RÍO DE JANEIRO, (IPS)- Los países BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) tienen ante sí una elección clave: optar por una cooperación «del bien», en busca del desarrollo sostenible, o una alianza «del mal», que siga los pasos de la ayuda tradicional, que criticaban cuando eran sus beneficiarios
Esa ha sido la conclusión de un debate sobre los desafíos de la sostenibilidad de los BRICS, en la Cumbre de los Pueblos paralela a la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Desarrollo Sostenible, Río+20.
Países como Brasil, que aunque no han dejado de recibir la ayuda internacional, por el tamaño de sus economías también se han convertido a su vez en donantes mundiales, expuso Adriano Campolina, de la filial de ActionAid en Brasil.
Al mismo tiempo que promueve la pequeña producción agrícola familiar para combatir la pobreza y la desigualdad y mejorar la seguridad alimentaria, Brasil multiplica la «agricultura patronal», basada en los monocultivos y en la concentración de la tierra, que crea desempleo y afecta el ambiente, nos describe el activista más tarde. «Esas contradicciones las reproducen en su estrategia de cooperación», alerta.
Por un lado, el gobierno promueve una cooperación técnica «del bien» con países africanos, en agricultura familiar y autosuficiencia alimentaria, por ejemplo. Por otro, practica «una cooperación del mal», como la que promueve el desarrollo de su propia tecnología para producir etanol de caña de azúcar y adquiere tierras a gran escala en terceros países para implantar monocultivos como soja o caña, repitiendo el modelo del agronegocio nacional.
Olga Ponizova, del Centro para el Desarrollo Sostenible de Rusia (Eco-Accord), describe una estrategia similar en su país, como el apoyo de Moscú a la «exportación» de reactores nucleares a través de subvenciones.
«El desafío es que no por ser más ricos repitamos, como donantes, la pasada estrategia imperialista de cooperación», afirma Vera Masagão, de la Associação Brasileira de Organizações não Governamentais. Es posible aplicar una «cooperación del bien» o «solidaria», exportando experiencias de éxito que son fruto de años de conquistas sociales, propuso.
El problema más grave, según el brasileño Sergio Schlesinger de la Federação de Órgãos para Assistência Social e Educacional, es otro tipo de cooperación que, si bien no se contabilizada oficialmente, es más voluminosa en recursos invertidos. Se trata de la participación del sector privado brasileño en la cooperación internacional a través de subvenciones otorgadas por instituciones estatales como el Banco Nacional de Desarrollo.
Ese tipo de asistencia subsidiada para proyectos en países con los que se coopera acaba beneficiando a transnacionales brasileñas del petróleo, minería, infraestructura y agroalimentación. El especialista detalla la estrategia brasileña de «multiplicar el número de países abastecedores de etanol» en África, Asia y el resto de América Latina, sin monopolizar el mercado mundial.
«Brasil percibió que su deseo de ser un gran proveedor mundial de biocombustibles no podría ser efectivo con él como único productor, y por eso comenzó a estimular a otros países -la mayoría en África- a invertir en eso», explica y añade que ese tipo de cooperación tiene intereses poco claros.
El temor de Masagão es que se repita «lo que hacían los países del Norte, criticados por prácticas prohibidas como condicionar la ayuda a la compra de productos o tecnologías propias».
El economista brasileño Adhemar Mineiro, estudioso de las economías BRICS, señala las consecuencias socio-ambientales de ese esquema. «Con la internacionalización de sus empresas, Brasil se ha convertido en el gran proveedor de minerales, energía y agroalimentos». Ese modelo de explotación de recursos naturales en Brasil parece «insostenible», pero lo aplica en el exterior.
La sudafricana Marcia Andrews, de Peoples Dialogue, propone ejercer más control para estudiar y evitar mecanismos de cooperación como los descritos por parte de Brasil y de China. «Ninguno de los BRICS tiene un historial de desarrollo sostenible limpio», indica.
En este aspecto, apunta Andrews, es preocupante la inclusión de su país en los BRICS, que atribuye a la presión de China, que ve a Sudáfrica como una «puerta de entrada» al continente africano para sus inversiones y su comercio.
Pero poner de manifiesto estas contradicciones no es tan sencillo en países como Sudáfrica o Brasil, gobernados por partidos de tradición izquierdista y centroizquierdista, que protagonizaron largas luchas por la libertad y la democracia.
«¿Cómo construir una oposición hegemónica contra gobiernos que se dicen progresistas?», se pregunta Andrews, articulando una inquietud que ya es de muchos en la Cumbre de los Pueblos