Esa situación ha sido el tema del tercer Congreso Humanitario de Viena celebrado el 6 de este mes en la capital austríaca, con el lema «La ayuda humanitaria bajo fuego». «La ayuda humanitaria no es un acto de caridad. Es un derecho humano», afirmó Annelies Vilim, directora de Responsabilidad Global, una alianza de organizaciones austríacas de desarrollo y ayuda humanitaria, en la inauguración del congreso.
En un mundo con numerosas guerras y lugares en conflicto, la cuestión de cómo llevar a cabo operaciones de ayuda que atiendan las necesidades de los destinatarios es cada vez más relevante. Millones de personas necesitan esa asistencia humanitaria con desesperación, recordó Vilim.
Entre otros, el objetivo del congreso era visibilizar el trabajo humanitario y comprometer a quienes toman las decisiones, en todos los niveles, a valorar la importancia del mismo y de la cooperación. Lamentablemente, la financiación es escasa y faltan estructuras claras. Los actuales aportes insuficientes están bajo la constante amenaza de los recortes presupuestarios.
Por ejemplo, Austria, el país anfitrión, no es una excepción. Un estudio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) dice que el gasto estatal que Viena le dedicó a la ayuda humanitaria en 2013 fue de apenas 1,4 dólares por habitante, 20 veces menos que lo que invirtió Suecia, un país de riqueza similar.
«El mundo se enfrenta a transformaciones drásticas y la política no está a la par», se quejaba Yves Daccord, director general del Comité Internacional de la Cruz Roja.
El secretario general de la ONU, Ban Ki-moon ha puesto en marcha una iniciativa, gestionada por la Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios, para celebrar la primera Cumbre Humanitaria Mundial en mayo de 2016, en Estambul.
Gobiernos, organizaciones humanitarias, personas afectadas por las crisis humanitarias y nuevos socios, incluso del sector privado, se reunirán en la ciudad turca para pensar soluciones y fijar una agenda para el futuro de la acción humanitaria. Un tema que seguramente estará en la agenda es la seguridad del personal de las organizaciones humanitarias.
Dado que en las zonas afectadas por conflictos armados viven 1.500 millones de personas, «lamentablemente tendremos que ver más historias en los medios de comunicación acerca de los trabajadores humanitarios muertos en el cumplimiento del deber, de atrocidades cometidas contra civiles inocentes», señala Kang.
Solo en 2013 fueron atacadas, heridas o secuestradas 474 personas que realizaban tareas humanitarias, y 155 perdieron la vida. Debido a estas circunstancias, Kang explicó que las organizaciones humanitarias están replanteando sus estrategias, especialmente en Siria e Iraq, con el fin de incluir en el diálogo a todas las partes interesadas y acceder a las personas necesitadas.
En lo que se considera un paso controvertido, esto también implicaría que, por el bien de la población civil, aquellas partes consideradas «terroristas» también deberían participar en el diálogo. Los actores humanitarios legitiman esta actitud en la defensa de los principios de humanidad, neutralidad, imparcialidad y no discriminación con respecto a los beneficiarios, y en la independencia.
Se calcula que en la actualidad hay más de 30 conflictos armados en todo el mundo, 16 de ellos considerados guerras con más de 1.000 víctimas por año. Para la ONU, las emergencias más acuciantes se encuentran en Siria, Iraq, Sudán del Sur y República Centroafricana.
De hecho, la situación en República Centroafricana se trató en el Congreso de Viena en un debate sobre el espacio humanitario y la vida y el trabajo durante la guerra. Dos de los líderes religiosos del país, el arzobispo Dieudonne Nzapalainga y el imán Layama Oumar Kobine, hablaron sobre su lucha por la paz y el desarme.
Ambos argumentaron que la guerra civil en su país no es de índole religiosa. «Ni la biblia ni el Corán sostienen que la gente deba matar», subrayó Nzapalainga, y explicó que cinco días después del comienzo de la crisis en diciembre de 2012, los líderes religiosos se reunieron para trabajar colectivamente en una plataforma interreligiosa.
El problema, según los religiosos, es que el 75 por ciento de los 4,6 millones de habitantes del país africano son analfabetos y, por lo tanto, vulnerables a la explotación y el reclutamiento por parte de los grupos extremistas. Esto afecta a los jóvenes en particular y, debido a que el estado y el gobierno en la República Centroafricana ya no funcionan, es el personal humanitario el que a menudo cumple los deberes de las autoridades.
Karoline Kleijer, coordinadora de emergencias de Médicos Sin Fronteras (MSF), describió las enormes dificultades que viven los trabajadores humanitarios en el país africano. Explicó cómo poco después de su llegada a la República Centroafricana en abril de 2014, grupos armados irrumpieron en una reunión del personal de MSF y dirigentes de la comunidad local en la que ella estaba presente, y abrieron fuego y mataron a 20 personas, entre ellas tres trabajadores de su organización.
El incidente tuvo un enorme impacto en la organización, pero a pesar de todas las dificultades «no nos impidió trabajar en el país», aseguró. «Desde entonces, realizamos más de 10.000 operaciones y tratamos a más de 300.000 personas con malaria. Ayudamos a dar a luz a más de 15.000 bebés y continuamos con las actividades hasta hoy», añadió.
Aunque el Convenio de Ginebra de 1949 establece el principio de que la población civil debe ser protegida en los conflictos armados y las guerras y tiene derecho a la asistencia humanitaria, quienes realizan esta labor deben asumir grandes riesgos para acceder a las personas necesitadas y, más allá de su neutralidad, se están convirtiendo en objetivos bélicos.
«Esperamos que los trabajadores humanitarios continúen asumiendo esos riesgos, porque seguiremos afrontándolos... con el fin de ayudar a la población necesitada», destacó Nzapalainga.