años para transmitir mensajes ideológicos, religiosos, sociales... que unas veces estaban explícitos en sus textos y en sus imágenes simbólicas y otras lo hacían a través de los efectos visuales y acústicos, desde la iluminación a los diálogos, que introducían efectos dramáticos o lúdicos, y que a veces incluso llegaban a cambiar el sentido original del mensaje, por ejemplo, a través del doblaje. En este sentido el cine se ha convertido en un registro fiel de los vaivenes de la historia a lo largo del último siglo, como el autor demuestra analizando por una parte las películas norteamericanas producidas durante los años en los que los Estados Unidos y la Unión Soviética eran aliados militares contra el nazismo durante la Segunda Guerra Mundial («Song of Rusia», «Mision to Moscow», «North Star»), con tratamientos respetuosos incluso hacia la figura de Stalin, y por otra una filmografía contrapuesta a la anterior, durante la guerra fría, en la que Hollywood promovía valores anticomunistas («Ninotchka», «Camarada X»), independientemente de que algunas películas, y sobre todo los noticiarios o los documentales como los de Leni Riefenstahl, que ensalzaba la estética del nazismo, o los de la Escuela Documental Británica, que halagaban la expansión colonialista, fuesen en sí mismos productos de propaganda política al mismo tiempo que portadores de innegables propiedades artísticas.
El desarrollo del cine coincidió en España con los largos años del franquismo y con la estricta censura que se abatió sobre este medio hasta la desaparición del dictador. La guerra civil truncó una evolución que auguraba un futuro prometedor al cine español a juzgar por las obras iniciales de Buñuel («Un perro andaluz»), la comedia cinematográfica de los primeros años 30 o el interés de los intelectuales y de los poetas de la Generación del 27 por el nuevo medio. Por el contrario, la promoción durante el franquismo de un cine de entretenimiento banal y de contenidos políticos al servicio de la ideología del régimen (por ejemplo el género histórico, que ensalzaba los valores de la tradición más conservadora y el patrioterismo más rancio: «Alba de América», «Locura de amor»), transmitió a la sociedad española una visión impostada de su pasado, cuya única finalidad era la de identificar esos valores con los de la España de la posguerra. Aunque de vez en cuando, con las dificultades propias de una censura asfixiante, surgieran realizadores (Bardem, Berlanga, Saura) que elaboraron una obra que se situaba al margen de esta realidad y que conseguía trasladar un mensaje ciertamente esperanzador sobre el cine español del futuro.
Los nuevos medios
Con motivo de la celebración en 1989 de los 150 primeros años de la historia de la fotografía (por cierto que este año se cumplen 175), Román Gubern dedicó una especial atención a este medio, sobre todo en relación con el retrato y su asociación con los fenómenos del star-system y el glamour, más tarde trasvasados al cine, la música, la televisión, el deporte y la política, y también al proceso de la evolución de la fotografía desde lo analógico a lo digital.
Pero desde entonces la iconosfera contemporánea se ha enriquecido con nuevos elementos que, en una vertiginosa carrera de autorrenovación y pluriutilitarismo, han venido a configurar un paisaje que ha generado no sólo nuevos medios de comunicación y entretenimiento sino nuevas estéticas audiovisuales asociadas. A veces, como en los videoclips musicales y los videojuegos, reutilizando fórmulas del cine de vanguardia del pasado, como el montaje acelerado del constructivismo soviético. Por su parte, la Realidad Virtual Inmersiva ha proporcionado a esta iconosfera nuevos espacios ilusorios, ciberterritorios hiperrealistas, en muchos casos interactivos, que han convertido la producción audiovisual en un espectáculo ininterrumpido que muchas veces sólo busca la seducción consumista utilizando técnicas hipnóticas a través de las que subordina la cultura y anula la reflexión crítica. Una corriente a la que se une una televisión que, en un panorama de fuerte competencia, diseña sus contenidos basándose en la ley del mínimo esfuerzo intelectual y la máxima gratificación sensitiva, para lo cual ha generado una programación de telenovelas, reality sows, y contenidos de morbo, sexo y violencia que programa sin pudor en horario de prime time.
La televisión, aún
Si bien Román Gubern no dedica en este ensayo una especial atención a la televisión, hay que decir que, a pesar del universo internet, este medio no ha perdido fuerza en el panorama audiovisual. El consumo de televisión en España, según Kantar Media, una de las empresas dedicadas a la medición de audiencias, fue en 2013 de 244 minutos de media por español y día, sólo inferior en dos minutos al récord de los 246 de 2012. Además, según la consultora Corporación Barlovento, las nuevas tecnologías y las redes sociales no sólo no han restado audiencia a la televisión sino que han contribuido a fomentar el consumo de productos audiovisuales. Sin contar que una parte de la población, sobre todo los jóvenes, consume televisión a través de internet.
