Solo debieron faltar los incondicionales de Mubarak y de Ahmed Shafik, candidato presidencial y último primer ministro del régimen de mano dura que gobernó entre 1981 y 2011.
El juez de la corte penal del norte de El Cairo, Ahmed Refaat, condenó a Mubarak y a Habib al-Adly, exministro del Interior de Egipto, por «no detener la matanza».
Muchos ciudadanos creen que ambos, junto con los servicios secretos, son responsables de la muerte de cientos de manifestantes, así como de torturar y privar de libertad a miles de personas.
En la misma decisión se dispuso la absolución para altos funcionarios del Ministerio del Interior y comandantes de la policía antidisturbios, a los que se vio disparando desde lo alto de los edificios que rodean la plaza Tahrir. «Sabemos que Mubarak y Al-Adly no estaban en los techos disparando a los manifestantes, pero cómo es que nadie es responsable de la masacre, pese a los informes forenses, testigos, imágenes y pruebas escritas de las fuerzas de seguridad», dice el activista Tarek el Halaby.
A los pocos minutos de conocidos los fallos, hubo enfrentamientos entre manifestantes y agentes antidisturbios cerca del tribunal. Cientos de egipcios salieron rumbo a la plaza Tahrir, pese al calor abrasador del mediodía. En la noche ya eran decenas de miles de personas cantando distintas consignas en varias ciudades y pueblos del país.
Fue la mayor concentración de manifestantes desde la revuelta de febrero de 2011. Las escenas de jóvenes montando una barricada en la plaza Tahrir fueron similares a las de aquellos agitados días. Todos los transeúntes que entraban eran registrados y obligados a mostrar su carné de identidad.
Los manifestantes formaron una cadena humana alrededor de la plaza, laicos, religiosos, revolucionarios, fanáticos de fútbol, cristianos coptos, jóvenes y viejos unidos en demostración de solidaridad por la causa. También había muchas mujeres.
La concentración duró toda la noche, y las cientos de personas que se acomodaron, hizo que varios analistas pronosticaran el inicio de una larga batalla. El tránsito de vehículos del domingo se vio afectado por las barricadas, pues numerosos manifestantes regresaban a sus hogares tras el llamado de la Hermandad Musulmana a sus seguidores bien organizados de salir a la calle.
El ánimo de la gente es de enojo, pero también de desafío y de determinación al darse cuenta de que la revolución por la que tanto lucharon, y en la que muchos perdieron la vida, puede estar diluyéndose. «Si podemos mantener la movilización y concentrar nuestro mensaje, quizá logremos que Shafik sea descalificado», señaló Yasmine el-Rashidi.
La misma actitud mostraron varios manifestantes que proponen boicotear la segunda ronda electoral, prevista para mediados de este mes. «La gran mayoría de la población no participará en las elecciones del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas. Únanse y boicoteemos esta farsa», publicó Tarek Shalaby en la red social Twitter. Otro activista, Mahmud Salem, se mostróhttp://www.euroxpress.es/ decepcionado por la incapacidad de algunos revolucionarios de ver el juego del ejército de aferrarse al poder.
El-Halaby, quien perdió a varios amigos en una protesta frente a la sede militar de Abbasiya, en El Cairo, el mes pasado, pronostica un futuro sangriento. Once personas murieron. Varios tenían el cuello cortado y otros recibieron un disparo de desconocidos, a quienes se vincula al ejército. «Sabemos que el régimen no se rendirá sin presentar una pelea sangrienta y prevemos más derramamiento de sangre. Estamos preparados porque sabemos que no será fácil lograr la libertad», nos dijo El-Halaby.
La situación explosiva en las calles y el enojo de los manifestantes puede llegar a escalar cuando los abogados de Mubarak y Al-Adly presenten un recurso de apelación contra la cadena perpetua. Muchos abogados, incluidos los de las personas asesinadas el año pasado en la plaza Tahrir, creen que la apelación tendrá éxito.
Pese a los indicios que muestran que los momentos turbulentos están lejos de terminarse en Egipto, la gente no pierde el sentido del humor. Uno de los chistes contado en la plaza Tahrir fue que el presidente de Siria, Bashar al-Assad, estaría feliz de entregar el poder si pudiera ser juzgado en un tribunal egipcio.
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