Una inmesa y hermosa mole llama la atención en el centro de Sarajevo, todavía hoy casi más acostumbrado a las ruinas que a la modernidad. Es la antigua biblioteca nacional, una de las más hermosas del mundo. Construída en 1894, fue, en su día, la joya del imperio Austro-Húngaro en Europa y en Bosnia, una representación perfecta de lo que era la zona: Un punto de unión, durante siglos, de diferentes etnias y culturas.
Su fachada recuerda al estilo arquitectónico oriental, inspirada en el estilo morisco español y en tres mezquitas de El Cairo, hay incluso quien dice que sus arquitectos miraron a la Alhambra de Granada. En su interior albergaba un vasta colección de cerca de dos millones ejemplares, entre ellos incunables y textos históricos de los periodos austrohúngaro y otomano, emblemas de una historia rica de mezcla cultural.
Una biblioteca bajo las bombas
En la Sarajevo sitiada durante cuatro años, de 1992 a 1996, para las milicias serbias esa mezcla era sinónimo de impureza. Durante más de 1000 días la ciudad convivió con francotiradores que disparaban a la población sin tregua, con cortes de suministros básicos: agua, luz, gas, alimentos, etc.. Convivió con balas, bombas y artillería pesada que dejaron una impronta en la panorámica de Sarajevo que perdura más 20 años después. Se dice que no hay un solo lugar en toda la ciudad sobre el que no haya caído una bomba. En los meses más duros llegaron a caer más de 5 000 proyectiles diarios.
El nucleo urbano de Sarajevo se concentra en un valle de los Alpes Dináricos, en torno al río Miljacka. Su periferia se dispersa por las colinas circundantes. Desde allí se disparaba sobre la ciudad durante la guerra y desde esas colinas, la madrugada del 26 de agosto de 1992 se dio la orden de disparar proyectiles de fósforo contra la biblioteca, que tras un gigantesco incendio que tardó dos días en apagarse, quedó reducida a su estructura. Miles de libros, algunos irremplazables, se convirtireron en cenizas y muchos pudieron conservarse gracias a los empleados de la Vijecnica, como se conocía a la biblioteca, y a ciudadanos, que bajo las balas de los francotiradores, salieron a la calle para tratar de salvar lo que se pudiera.
El profesor de literatura que incendió la biblioteca
En la destrucción de la Vijecnica se dio una circunstancia especialmente siniestra. Las milicias serbias que dispararon los proyectiles desde las montañas obedecían la orden de Nicola Kolkevic, profesor de Literatura en la Universidad de Sarajevo, especializado en Shakespeare, usuario habitual de la biblioteca. Era un hombre con una exquisita formación cultural, una educación intachable, que de joven había tocado jazz en los bares de Belgrado para ganarse la vida, que encandilaba a sus alumnos en la Facultad de Filosofía y que amaba la poesía. Pero es posible que amara más la idealización de la Gran Serbia, en la que sobraban las etnias diferentes (bosnios musulmanes y coratas católicos), que en Sarajevo eran mayoría y también sobraba la biblioteca, dónde estaba escrita su historia.
¿Qué puede llevar a un intelectual instruído, un hombre que ha pasado horas consultando libros a ordenar la destrucción de una de las mayores bibliotecas del mundo? Es la incógnita de la guerra misma y de la condición humana.
Al comienzo de la fragmentación de Yugoslavia, Kolkevic se había convertido en número dos de la formación ultranacionalista serbia que dirigía Radovan Karadzic, psiquiatra que también amaba los libros y terminó ordenando masacres, convertido en el mayor autor intelectual de crímenes de guerra en Bosnia. El primero se suicidó en belgrado, al acabar la guerra, en 1997 y el segundo se escondió y hasta 2008 no fue detenido. Desde entonces se encuentra a la espera de juicio, custodiado en el Tribunal Penal Internacional de la haya, acusado de crímenes contra la humanidad, genocidio y violación de las leyes de la guerra.
Las ruinas de la Vijecnica, emblema cultural del grito contra la guerra
Después del incendio, las ruinas de la biblioteca se convirtieron en símbolo cúltural del grito contra la guerra y el odio étnico. Sus paredes destrozadas han acogido a artistas internacionales que desde allí, con su arte, se rebelaban contra la barbarie. Es el caso de Vedran Smailovic, violonchelista de la filarmónica de Sarajevo. Su imagen en los muros devastados de la biblioteca, tocando el chelo ha dado la vuelta al mundo. Nació en Sarajevo y fue víctima del asedio. Una mañana vio como 22 personas morían bajo las bombas mientras hacían cola pacíficamente en una panadería . En homenaje a las víctimas decidió tocar durante 22 días el Adagio de Albinoni entre los escombros (Giazotto, su autor, dijo haber encontrado entre las ruinas de la biblioteca de Dresde, bombardeada durante la II Guerra Mundial, un supuesto manuscrito de Albinoni con un fragmento de la melodía). La novela 'El violonchelista de Sarajevo', de Steven Galloway, cuenta parte de su historia.
La Vijecnica, ligada al destino de Sarajevo
Muchos años antes, ahora hace 100, en 1914, prácticamente a las puertas de la Vijecnica, a 400 metros de allí, fue asesinado el archiduque Fernando, chispa que un mes después desencadenó la I Guerra Mundial.
'La historia de la Vijecnica es un símbolo de Sarajevo, porque la hoistoria de la Vijecnica es la historia de Sarajevo' dice el alcalde de la ciudad, Ivo Komsic.
Ahora, con la cara lavada, más de 20 años y 12 millones de euros después (fondos de la UE, la mayoría aportados por España y Austria, más una aportación del emirato de Qatar) la biblioteca, reconvertida en momumento nacional, ha renacido de sus cenizas y vuelve a abrir sus puertas como sede del ayuntamiento y, aunque con menos libros, sigue siendo símbolo de una ciudad y un país en el que atacaron lo que quedaba de su pasado, su presente inmediato y en el que hipotecaron su futuro, marcado por una recuperación lenta y dependiente de la ayuda exterior.