Así pues, hay que seguir prestando atención a la televisión, tanto a su modelo actual como a su historia, porque sigue ocupando el liderazgo del consumo de imágenes en el que está instalada desde su nacimiento.
El catedrático de Comunicación Audiovisual Enrique Bustamante, quien viene estudiando desde hace años con rigor el fenómeno de la radio y la televisión, acaba de poner al día un texto de gran interés para entender el paisaje audiovisual español contemporáneo y su evolución, partiendo de sus orígenes, en relación con sus contenidos y con la legislación sobre la que se han venido desarrollando ambos medios. «Historia de la radio y la televisión en España» (Gedisa) es una larga mirada, desde su nacimiento hasta hoy mismo, a la radio y a la televisión de un país cuyos gobiernos han venido utilizando estos medios (sobre todo los públicos) como instrumentos de promoción de sus políticas. La historia de la radio y la televisión en España es, como escribe el filósofo Emilio Lledó en el prólogo de este libro, «la historia del poder político en función de las determinadas presiones con que ese poder ha pretendido, con mayor o menor fortuna, con mejores o peores intenciones, controlarlo».
Desde aquel 28 de octubre de 1956, fecha de la primera emisión de un programa regular de TVE, hasta la actual situación de la Corporación de Radio y Televisión tras el «golpe de estado» del actual gobierno del Partido Popular a la regeneración de la televisión pública llevada a cabo por el anterior gobierno socialista (la única etapa en la que TVE gozó de una cierta independencia del poder político), se han sucedido una serie de legislaciones que han mantenido la servidumbre de la televisión pública a los poderes del gobierno de turno, legislaciones que Enrique Bustamante estudia tanto en sus contenidos como en sus efectos sobre la programación, sobre todo informativa y cultural. Una televisión que, hasta la llegada de la democracia, mantuvo en vigor en sus líneas maestras los principios del discurso de inauguración del entonces ministro Arias Salgado: «la ortodoxia y rigor desde el punto de vista religioso y moral, con obediencia a las normas que, en tal materia dicte la Iglesia Católica, y la intención de servicio y el servicio mismo a los principios fundamentales y a los grandes ideales del Movimiento Nacional».
La televisión de la transición
Si hubo un periodo en el que la programación de TVE parecía orientarse hacia valores propios de una sociedad democrática, fueron los años de la llamada transición política, aunque hay que decir que esta observación habría que aplicarla más a los programas culturales y de entretenimiento que a los informativos, que siguieron sujetos a los controles de las fuerzas políticas gobernantes y a sus distintas corrientes. Dos libros de reciente publicación se ocupan de estudiar la evolución y el contenido de la televisión durante la transición política en España. La profesora Virginia Martín Jiménez estudia en «TVE y la transición democrática. La comunicación política del cambio» (Ed. Universidad de Valladolid) cómo la televisión pública española fue un importante y poderoso instrumento para llevar a cabo los cambios políticos que los gobiernos de la UCD pusieron en marcha desde la muerte del general Franco hasta 1979, el año hasta el que llega su investigación y en el que la autora considera finalizado el consenso que caracterizó los primeros años de la transición. Virginia Martín afirma que durante esa época hubo una superposición de las agendas televisiva y gubernamental para trasladar a la opinión pública las estrategias políticas para el establecimiento de un régimen democrático.
Otro catedrático de Comunicación Audiovisual, Manuel Palacio, ha estudiado este mismo fenómeno en «La televisión durante la transición española» (Cátedra), aunque Palacio se ocupa prioritariamente de la programación no informativa, a la que considera más determinante a la hora de ejercer influencias sobre el comportamiento social. En este libro se analiza cómo en los programas culturales y de entretenimiento se instalaban los mensajes que colaboraron a trasladar a la sociedad española los valores que proponía el sistema democrático. A través de espacios como «La clave» o «Vivir cada día», de adaptaciones de grandes obras de la literatura española, o incluso de algunos programas infantiles, se trasladaban a la sociedad los objetivos que se perseguían desde la política, sobrepasando a veces los responsables de esos programas, las líneas programáticas que los gobiernos pretendían. Pero los principales contenidos del nuevo régimen estaban sobre todo en las series, que Manuel Palacio trata con detalle. En «Curro Jiménez», en «Luis y Virginia», en «Verano azul» (excelente el análisis que se hace de los contenidos de esta serie)... se encuentran de manera muchas veces explícita los nuevos valores del espacio público democrático. El autor se ocupa también de analizar la importancia de la televisión en la transición política española (Palacio pone como límite el año 1981) a través de las series, miniseries, documentales y biopics de producción reciente, que han venido a añadir nuevos puntos de vista a un debate aún no finalizado.