El gobierno ruso está pletórico. Este próximo viernes y hasta el 23 de febrero tendrán lugar los XXII Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi que se celebrarán entre esta ciudad y la turística y soleada Krasnaya Polana. A ellas, llegarán más de 2.500 deportistas, procedentes de 88 países que participarán en los más de 98 eventos relacionados con hasta 15 deportes olímpicos diferentes. El viejo sueño ruso, por fin se cumple.
Y es que se trata de un viejo deseo del gigante euroasiático, que no celebra un evento similar desde 1980 con unos más que discretos Juegos Olímpicos de Verano de Moscú. Para celebrarlo, el gobierno de Vladimir Putin ha decidido tirar la casa por la ventana y ha invertido 51.000 millones de dólares en prepararlos. Esto implica, la construcción de nuevas sedes, modernización de las telecomunicaciones, de la energía eléctrica y los sistemas de transporte de esta zona, además de la construcción de un nuevo Parque Olímpico a lo largo de la costa del mar Negro en el valle de Imeretin.
La cara B
Sin embargo, estos juegos esconden un lado menos glamuroso del que se intenta mostrar desde Rusia y detrás de ello, las tragedias humanas se van acumulando desde 2007, cuando se fijó que sería Sochi la capital de estos Juegos en 2014. Especulación inmobiliaria a gran escala, expropiación de terrenos y decenas de rusos que se han tenido que quedar sin sus casas a merced del jolgorio de los juegos.
Sochi, una pequeña urbe costera de unos 340.000 habitantes, ha sido precisamente una de las ciudades que mayores cambios ha sufrido en los últimos tiempos. Y no solo por su radical transformación urbanística. Incesantes cortes en el agua corriente y en el transporte público, daños estructurales en los hogares (que en ocasiones ni siquiera han sido compensados económicamente por los responsables), expropiaciones forzadas, familias enteras hacinadas en «albergues»... y como transfondo, un sinfín de nuevas vías de tren, túneles, carreteras con un coste de 180 millones de dólares por kilómetro y apartamentos directamente ilegales cara a llamar la atención de la inversión extranjera en esta región rusa, la única capaz de lucir 10 soleados grados de sol en pleno invierno mientras el resto del país queda atrapado bajo la nieve, pagados con los impuestos.
Desde la oposición, el ex viceprimer ministro Boris Nemstov, ha cuestionado el destino de gran parte del coste de estos juegos, «el dinero que ha se ha perdido hubiera podido pagar 3.000 carreteras de alta calidad y casas para 800.000 personas en toda Rusia», y todo ello sin destruir otras que han pasado a mejor vida. En su crítica, no solo destaca las incongruencias en el desmesurado coste de los Juegos sino también en el tratamiento de los trabajadores migrantes. Nemstov afiraó que no solo el dinero que se les prometió a los trabajadores ha terminado en manos de los contratistas, sino que 25 personas han muerto en 40 accidentes en la construcción de sitios olímpicos. Esta situación, junto a la aprobación de una ley que prohibía la propaganda homosexual en mayo de 2013, ha vuelto a colocar a Rusia en el epicentro de la violación de los derechos humanos más importante en el mundo moderno.
Estadios futuristas, increíbles vistas al mar desde estaciones de esquí de primera clase en las nevadas montañas del Cáucaso, un inmenso parque olímpico enmarcado por palmeras subtropicales, una carrera de relevos de 123 días con la antorcha olímpica incluyendo un paseo espacial en la Estación Espacial Internacional e incluso una inmersión en el lago Baikal. Todo ello a gran escala. ¿Cuánto tiempo tendrán que pagar los ciudadanos rusos estos mediáticos Juegos?