Investigadores de Australia rhan revelado que, a medida que los océanos se acidifican, algunos peces se vuelven hiperactivos, se confunden y se acercan a sus depredadores en vez de intentar escapar de ellos. «Las condiciones oceánicas están cambiando 100 veces más rápido que en cualquier otro momento del pasado», dice el investigador Jean-Pierre Gattuso, del Laboratorio de Oceanografía de Villefranche, en Francia.
El cambio climático hace que los mares estén más calientes y más ácidos. «Estamos empezando a entender lo que ocurrirá. Creo que podemos esperar lo peor», agrega. Gattuso es uno de los casi 600 científicos de todo el mundo que han presentado sus investigaciones en el tercer simposio The Ocean in a High-CO2 World: Ocean Acidification (El océano en un mundo con elevado dióxido de carbono: La acidificación oceánica).
Apenas hace una década, la ciencia descubrió que la quema de combustibles fósiles -carbón, petróleo y gas- provocaba que las aguas oceánicas fueran un 30 por ciento más ácidas que al comienzo de la Revolución Industrial.
Los océanos absorben un tercio del dióxido de carbono (CO2) derivado de las actividades humanas. Cuando el CO2 se disuelve en el agua del mar, se forma el ácido carbónico. Este fenómeno, conocido como acidificación oceánica, reduce a su vez la disponibilidad de carbonato, haciendo más difícil la formación de las partes duras de muchos organismos marinos, que necesitan para ello carbonato de calcio.
La combinación de mayor acidez y menor concentración de carbonato en el agua también tiene consecuencias en las funciones fisiológicas de numerosos seres vivos. Esto es química oceánica básica e irrefutable. Y la acidificación aumentará, dado que se sigue liberando dióxido de carbono, según los científicos reunidos en Monterey.
La acidez creciente afecta ya a los arrecifes de coral, a ciertos moluscos y a otras especies con partes duras como valvas o esqueletos, dice Gattuso. Los pterópodos, moluscos nadadores muy pequeños, se están quedando «desnudos», sin sus valvas protectoras por el aumento de la acidez. Esta especie es alimento de muchas otras y constituye un elemento clave en el océano Antártico, entre otros, señala.
Más sorprendentes resultan los efectos subletales, como los cambios de conducta documentados en los últimos tiempos. En un sofisticado experimento, científicos chilenos expusieron al «loco» (Concholepas concholepas), un caracol marino de carne muy apetecida, a las concentraciones de acidez que, se prevé, tendrán los océanos antes de que termine este siglo.
Este animal «es un alimento de gran importancia social y económica» en Chile, dice el investigador Patricio Manríquez, del Instituto de Ciencias Marinas y Limnológicas de la Facultad de Ciencias de la Universidad Austral de ese país sudamericano. Su principal depredador es el Acanthocyclus hassleri, un cangrejo carnívoro intermareal. Los locos pueden oler a los cangrejos y escapar para que no se los coman.
Manríquez y sus colegas construyeron tanques especiales donde regularon la acidez del agua marina. Recolectaron larvas de locos en el norte, el centro y el sur de Chile y las criaron en los tanques durante cinco o seis meses, en diferentes condiciones de acidez, nos explica el científico.
Más tarde, los investigadores colocaron cangrejos en los tanques donde estaban los caracoles, para estudiar cómo interactuaban el predador y su presa en distintos grados de acidez.
Así fue como observaron que en aguas con una acidez correspondiente a una concentración atmosférica de dióxido de carbono de entre 390 partes por millón (ppm), como la actual, y 750 ppm, los locos inmediatamente intentaban apartarse lo más posible de los cangrejos.
Pero en niveles de acidez superiores, correspondientes a 1.000 y 1.200 ppm de dióxido de carbono en la atmósfera, los caracoles se veían confundidos, con desplazamientos erráticos y a menudo con rumbo hacia los cangrejos. Esto es bueno para los cangrejos, pero no tanto para los caracoles, dice Manríquez.
Si no se consiguen reducciones drásticas de las emisiones contaminantes, esas elevadas concentraciones de CO2 podrán alcanzarse para fines de este siglo. «No se han registrado cambios en el ritmo de crecimiento ni en el tamaño de los caracoles», señala Manríquez. Sin embargo, se están llevando a cabo por lo menos 10 estudios adicionales sobre el efecto de la acidez en caparazones y en larvas, entre otros aspectos.
Actualmente hay 10 científicos y 35 estudiantes de distintas disciplinas investigando los impactos de la acidificación oceánica en Chile, un país con un extenso y rico litoral marino. Sin embargo, persiste el desafío de hacer que sus hallazgos se divulguen en publicaciones científicas arbitradas. «A menudo cuestionan nuestros métodos y pericia», dice en referencia a los árbitros de las revistas que juzgan las investigaciones antes de ser publicadas. Manríquez se queja de que ese tratamiento para trabajos chilenos va más allá de lo aceptable, y que no lo había experimentado cuando se presentó colaborando con una institución investigadora británica.
Al otro lado del Pacífico, científicos australianos descubrieron que la acidez oceánica afecta el comportamiento de algunos peces de arrecifes tropicales. La acidez del agua hace que también se acidifiquen los tejidos internos de esos peces. Si bien esas especies soportan el cambio, «concluimos que hay efectos subletales», dijo en el simposio el investigador Philip Munday, de la Escuela de Biología Marina y Tropical de la James Cook University.
El grado de acidez oceánica esperable más allá de 2050 altera el sistema nervioso central de algunos peces coralinos, modificando sus sentidos del olfato, del oído y de la vista, además de su conducta, explica. «Aumenta el nivel de actividad, comportamiento y osadía. Se vuelven más activos y adoptan conductas más arriesgadas», dice. En consecuencia, en un medio más ácido se duplican las probabilidades de que terminen en el sistema digestivo de algún depredador.
Pero los depredadores también se ven afectados, y son menos eficientes para atrapar a sus presas. Por ejemplo, «los predadores se dirigieron a presas diferentes, algo que no esperábamos», señala Munday. «Será difícil pronosticar todos los impactos de una mayor acidez oceánica», añade.
La comunidad científica reunida en Monterey coincide sin embargo en que la pesca excesiva, y en especial la de arrastre, es la principal amenaza inmediata para los ecosistemas marinos. La acidificación y el calentamiento de las aguas son las principales preocupaciones para los años venideros. Pero esos problemas son más complejos y llevará más tiempo resolverlos, dice Gattuso.
Con todo, existen suficientes evidencias para aconsejar a los gobiernos que actúen ya para reducir las emisiones de dióxido de carbono y proteger a los océanos para el futuro, concluye.