Todas las compañías terminan haciendo de las suyas y dejando en un momento u otro al viajero más colgado que un jamón. Cuando no te pierden una maleta, retrasan un vuelo sin dar explicaciones, o directamente lo anulan sin ofrecer alternativas. Que algo vaya mal se ha convertido en costumbre, y estamos tan resignados que cuando las cosas salen como debieran nos parece algo excepcional. Poder subir a un avión que sale a la hora y llega a la hora, que embarca ordenadamente, con tripulaciones amables, en aeropuertos bien organizados y con toda la documentación bien emitida, es hoy para montar una fiesta. No parece que la pasta que cuestan los trayectos sea razón suficiente para recibir un servicio correcto y de calidad.
La palma en dejar a los viajeros con el culo al aire se la suelen llevar algunas compañías de eso que se llama bajo coste, que es como un sinónimo de lotería. Yendo con según qué marcas, como algo antes o durante el vuelo se tuerza, el desastre para el usuario está garantizado. En el aeropuerto de mi ciudad opera una aerolínea que sale mucho en los medios de comunicación por el único mérito de enfadar a los pasajeros con sus prácticas: retrasos de hasta días, falta de información, tripulaciones a las que no se entiende, errores en los formatos de las horarios, conexiones y destinos suprimidos, ventanillas reparadas con cinta aislante. Que su presidente sea un histriónico generador de polémicas con ideas como la de cobrar por ir al baño en el avión o la de permitir que se viaje de pie, es lo de menos. Lo grave está en que porque un billete cueste cuatro perras, que al final no son tan cuatro, quien lo compra tenga que tragar carros y carretas. Sobre todo cuando muchas administraciones subvencionan con millones de euros sus operaciones en aeropuertos regionales que de no contar con sus vuelos quizá no llegarían a ser ni aeródromos para exhibiciones. Por quedar bien y vender gestión, no se puede anteponer una oferta cautiva a golpe de dinero público a los derechos de los viajeros.
Pero no toda la culpa la tienen las aerolíneas, de bajo coste o de coste normal, que dependiendo de lo que se entienda por normal pueden llegar a ser hasta aerolíneas de muy elevado coste. La normativa aeronáutica, que se pare en tantos sitios por tantas instituciones, es engorrosa, compleja, ininteligible, y da la sensación de que prima a las compañías frente a los usuarios, que por mucho que lean folletos y resúmenes no se enteran ni de papa. Desde luego, el panorama que se le presenta a un viajero que se ha quedado en tierra, o que ha llegado demasiado tarde a su destino, a la hora de hacer una reclamación es muy desalentador. Y conseguir una respuesta positiva que incluya la devolución de dinero del billete o una indemnización por las molestias causadas, es ya una verdadera entelequia. Ahí están las experiencias de tantos.
Viajar en avión dicen que es rápido y seguro. Pero por desgracia no siempre, ni mucho menos, es cómodo. Falta más coraje de los legisladores para que los que usan el avión para desplazarse dejen de dar vueltas por las terminales hartos de esperar noticias y soluciones cuando su vuelo sale rana. Y para que las compañías, especialmente las conocidas low cost, coloquen al mismo nivel el respeto a los usuarios con el equilibrio de costes y el tic tac de los cronómetros.