La postura adoptada por el gobierno del primer ministro Recep Tayyip Erdogan respecto del régimen del presidente sirio Bashar Al Assad claramente ha exacerbado el descontento. Al inicio del conflicto interno sirio, hace unos 19 meses, Erdogan y su influyente canciller, Ahmet Davutoglu, se opusieron a cualquier intervención extranjera.
Ambos, así como el jefe de inteligencia turco, Hakan Fidan, hicieron numerosos viajes a Damasco a comienzos de la crisis para intentar persuadir a Assad de que negociara con la oposición en vez dereprimirla.
Ankara no tenía interés en un cambio de régimen en Siria. Al gobierno turco le había costado dos décadas consolidar un nuevo enfoque diplomático con Damasco, un esfuerzo sellado con la firma en 2009 de 50 acuerdos bilaterales comerciales y de seguridad, destinados a impulsar las exportaciones turcas a Siria. Pero, a mediados de 2011, Erdogan se volvió contra Assad, exigiendo que renunciara para poner fin a la creciente violencia.
Estimulado por Estados Unidos, así como por Arabia Saudita y Qatar, que juntos han hecho grandes inversiones en Turquía desde que llegó al poder el AKP en 2002, y que han prometido invertir más de 12.000 millones de dólares este año, Ankara comenzó a acoger a los rebeldes sirios y a los disidentes del régimen de Assad.
Todo esto congeló las relaciones con Damasco, así como con otros importantes gobiernos aliados, como China, Irán, Iraq y Rusia.
La entente diplomática con Teherán y el creciente comercio con Bagdad se deterioraron, mientras que Moscú y Beijing aconsejaban discretamente a Erdogan que descartara cualquier idea de participar en una intervención para derrocar a Assad.
La oposición turca, representada fundamentalmente por el Partido Republicano Popular (CHP), fue inicialmente suave en sus críticas a la política exterior de Erdogan, exigiendo que se mantuviera neutral en la crisis siria.
El CHP seguía así el ideario de Kemal Ataturk, fundador de la moderna Turquía tras la disolución del Imperio Otomano, para quien la integridad territorial del país se preservaría siempre que este se mantuviera alejado de conflictos internacionales.
Los acontecimientos desde junio pasado, particularmente la creciente llegada de refugiados y la dramática intensificación de las hostilidades entre las fuerzas armadas turcas y el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), han motivado críticas más severas de la oposición.
El PKK, considerado una organización terrorista por Estados Unidos y la Unión Europea, lucha contra Ankara desde hace 28 años. Los enfrentamientos se han cobrado unas 40.000 vidas, la mayoría de ellas civiles. En los primeros 15 años de conflicto, al menos 3.000 aldeas fueron destruidas en la zona sudeste del país, predominantemente kurda, mientras unas tres millones de personas fueron desplazadas.
Con una población combinada de unos 30 millones de personas en Turquía, Irán, Iraq y Siria, los kurdos, y sus históricos sueños de autodeterminación, han representado durante mucho tiempo una amenaza para los gobiernos de esos cuatro países. De todos, Turquía es el que tiene mayor población kurda, cerca de la mitad del total.
En los últimos meses, Erdogan y Davutoglu acusaron a Damasco y, en menor grado, a Teherán, de dar refugio y apoyo material al PKK, aunque hasta ahora no han presentado evidencia contundente.
No obstante, existe una sospecha general, explotada por el CHP, de que la creciente efectividad del PKK -los secuestros a soldados y policías turcos son cada vez más frecuentes, y unas 700 personas han sido asesinadas en los últimos 14 meses- está directamente relacionada con la situación en Siria.
El régimen de Assad ha abandonadi ciertas áreas en la frontera con Turquía en manos de milicias kurdas, que algunos creen tienen estrechos vínculos con el PKK.
Según la oposición turca, la apuesta de Erdogan por una salida rápida del poder de Assad fue un error estratégico. «La política del AKP sobre Siria ha colapsado por completo», según el presidente del CHP, Kemal Kilicdaroglu. «Es una política miope. influenciada por otros países».
Analistas independientes señalan que la violencia se está agravando, lo cual posiblemente obligue a Ankara a cambiar de rumbo. «Probablemente veremos un cambio en la política en los próximos meses, especialmente si Assad o su régimen se ven pendientes de un hilo», escribie Semih Idiz, editor de la publicación Hurriyet.
Por su parte, Erdogan rechaza de forma vehemente las críticas a su política exterior, aun cuando estas prodedan de partidarios del AKP. «El gobierno turco decidió apoyar a las fuerzas de la oposición (sirias) y renunció a su política de no tener problemas con los vecinos, reemplazándola por otra que busca tener mejores relaciones con futuros vecinos», indica Kerim Balci, columnista del periódico Zaman, el de mayor circulación en este país y que generalmente apoya al AKP.
«Es una especie de apuesta: si las fuerzas de la oposición ganan en Siria, Turquía será un gran ganador. Pero si pierden o el caos continúa allí este invierno, Turquía perderá mucho», nos dijo
Balci en entrevista por correo electrónico. «La política turca hacia Siria es 100 por cien legítima, pero no muy bien calculada. Turquía debería apegarse a su política de mantenerse en buenos términos con todas las partes del conflicto», sostiene.
Balci, editor jefe así mismo de la revista sobre política exterior Turkish Review, añade «Por otra parte, el primer ministro turco es un hombre bastante pragmático. Si se da cuenta de que está dañando su propia carrera política, dará un giro de 180 grados»,