Aunque los daneses pasan de la indiferencia a la admiración, la sirenita refleja hasta cierto punto el papel de Dinamarca en Europa y el mundo. Un país modesto y acogedor, avanzado socialmente, donde desde hace años se rompieron ciertos tabúes sociales y sexuales, la estatua representa también su lucha por el medioambiente y la defensa de los derechos de las mujeres y las minorías.
En este siglo de existencia ha vivido numerosos contratiempos. En 1964 robaron su cabeza y tuvieron que reemplazarla por otra, en 1984 perdió un brazo y en 1998 la raptaron. Rociada con pintura o lanzada al mar en varias ocasiones, no solo es un icono cultural y turístico, también se ha convertido en un símbolo reivindicativo de todo signo. Su cuerpo desnudo ha sido cubierto con los colores del arcoiris, camisetas de fútbol, burkas, túnicas del Ku Klux Klan, ha sido acusada por las feministas, utilizada por movimientos okupas o grupos xenófobos.
En 1909 el magnate cervecero Carl Jacobsen, la donó a la ciudad, tras escuchar la triste historia de la sirenita, imaginada por otro danés emblemático, Hans Christian Andersen, y encargársela al escultor Edvard Eriksen, su autor. El artista escogió el momento en que la sirenita transforma sus aletas en piernas, tras tomar la decisión de perder su eternidad para conseguir el amor de un pescador al que había salvado de las aguas, que finalmente prefiere casarse con una princesa... Pero la sirenita de Eriksen ha demostrado con el tiempo que sigue siendo inmortal.
Es imposible imaginarse París sin la torre Eiffel, Nueva York sin la estatua de la Libertad, y Copenhague sin la sirenita. La imagen más fotografíada de Dinamarca sólo ha abandonado una vez su «hogar», fue en 2010 cuando viajó a la Expo Mundial de Shangai.