A dos meses de las elecciones europeas preocupa el ascenso de populistas y extrema derecha hasta el punto que gobiernos moderados han modificado sus programas para no perder votos. «El partido populista conecta con parte de la población porque da respuestas muy sencillas a problemas muy complejos», dice Ignacio Molina, investigador para Europa del Instituto Elcano. Una de esas «respuestas sencillas» es echar la culpa de los problemas al inmigrante. Los populistas se dirigen a un público más amplio que la extrema derecha, su carga ideológica es menor y su tono, más suave. Pero comparten el euroescepticismo y el rechazo a la inmigración. Según Molina, «los populismos no quieren más inmigrantes; pero la extrema derecha pide incluso su expulsión e incluyen en su discurso elementos racistas».
Entre los motivos que podrían explicar el ascenso de estas formaciones están la crisis económica y el aumento de la inmigración. Pero hay países que se salen de la norma. «España es interesante en positivo», asegura Ignacio Molina, «porque hay una altísima tasa de desempleo y de inmigración y sin embargo no ha generado fenómenos populistas». Esa visión optimista de España no la comparte el director de Amnistía Internacional en España. «Aquí el principal problema con relación a la xenofobia es su invisibilidad a nivel oficial», se lamenta Esteban Beltrán, que destaca que España es uno de los países europeos que no recoge datos de ataques racistas y xenófobos, pese a los requerimientos de la Agencia Europea de Derechos Fundamentales. «Quizá el racismo y la xenofobia sean invisibles porque no se recogen datos oficiales de los ataques, y como no hay, tampoco existe una estrategia para combatirlos», dice rotundo Beltrán.
El partido de extrema derecha más conocido en Europa, aunque se haya «suavizado» en los últimos tiempos, es el Frente Nacional, en Francia, al que se suman otros como Jobbik, en Hungría; Amanecer Dorado, en Grecia; el holandés Partido de la Libertad, del islamófobo Geert Wilders...., los populistas de la Liga norte italiana, el Partido por la independencia de Reino Unido (UKIP) o los austríacos Partido por el Futuro de Austria, con Ulrike Haider, como cabeza de lista a las europeas, y el Partido de la Libertad. En el Reino Unido, el empuje del UKIP ha provocado que Cameron haya establecido un sueldo mínimo semanal para los inmigrantes. Bélgica envió el año pasado cartas a 3.000 inmigrantes, entre ellos 300 españoles, a los que «invitaba» a marcharse por considerarlos una «carga excesiva «para el Estado. «Caen en muerte administrativa y entran en la clandestinidad», sentencia Dolores Rubio, profesora de relaciones internacionales de la Universidad Complutense. No se pueden considerar expulsiones porque no hay deportación, pero al borrarlos del registro oficial no pueden, por ejemplo, recibir asistencia social, alquilar un piso o firmar un contrato.
La medida es legal, aunque se aplique a ciudadanos comunitarios, porque los estados conservan las competencias en seguridad social y asistencia social, y pueden interpretar que hay inmigrantes que «están abusando» del sistema. «Lo fácil es prohibir porque es un mensaje que cala», dice el director de Amnistía Internacional en España. Para Esteban Beltrán «los inmigrantes no son una carga, simplemente tienen derechos. Regular la inmigración en Europa no puede ser sinónimo de violar esos derechos».
Suiza también ha endurecido sus medidas. El 52% de sus ciudadanos ha aprobado en referéndum la posibilidad de expulsar a inmigrantes con antecedentes y el establecer cuotas. Ignacio Molina, investigador del Real Instituto Elcano, aconseja «desdramatizar, porque no es verdad que estén continuamente subiendo los partidos populistas y de extrema derecha. Suben y vuelven a bajar dependiendo de la coyuntura económica, los casos de corrupción o los escándalos». Son situaciones que provocan que la gente se vuelva más «cínica» respecto a los partidos tradicionales y vote a los antisistema como protesta.
Una prueba de fuego serán las elecciones europeas de mayo. Marine Le Pen se ha lanzado el reto de conseguir con otras formaciones grupo propio en el Parlamento. Necesita 25 diputados. Ya cuenta con la Liga Norte italiana y los holandeses de Wilders para encararse con lo que denominan «el monstruo de Bruselas». Pero se trata de un grupo demasiado heterogéneo y es un «experimento» político. Populistas y extrema derecha, por definición, no tienen vocación trasnacional sino que optan por defender intereses propios. Incluso pueden ser enemigos acérrimos, como los radicales de Hungría y Rumanía. «Si quieren tener éxito, deberán usar un lenguaje menos agresivo y que no parezca xenófobo, porque el Parlamento Europeo no lo toleraría», apunta Ignacio Molina. De momento, las encuestas dicen que el Frente Nacional será la fuerza más votada por los franceses; los holandeses elegirán el Partido por la Libertad y Amanecer Dorado será la tercera opción de los griegos.