A sus 44 años, Gómez vende en mercadillos ecológicos de Málaga las hortalizas y cítricos que crecen en las tres hectáreas de su huerta en el Valle del Guadalhorce, 40 kilómetros al oeste de esta ciudad del sur de España. Cada semana, este hijo y nieto de agricultores reparte también a domicilio varias decenas de cestas de alimentos, «cerrando así el ciclo desde la siembra hasta la mesa», nos cuenta en su finca.
La crisis económica, con el 25 por ciento de la población activa sin empleo, no ha frenado a la agricultura ecológica. En 2012, esta forma de cultivo se extendió a 1,7 millones de hectáreas frente a las 988.323 de 2007, según los últimos datos del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente.
Esta producción aportó 913.610 euros, un 9,6 por ciento más que en 2011.
«La producción agraria ecológica crece en España y Europa a pesar de la crisis porque su consumidor es fiel», explica el técnico agrario Víctor Gonzálvez, coordinador de la no gubernamental Sociedad Española de Agricultura Ecológica.
Los mercadillos de alimentos ecológicos proliferan en pueblos y ciudades españolas al tiempo que algunas cadenas de supermercados incluyen ya esos productos en su oferta. La comunidad de Andalucía cuenta con la mayor extensión de cultivo orgánico: 949.025 hectáreas inscritas, el 54 por ciento del total nacional, indica el ministerio.
La mayor parte de la producción andaluza se exporta a otros países europeos, como Alemania y Gran Bretaña, algo incongruente para los partidarios de una agricultura orgánica verdaderamente alternativa a la intensiva e industrial, basada en un enfoque de proximidad, local y campesina.
«No tiene sentido hablar de exportación de alimentos ecológicos porque la producción debe redundar en beneficio de la economía local», subraya la agricultora Pilar Carrillo desde la Finca La Coruja, en el municipio de Tacoronte, en la isla canaria de Tenerife.
Ella y su pareja, Julio Quílez, viven allí desde hace un año con su pequeño hijo. Manejan menos de media hectárea de cultivos de permacultura, cuya cosecha venden cada sábado en el cercano Mercadillo del Agricultor. Permacultura define el cultivo basado en los ecosistemas locales y con poca intervención del productor en su proceso.
«Cuando compras productos ecológicos locales te alimentas de forma saludable, te relacionas con la gente del campo y generas riqueza en tu entorno cercano», valora el ingeniero Juan José Galván, que desde hace cinco años adquiere alimentos en mercadillos orgánicos de Málaga.
España, con su favorable climatología, es el primer país de la Unión Europea en superficie dedicada a la agricultura orgánica, según datos de Eurostat de 2012 y el quinto del mundo, tras Australia, Argentina, Estados Unidos y China, según un informe de 2013 de la Federación Internacional de Movimientos de Agricultura Orgánica.
El control y la certificación de la producción agraria ecológica, que en España realizan entidades públicas y privadas, no son trámites sencillos o gratuitos. Para poder comercializarlos, estos alimentos orgánicos deben llevar impreso el código de la autoridad y organismo de control correspondiente en cada comunidad, informa en su sitio digital el Ministerio de Agricultura.
La calificación de ecológico tarda como mínimo dos años y las inspecciones son exhaustivas, dicen los agricultores. Los requisitos y controles exigidos y el esfuerzo económico que eso conlleva, aducen, encarecen estos alimentos.
Quílez, que cultiva en su finca tinerfeña plantas aromáticas y medicinales, cuenta que debe pagar la certificación «como productor ecológico y también la de tendero ecológico con lo que se duplica el costo y buena parte del precio del alimento ecológico se va en burocracia». Según Gonzálvez, los fondos públicos en España se dedican más a la agricultura convencional y a la investigación en biotecnología que a apoyar el cultivo ecológico.
Evalúa que a los agricultores «les da miedo dar el salto» a este tipo de producción alternativa porque no hay asesoramiento, a diferencia de la industrial e intensiva. «La agricultura ecológica es muy empírica. Si el pulgón ataca al melón, siembro habas al lado porque estas lo atraen. Cada año vas siendo más sabio», afirmó Gómez entre las cañas de las tomateras de su finca Bobalén Ecológico.
De cabello negro desordenado y tez curtida por el sol, Gómez argumenta que mientras «las grandes industrias producen variedades orientadas al mercado, la agricultura ecológica, sobre todo la local y de proximidad, se enfoca a la calidad del alimento», además de preservar el ambiente y la fertilidad del suelo.
Sus detractores califican sus productos de caros y poco eficientes, «pero depende de qué se compre y en dónde», reflexiona en su artículo «¿Quién tiene miedo a la agricultura ecológica II?» Esther Vivas, del Centro de Estudios sobre Movimientos Sociales de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona.
Vivas aclara que a pesar de que los índices de consumo de alimentos de agricultura ecológica en España son pequeños en relación a los de la industria convencional, es un mercado que va en aumento, lo que refleja un interés social y ciudadano alentado por diversos escándalos alimentarios.
Galván reconoce que el mayor coste de los alimentos orgánicos puede disuadir a los consumidores, pero pese a ello, señala, «cada vez hay más demanda». «La revolución verdadera tiene que venir de abajo, del consumidor que va a comprar a los mercadillos y demanda productos de calidad», considera Gómez.
El ecoproductor destaca la dimensión social de la agricultura orgánica y del comercio próximo por el «el cariño continuo que te dan los clientes, conscientes de los beneficios para la salud de los alimentos y de su sostenibilidad».
Para Quílez, que dejó un trabajo bien pagado como informático para dedicarse al cultivo ecológico, «la agricultura de explotación ha socavado la soberanía alimentaria» y esto se refleja bien en las Islas Canarias «donde el 85 por ciento de los productos que se consumen provienen de fuera».
En la finca de Gómez, que trabajó años como agente medioambiental, toca plantar habas, patatas y crucíferas para recolectar en octubre y noviembre. «Me levanto a las cinco y media de la mañana y le dedico 15 o 16 horas», cuenta.
Pero «es el mejor trabajo que he tenido en mi vida», asegura risueño.