Si el sistema británico fuese proporcional y no uninominal, el Partido Conservador con sus 11 millones de votos no habría obtenido sus 331 escaños, sino 256, muy por debajo de la mayoría absoluta de 326 necesaria para gobernar.
En el otro extremo, el Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP), que con casi cuatro millones de votos obtuvo un solo asiento, habría logrado 83.
Estos resultados, difíciles de imaginar en otro país, son un ejemplo de la insularidad británica
Estas elecciones reflejan cierta similitud con las elecciones presidenciales de Estados Unidos en 2000, cuando el candidato demócrata, Al Gore, superó en más de medio millón los votos populares del candidato republicano, George W. Bush, pero no obtuvo la mayoría de sufragios del colegio electoral, la base del sistema estadounidense.
El resultado fue ocho años de gobierno de George W. Bush, la guerra en Iraq, la crisis del multilateralismo y la parafernalia del «destino excepcional de Estados Unidos».
El análisis político que expongo a continuación provocará seguramente reacciones adversas por parte de los politólogos tradicionales.
En la actualidad, se acepta ampliamente que el desmembramiento de la Unión Soviética dio luz verde a una suerte de capitalismo sin control, marcado por una supremacía sin precedentes de las finanzas que, en términos de volumen de inversiones, supera abrumadoramente a la economía real o productiva.
La ofensiva del pensamiento neoliberal sorprendió a la izquierda totalmente desprevenida, porque parte de su función había sido la de ofrecer una alternativa democrática al comunismo, que de repente había dejado de ser un amenaza. En este cuadro, la reacción de la izquierda consistió en imitar a los vencedores, en lugar de tratar de constituir una alternativa al proceso de globalización neoliberal.
Desde el comienzo de la crisis financiera mundial en 2008, con su coste de rescate hasta ahora de más de cuatro billones de dólares, la izquierda no ha ofrecido ninguna respuesta que sea válida.
Desde la revolución industrial, la identidad de la izquierda se había basado en la lucha por la justicia social, la igualdad de oportunidades y la redistribución de los ingresos. La derecha en cambio, ponía el acento en los esfuerzos individuales, en la reducción del papel del Estado y en el éxito como motivación.
Siguiendo esta extrema simplificación, hay que añadir que la izquierda, desde Karl Marx a John Keynes, estudió siempre la forma de promover el crecimiento económico y la redistribución de los ingresos, Marx aboliendo la propiedad privada y los socialdemócratas mediante el sistema de impuestos progresivo.
Lo que nunca se analizó fue la alternativa de una planificación progresista en caso de una crisis económica como la que ahora sufrimos: desempleo estructural, jóvenes obligados a aceptar cualquier tipo de contrato, nuevas tecnologías que están haciendo desaparecer el concepto de clases y convirtiendo a los sindicatos -otrora poderosos actores en la lucha por la justicia social- en irrelevantes.
Es un hecho sin precedentes que los 25 principales gestores de fondos especulativos recibieran un premio de 11.620 millones de dólares en 2014. Sin embargo, ni el presidente estadounidense, Barack Obama, ni Ed Miliband, el líder laborista británico que ha dimitido tras la derrota electoral de este mes, pensaron que habieran motivos para denunciar este nivel obsceno de codicia.
Entretanto, el proyecto político europeo está en total desorden, al enfrentar un «Grexit» en el sur y un «Brexit» en el norte.
En el caso de un «Grexit» (posible abandono de la Unión Europea (UE) de Grecia), Atenas se encuentra frente a la perspectiva de tener que hacer concesiones sustanciales al bloque, lo que significaría alejarse de las promesas de Alexis Tsipras, elegido primer ministro en enero como una expresión de rebeldía contra años de desmantelamiento de las estructuras públicas y sociales impuestas en nombre de la austeridad.
Lo que está en juego es el modelo neoliberal de Alemania, apoyada por aliados como Austria, Finlandia y Holanda que ha levantado un muro contra cualquier indulgencia, junto con los países que aceptaron recortes dolorosos y donde los conservadores están en el poder, como España, Irlanda y Portugal. Todos ellos consideran una inaceptable debilidad hacer concesiones a la izquierda.
Un «Brexit» (el posible abandono de la UE por Gran Bretaña) es un asunto diferente. Es un juego orquestado por el primer ministro británico, David Cameron, para negociar un acuerdo con Bruselas más favorable para Londres.
