Las últimas tendencias y acontecimientos como el brote del virus del Ébola y la caída del precio del petróleo «muestran cuán volátiles y endebles son las economías africanas», explica Kwame Akonor, profesor de ciencias políticas de la Universidad Seton Hall, en Nueva Jersey, especializado en política y economía de África.
«Las ramificaciones de cualquier crisis económica, sin duda, tendrán un impacto negativo en la riqueza de esos países», apunta Akonor, que es también director del Centro Universitario de Estudios Africanos y del Instituto de Desarrollo Africano, con sede en Nueva York.
El precio del crudo cayó de 107 dólares el barril (de 159 litros), en junio, a poco más de 60 dólares en la actualidad. Hay muchas razones que explican el declive como el aumento de la producción de petróleo, en especial en Estados Unidos, la caída de la demanda por la ralentización de la economía mundial y las consecuencias positivas de los esfuerzos de sostenibilidad.
También hay razones geopolíticas: Arabia Saudita, uno de los mayores productores del mundo se ha negado a tomar medidas para detenerla. Eso ha avivado las teorías conspirativas de que podría tener un acuerdo con Estados Unidos para socavar las economías de tres de sus mayores adversarios que dependen del petróleo como Irán, Rusia y Venezuela.
Otra tesis mantiene que, por el contrario, Ryad pretende que los precios desciendan hasta un punto en el que a Estados Unidos no le sea económicamente rentable mantener el acelerado desarrollo del petróleo y gas de esquisto (roca), que le han hecho irrumpir como un actor principal entre los productores de crudo, y el más importante en el tipo no convencional.
Sea como fuere, el hundimiento de los precios perjudica además de a Arabia Saudita, a Emiratos Árabes Unidos, Iraq, Kuwait, Omán y Qatar. Pero se prevé que superen la crisis porque las reservas de divisas combinadas ascienden a 1,5 billones de dólares. Por el contrario, en África esta coyuntura tendrá efectos devastadores, pues lucha contra la pobreza, la escasez de alimentos, el VIH/sida y, para rematar, el brote de ébola.
Lo peor lo sufrirá Nigeria, la economía africana más dependiente de sus ventas petroleras, del que obtiene el 80 por ciento de sus ingresos en divisas, según The Wall Street Journal. La moneda local, el naira, ha caído un 15 por ciento desde el comienzo del declive del precio del petróleo.
Shenggen Fan, director general del Instituto Internacional de Investigación en Política Alimentaria, cree que el fenómeno tendrá un impacto tanto positivo como negativo. Como los precios del petróleo están estrechamente relacionados con los de los alimentos, cuando los primeros están altos encarecen la producción agrícola y, por lo tanto, los alimentos, en general, explica.
«Ahora que los precios del crudo siguen una tendencia descendente, será, en general, bueno para la seguridad alimentaria global y la nutrición», indicó Fan. Los consumidores y pequeños productores de los países en desarrollo deberían poder beneficiarse, mientras aumente su poder de compra, observa.
A corto plazo, las personas más pobres de África podrían sufrir si sus gobiernos reducen los subsidios a los alimentos. «A largo plazo, cuando los precios del crudo estén altos, los gobiernos de los países exportadores deben usar sus reservas para apoyar a los sectores productivos, generar empleo y acumular reservas financieras». Cuando el precio cae, los gobiernos deben destinar sus reservas a asegurarse de que los más pobres queden protegidos mediante programas de seguridad social, añade Fan.
Akonor nos dice que por más impresionantes que sean las proyecciones económicas para África a largo plazo, no cambia la naturaleza precaria y frágil del sostén de su economía. «La gran deuda y la fuerte dependencia en las materias primas (como el petróleo) y minerales para la exportación, dejan a las economías africanas vulnerables a golpes y riesgos sistémicos», indica.
Además, la formación de capital humano de base, en especial entre la incipiente población joven desempleada, carece de capacidades para conducir una transformación y un verdadero crecimiento sostenible, apunta. «Se necesita implementar estrategias de desarrollo efectivas y políticas que lleven a una transformación estructural de largo plazo y a un desarrollo humano duradero», señala Akonor.
Una forma de lograrlo es mediante una cooperación regional más estrecha, dado el pequeño mercado interno y la falta de infraestructura continental. El desarrollo de las necesidades de transformación y humanas deben, entre otras cosas, atender la falta de infraestructura, remarca.
Según el Banco de Desarrollo de África, las carreteras en buen estado solo cubren el 34 por ciento del total, comparado con el 50 por ciento en otras regiones en desarrollo. Solo un 30 por ciento de la población africana tiene electricidad, comparado con entre el 70 y el 90 por ciento en otras zonas.
«Lo que hace irritantes los desafíos en materia de desarrollo de África es que no han faltado ideas autónomas al respecto entre los gobernantes y el público interesados», observa Akonor. «El mayor obstáculo para un desempeño sostenible de la economía en África no ha sido la naturaleza ambiciosa de los objetivos de desarrollo, sino más bien la falta de voluntad política de los gobernantes africanos y la falta de consistencia, coordinación y coherencia a escala regional, subregional y hasta global», explica.
«Un desarrollo para la transformación requerirá que África añada valor y diversifique sus exportaciones. La construcción de una base industrial sólida y de capacidad de infraestructura también son requisitos necesarios hacia un cambio estructural autónomo», puntualiza.
En relación con los factores que inciden en el precio de los alimentos, Fan nos dice que lo importante es darse cuenta de que no es fácil determinar el precio correcto de estos. Lo primordial es que el precio de los alimentos (incluidos los recursos naturales que se usan para la producción) sea un reflejo de los costes y beneficios económico, social y ambiental para emitir la señal correcta a todos los actores de la cadena de suministro.
«Si eso hace que aumente el precio de los alimentos, las redes de seguridad social deberán proteger a los más pobres a corto plazo y también ayudarles a que emprendan actividades más productivas a largo plazo», subraya Fan.
De esa forma, no se compromete la seguridad social ni la nutrición, añade.