A finales de 2017, en Gran Bretaña, se celebrará un referendo. Los cuatro millones de votantes del UKIP y los llamados «euroescépticos» amenazan con empujar a Gran Bretaña fuera de la UE, especialmente si Cameron no logra obtener algunas concesiones sustanciales de Bruselas.
Entretanto, mientras Europa se encuentra en estado de confusión, Estados Unidos tiene un grave problema de gobernabilidad. El analista Moisés Naím, identifica algunos ejemplos de cómo esto se ha traducido en daños por su propia mano.
Uno de ellos se refiere a China, que estableció un fondo alternativo, el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (BAII), tras hartarse de esperar durante cinco años a que el Congreso legislativo estadounidense, dominado por los republicanos, autorizase el aumento de su participación en el Fondo Monetario Internacional, del ridículo 3,8 ciento actual al seis por ciento. La cuota de Estados Unidos es del 16,5 por ciento.
Washington intentó bloquear el BAII presionando a sus aliados, sin lograrlo. Primero Gran Bretaña y después Italia, Alemania y Francia anunciaron su participación en el banco, que ahora cuenta con 50 países miembros y Estados Unidos no está entre ellos.
Otro ejemplo fue el intento del Congreso para acabar con el Banco de Exportaciones e Importaciones de los Estados Unidos (Exim Bank), que desde su fundación por el presidente Franklin D. Roosevelt en 1934, ha desembolsado 570.000 millones de dólares para respaldar a los exportadores estadounidenses.
Tan solo en los dos últimos años, China ha apoyado a su sector exportador con 670.000 millones de dólares. Moraleja: las empresas estadounidenses estarán en clara desventaja. Como señaló el gran defensor de la hegemonía estadounidense Larry Summers, «Estados Unidos perderá su capacidad de dar forma al sistema económico global.»
El último desdén al papel de Washington como líder mundial provino de cuatro jefes de Estado árabes que desairaron una cumbre con Obama en Camp David el 14 de mayo, convocada por Obama para tranquilizar a los estados del Golfo sobre las negociaciones con Irán para un acuerdo nuclear.
El mandatario estadounidense garantizó que un acuerdo con Irán no afectará la alianza de Washington con esos países. Pero los gobernantes de Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Omán y Bahrein desertaron de la cumbre.
Sin embargo, no hay ejemplo más ilustrativo de una decisión errónea que el esfuerzo conjunto de Estados Unidos y la UE para colocar entre la espada y la pared al presidente ruso, Vladimir Putin, por su intervención en Ucrania, imponiendo duras sanciones a Moscú.
Todo indica que no hubo reflexión sobre la sensatez de cercar a un líder paranoico y autoritario, pero que cuenta con un fuerte apoyo popular y que progresivamente puede ir arrastrando también a otros países de Europa Central y Oriental. El resultado de este cerco es que China acudió en ayuda de la asfixiada economía rusa con una potente inyección de dinero.
China invertirá alrededor de 6.000 millones de dólares en la construcción de un ferrocarril de alta velocidad entre Moscú y Kazán y financia un gasoducto de 2.700 kilómetros para el suministro de 30.000 millones de metros cúbicos de gas ruso por un período de 30 años, además de otros proyectos, incluyendo el establecimiento de un fondo común de 2.000 millones de dólares para inversiones y un préstamo de 860 millones de dólares al banco ruso Sberbank.
El resultado evidente es que Rusia ha sido empujada fuera de Europa, a los brazos de China y Beijing y Moscú están comenzando ahora maniobras navales y terrestres conjuntas. ¿Es este el interés de Europa?
Al fin y al cabo, el declive de Europa y de Estados Unidos tal vez se reduce a una disminución de visión política, con una democracia que está siendo sustituida por la plutocracia, mientras el estadista de antaño es reemplazado por líderes políticos de menor nivel.
Todo esto se está desarrollando en medio de un creciente descontento con la política, que ahora se dedica básicamente a tomar decisiones administrativas, facilitando la corrupción.
Al menos esto es lo que parece pensar alrededor de un tercio de los electores europeos cuando se les pregunta si creen que pueden lograr alguna un cambio mediante el voto. Y esto también explica por qué un número creciente de personas abandonan las urnas.